Hogar

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El hombre feliz es aquel que siendo rey o campesino, encuentra paz en su hogar.

Johann Wolfgang von Goethe

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Una piedra, otra más, una más. ¿Acaso tenía el sueño tan pesado? Magnus tomó otra piedra y la lanzó a la ventana de Simon, pero no reaccionaba o no quería reaccionar. Finalmente decidió intentar llamarlo.

–Simon –comenzó en un susurro para de apoco subir el volumen de su voz–. Simon, Simon, ¡Simon! ¡Simon! ¡Simon!

La ventana se abrió y por ella se asomó Simon. Tenía el pecho descubierto y cara somnolienta, se colocó las gafas y lo miró fijamente.

–¿Magnus? –preguntó extrañado.

Magnus le hizo una señal para que bajara, a lo que el nefilim puso mala cara y negó con la cabeza. Su intención era meterse de nuevo al cuarto, pero con un movimiento de mano, Magnus logró que cayera por la ventana dejándolo levitar a centímetros del suelo.

–Que bueno que estás disponible –sonrío Magnus

–No lo estoy –como si estuviera en un sillón invisible, Simon se levantó y sacudió la única prenda que tenía, un bóxer holgado color rojo–. Ahora regresaré a la casa y si intentas detenerme...

–¿Qué? –cuestionó Magnus– ¿Me atacarás? ¿Arrestarás? ¿Matarás? Adelante, pero antes necesito hablar contigo –su voz reflejaba lo urgente del asunto.

–¿Sobre qué?

–No puedo contártelo aquí, necesitamos un lugar más apartado.

-¿Qué, ahora te gusto? –Simon infló el pecho–. Parece que el encanto del vampiro no se va por respirar.

–Primera, no existe eso del encanto del vampiro. Segundo, tú ya no eres uno. Y tercero, no quiero meterme con Isabelle.

–No habrá problemas con eso –masculló en voz baja.

–¿A qué te refieres? –a pesar de no expresarlo, Izzy podía ser muy celosa.

Simon alzó la mano donde descansaba su anillo... el de la familia Lewis y no de los Lightwood.

–Oh –suspiró Magnus al entender–. ¿Cuándo...?

–Hace unas horas –respondió Simon sabiendo a lo que se refería–. Me dijo que tenía dos opciones y yo elegí.

–¿Qué opciones?

–Entre ella y mi familia, ¿y por qué te cuento esto?

–Pensé que éramos amigos.

Durante casi tres años habían convivido. Simon los había salvado del Edom arriesgando su vida por salvar la suya, además cuando iban a comer todos juntos o luchaban o salían a cualquier cosa, Simon estaba ahí. Al principio como un extraño para de apoco integrarse. Su presencia se había vuelto tan cotidiana que podía llamarlo amigo.

–No, tú dijiste que le caía bien a tu gato –Simon se humedeció los labios antes de continuar–. Escucha, puede que oficialmente este fuera del círculo Lightwood, pero me importan. Lastimaste a Alec, esa carta...

–¡¿Crees que no lo sé?! –Magnus subió peligrosamente el volumen de voz– Sé que esa carta le ha de haber hecho mucho daño, pero debes entender que era necesario, que realmente no lo habría hecho de no ser...

Calló de golpe. No, no podía decirlo ahí, necesitaba un lugar más apartado, resguardado, donde ella no pudiera escucharlo.

–¿De no ser por qué?

Cazadores de sombras: Ciudad de espejismosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora