Así soy

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La comprensión es el primer paso para la aceptación y sólo aceptando puede recuperarse.

J. K. Rowling

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–¿Helen?

–Inquisidor Lightwood, le pediré que no me llame así.

–¿Entonces cómo?

–Puede dirigirse a mí como reina Seelie o Seelie si lo prefiere.

–¿Es una broma? –preguntó Jace.

Después de ver a Helen pasar montada en un caballo y como la reina (¿o seria ex reina?) le ayudó a bajar, pensó que no podía haber algo más extraño. Error, Helen se presentó como la nueva reina de las hadas.

–No, Jonathan Herondale, te aseguro que no es una broma.

–¿Jonathan? ¿Desde cuándo me llamas así?

–Ese es tu nombre.

–Helen ¿puedes dejar de actuar así? –pidió su parabatai.

–¿Así cómo? –y eso era lo que faltaba.

Esa burla en la voz al responder tu pregunta con otra. Si Jace no la hubiera conocido antes no tendría duda de que era la reina.

–Como si fueras sólo otra hada, tú no eres así –afirmó Isabelle.

–Veo que olvidas que eso es precisamente lo que es –la reina apoyó una mano en el hombro de Helen. Jace sintió nauseas; la tocaba como si fuera su hija–. Un hada.

–¿Y tú qué eres? ¿Su criada?

–Su consejera –lo corrigió de inmediato.

–Creo, –intervino Alba– que lo mejor será dejarla explicarse. Reina Seelie, ¿le importaría?

Señaló el asiento que antes ella había usado al centro de la sala y Helen se encaminó al mismo con la reina a su lado. Alba caminó a los asientos donde estaban el resto de los brujos, uno de cabello verde le cedió su lugar.

–Como seguramente todos saben, yo estaba en el Instituto de Nueva York con mis hermanos. El día de ayer la reina se presentó y me pidió hablar a solas. Me pidió ser su sucesora inmediata e insistió en que fuera coronada esa misma noche. Y así se hizo.

–Helen, si tú eres la reina ¿qué pasará con tus hermanos? –preguntó Jia con una voz baja pero firme.

–Ellos han sido llevados a la corte, donde se encuentran en estos momentos.

–¿Con las hadas? –preguntó Izzy incrédula.

–¿Acaso crees que mi pueblo les haría algún daño, Isabelle Lightwood? –su voz tomó un tono de enojo.

–Creo...

–Déjenme ser muy clara –Helen se levantó y sólo entonces, Jace notó que sus ojos eran como los de la reina, totalmente de un color. Dorados, sin pupila ni iris–. Yo soy la reina Seelie y como tal, mi lealtad es primero con las hadas. Si lo único que harán será cuestionarme o insultar de cualquier modo a mi pueblo, me iré en este momento de vuelta a mi reino, donde cumpliré con el tratado que he firmado con el suyo y viviremos en paz por generaciones.

–¿Y bien? –insistió la ex reina.

–¿Qué propones? –preguntó Jace, claramente nadie más se atrevería a hacerlo.

–Paz, entre nuestra gente. Sé que lo que rompió la confianza fue el ser engañados por el medio hada Meliorn. Para evitar esa situación, si nos aceptan,  esta vez la representante será Ishtar.

–¿Quién?

–Ese es mi nombre, nefilim –respondió la ex reina.

–¿Istar?

–Ishtar –le corrigió con severidad.

–Fertilidad –dijo Alec.

–Muy listo, cazador –lo felicitó Ishtar.

Jace sabía que Ishtar era era la diosa de la fertilidad en babilonia.

–Al ser la antigua reina, sé que no dudarán de su naturaleza de hada de sangre pura, por lo cual no puede mentir. Así que, ¿nos aceptarán? –preguntó Helen.

–Tendremos que discutirlo, pero creo que la respuesta podría ser positiva –Jace sintió (y no era la primera vez) la necesidad de pedirle a Alba que se callara o hacerla callar él mismo–. ¿Las regreso a la corte?

Ahora que sabía que eran parientes, Jace pudo ver las similitudes entre ambas: su silueta, su rostro, incluso sus ojos bañados en un sólo color que brillaba por si mismo. Alba chasqueó los dedos nuevamente y el portal apareció.

–Gracias, Alba –Helen le dedicó una sonrisa y junto a Ishtar, caminó directo al portal.

-

–¿Alec?

El aludido giró y Magnus pudo ver por primera vez esos ojos azules con un poco de tranquilidad.

–¿Qué ocurre? ¿No deberías ir con Alba?

Estaba molesto, pero eso era de esperarse.

–¿Podemos hablar? –pidió con timidez, como sólo le pasaba con Alec.

–Como quieras.

Le señaló con el brazo que lo siguiera y así lo hizo. Magnus quería un lugar tranquilo para hablar y sabía que fuera del salón no era lo mejor. El camino fue largo y pasó en un silencio tan incomodo que se pensó pasar su mano por el aire y ver si cortaba la tensión... pero seguro eso la aumentaría, ya que Alec no estaba de humor para idioteces.

–Ya llegamos –anunció y vio la cara confundida de Alec.

Lo había llevado al frente de una casa, la cual no tenía nada especial, o eso pensaba él.

–¿Aquí?

Magnus abrió la puerta e invitó a Alec. La casa era nueva, ningún mueble la adornaba.

–¿Es tuya?

–Mira, sé que seguramente querrás ahorcarme...

–No lo sé, ¿Alba no lo ha hecho?

–¿Puedes dejarme hablar?

–¿Sabes lo que pasé? Durante una semana estuve angustiado pensando en cómo podrías estar, en si estabas muerto. Tuve más miedo que cuando Sebastian te secuestró porque sabía que al menos te defenderías contra él, pero no lo hiciste con esa bruja...

–No podía...

–¡Claro que podías! –gritó Alec– ¡Pero tu miedo te ganó! ¡Eres un cobarde!

–¿Por querer mantenerme con vida? –preguntó Magnus incrédulo ante lo que escuchaba.

–¡Por no ser un hombre!

Lo miró horrorizado. Muchas personas lo habían llamado así... pero nunca lo habían herido tanto.

–Ya veo.

–Magnus, lo sien...

–Vete –le interrumpió con cuánta frialdad pudo.

–Magnus...

Dio media vuelta y chasqueó los dedos para abrir la puerta del frente. Tras escuchar que Alec salía, dejó fluir sus lagrimas. Esas palabras se repetían como eco en su cabeza.

Por no ser un hombre.

Un hombre.

Hombre.

No, nunca fue un hombre. Y hubo un tiempo en que se odió profundamente por eso.

Cazadores de sombras: Ciudad de espejismosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora