43. Ángel vengador.

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Todo sucede muy despacio.

Dallas mira sus manos. Tyson mira a Trueno, o bueno... lo que queda de él. Beck me mira a mí. Y yo... yo creo que estoy a punto de entrar en parada.

Se que Troya sigue agarrado al bajo de mi pantalón, que ni m i salto hacia delante para detener a Dallas ha sido suficiente para que sus dedos se escurrieran de la tela oscura.

Trueno sigue con la espalda pegada a la pared a pesar de que gracias al empujón que le he dado a Dallas ya no hay brazos fuertes y manos como tenazas que lo retengan, pero no se mueve.

¿Por qué no se mueve? ¿Por qué no levanta los brazos para ocultar su rostro?

Mis ojos siguen mirando el rayo que resalta con ese potente amarillo chillón sobre la tela negra. Ese rayo idéntico al que llevo yo en mi máscara, esa que sigue oculta en el bolsillo del pantalón.

Tyson es el primero en hablar.

—Oh, mierda.

Es lo único que dice.

—Mierda, mierda, mierda —repite.

Se, prestando atención a través del rabillo del ojo que se ha llevado las manos a la cabeza y se sacude el pelo con frustración tirando de las puntas hasta revolver cada mechón de su oscuro cabello.

—¡Venga ya! —chilla Dallas.

A Dallas se le cae la máscara al suelo y yo vuelvo en sí.

Noto en el interior de mi caja torácica como el pulso me va a cuatro mil revoluciones, como su latido se expande por todo mi cuerpo. Late en las puntas de mis dedos, en las muñecas, galopa sin control en la vena del cuello y en mis oídos impidiéndome oír más de lo que tienen que decir mis compañeros.

En mis tímpanos solo distingo el sonido de una radio en mala frecuencia.

—Mika, se que es un palo, pero... —escucho decir Tyson de golpe.

El aire me llega con demasiada lentitud a los pulmones, como si a medio camino se quedara atascado en la garganta.

—¡Si ni le ha mirado! —exclama Dallas.

Intento coger aire. No puedo. Me falta. No entra. No llega. Creo que se me ha olvidado cómo se inspiraba.

—Creo que se ha quedado tan shockeado que no quiere ni mirar —contesta Beck.

—Vale, ¿y qué hacemos?

Troya aprieta más mi pantalón.

—Yo voto por darle un porrazo en la cabeza y que se entere mejor cuando lleguemos al local —contesta Dallas—. Se le va a ir la pinza como lo vea.

Sus voces me llegan a los oídos algo distorsionadas, débiles, incomprensibles. Como si yo estuviera bajo el agua y ellos intentando hablarme desde la orilla a millas de distancia de dónde me encuentro en este momento.

Veo una mancha borrosa avanzar por el pasillo hacia donde está Trueno.

—¿Por qué? ¿Por qué lo has hecho?

Pero a quién sea que le ha hecho esa pregunta, no le responde.

Se que debería mirar. Que no puedo estar eternamente mirando al suelo y que, como no empecemos a espabilar nos van a pillar a todos y Pitón nos va a matar uno a uno, no sin antes torturarnos, por supuesto.

Pero hay una especie de electricidad que me recorre la columna vertebral, un aviso, una señal, y me dice que hacerlo podría cambiarlo todo para siempre.

Trueno y Relámpago.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora