Decisión

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Decidir en el momento es fácil. Mantener lo decidido por un tiempo es difícil.  

Scarlet Oliva

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Era la segundas vez que abría los ojos. En la primera ocasión, lo primero que Magnus vio fueron los ojos azules de Alec llenos de preocupación, estaba diciéndole algo, no recordaba qué, después vio unos dedos azules y el sueño se lo llevó. Sin duda esos dedos eran de Catarina, pero ella tampoco estaba en ese momento. El sol entraba por la ventana y fue difícil decir qué hora era, las ¿dos? ¿tres de la tarde? Quizás habían ido a comer. Lentamente se sentó en la cama para después ponerse de pie. Sintió un dolor punzante en su rodilla derecha y Magnus apoyó la mayor parte de su peso en la otra pierna, así que para dirigirse al baño, el Gran brujo de Brooklyn necesitó cojear.
Decidió que si era necesario cojear, lo podía hacer con estilo, e hizo aparecer un bastón sencillo de madera oscura con un rubí en el mango. Su estómago emitió un ruido que le llamó la atención y Magnus decidió salir de la habitación y caminar rumbo a la cocina, esperaba encontrarse a alguien en su camino, pero no había nadie. Fue hasta que llegó a la cocina que por fin vio señal de vida, los mellizos Blackthorn estaban comiendo galletas, ambos acostados sobre la isla en medio de la cocina.
Había sido gracias a Tatiana Blackthorn/Ligtwood que dejó de tener contacto con esa familia, pero ahora el destino quería que volviera a verlos y, al parecer, esta vez de una forma más personal.

–¿Quién eres? –preguntó la niña.

Magnus se había quedado en la puerta a pensar en el pasado y ni siquiera notó que ambos niños habían dejado de ver el techo para ponerle toda su atención.

–Magnus, pequeña, Magnus Bane.

–¿Eres quien salvó a Helen? –preguntó el niño con esperanza en su rostro.

–Yo no diría que la salvé, sólo hablé en su defensa –respondió Magnus.

–Y eso la salvó –afirmó el joven–. Gracias. Dinos, ¿quieres algo de comer? Podemos prepararte algo.

–De hecho... –Magnus quería rechazar su propuesta, pero su estómago lo traicionó al sonar de manera estridente–. Creo que te tomaré la palabra.

Los niños rieron y saltaron fuera de la isla. Sacaron ollas y varios ingredientes del refrigerador, Magnus pensó que estaban muy bien organizados para ser tan jóvenes. No quería quedarse ahí en la puerta y estorbar si alguien quería pasar, así que cojeó hasta la isla e iba a sentarse cuando la niña llamó su atención.

–Quizá prefieras ir a vestirte, ¿o a ti te gusta desayunar en ropa interior como a mis hermanos?

Magnus se vio y sus sospechas se confirmaron. Estaba cubierto únicamente con sus bóxers negros. Agradeció que eran esos y no los blancos con letras rojas que decían Alec en la parte delantera y trasera.

–Oh, lo lamento –se disculpó. ¿Cómo podía verlo así, sin ningún tipo de pena? Supuso que era por tener tantos hermanos–. Iré a vestirme ¿bien?

La niña asintió y él salió de la cocina para ponerse algo de ropa.

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–Debemos mandar a todos los cazadores de sombras de manera inmediata a la Corte seelie.

–Si ellos tienen armas se defenderán. Jia, sé que quieres venganza por lo de tu hija, pero...

–¡Esto no se trata de venganza! Sino de justicia –la Cónsul se veía al borde de la desesperación y Jace pensó que no tardaría en arrancarles la cabeza a todos en la sala.

Cazadores de sombras: Ciudad de espejismosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora