Inicios

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No me arrepiento de mis inicios, por que ladrillo a ladrillo he construido un edificio.

Kase-O

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Emma estaba en el instituto de Nueva York con los Blackthorn cuando vio como Helen se metía al salón en compañía de la reina, ella pensó que hablarían sobre algo de las hadas, pero cuando salieron, Helen les dijo que esa misma noche sería coronada como la nueva reina de las mismas. Ningún reclamo de sus hermanos pudo convencerla de no hacerlo. A regañadientes asistieron a la ceremonia, donde presenciaron a la antigua reina colocar su corona sobre Helen, lo que provocó que sus ojos se llenaran de un color dorado. Sus hermanos la siguieron a la Corte, pero a ella se lo impidieron y la escoltaron de regreso al Instituto. Se quedó ahí con la esperanza de que los Blackthorn volvieran, en especial Julian, pero quién entró fue Tessa que buscaba a Jace.
Mientras Emma le explicaba que estaba en Alacante, un dolor la absorbió por completo, vio todo blanco y cayó al piso. Se llevó una mano a su runa parabatai y sintió la sangre; todo lo demás pasó en cámara lenta. Tessa la cargó, creó un portal que las dejó en un cuarto de baño con baldosas negras y la metió a la ducha para quitarle la sangre. Emma se dejó caer y miró el techo perdiéndose en sus pensamientos. No supo cuando Tessa salió y la dejó sola hasta que regresó acompañada de Jem.
Él se había convertido en una especie de tío que estaba con ella y ayudaba en sus lecciones de violín.

–¿Puedo? –preguntó Jem.

Emma asintió y Jem tomó asiento a su lado.

–¿Eso es todo? –preguntó Emma con voz ronca.

–¿A qué te refieres?

–Sólo vas a decir "¿Puedo?" ¿No intentarás consolarme o decirme que todo estará bien, que con el tiempo pasará, que nunca me abandonará en realidad, que estará en mi corazón... si no lo olvido? –comenzó a llorar de manera desconsolado y sintió como Jem la jalaba y levantaba su cabeza para quedar recostada en sus piernas, mientras él le acariciaba el cabello.

Las piernas de Jem eran delgadas y musculosas, era como estar recostada en una almohada muy dura; era como estar recostada en las piernas de Jules.

–No lo pienso decir porque ya lo sabes –susurró Jem finalmente, su voz tranquila y formal era lo único que recordaba a Emma cuan viejo era en realidad.

Emma por primera vez vio a Jem que también la estaba viendo. Su cabello negro y lacio caía sobre su cara, casi tapándole los ojos, y un único mechón plateado hacía eco de lo que fue anteriormente. Desde esa posición Emma pudo ver su runa parabatai, igual de desdibujada que la suya.

–Tú también lo perdiste ¿verdad?

–Sí –respondió Jem sabiendo a qué se refería.

–¿Cómo era?

–Era un completo imbécil.

Ella lanzó una risita, definitivamente no esperaba esa respuesta.

–¿Ah, sí?

–Sí, para que te des una idea, tenía un carácter parecido a Jace.

–¿Y su misma boca?

–Exactamente igual.

Esto hizo que ella riera más fuerte dejando las lagrimas a un lado. Pero un segundo de felicidad no servirían para olvidar el dolor.

–¿Alguna vez dejará de doler? –lo miró suplicante, esperando una respuesta satisfactoria.

–No. Nunca dejará de doler, pero aprendes a tolerarlo, aprendes a vivir con ello.

Emma se acomodó de lado en la pierna de Jem y dejó que este le siguiera acariciando el cabello mientras ella se dedicaba a recordar. Tenía quince años y ya había perdido a la persona más importante de su vida.

Su amigo, su parabatai, su amor secreto.

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–¿Clees que se molesten si los mojamos?

–No digas estupideces.

–No lo hago, soy lealista. Están dolmidos en la ducha justo debajo de la legadela, podlíamos ablila y decil: ¡ups!

–Mai, enserrio, no digas estupideces –le pidió Tess con voz dulce, esa que sólo ella conocía.

Después de ir por ese nefilim, Tessa lo había metido al baño donde estaba esa niña y ahí se habían quedado dormidos. Él estaba en el otro baño con la mejor compañía del mundo, y definitivamente en la mejor posición.

–Pelo si eso es lo que siemple digo y hago, ¿no te habías dado cuenta?

–Supongo que porr estarr desnuda encima de mí, lo había pasado porr alto –bromeó él.

Ella le dio un golpe en la cabeza y Tess río, entonces Mai se levantó y comenzó a tomar su ropa.

–¿Dije algo malo? –preguntó Tess.

–No, es sólo que no me apetece estal encima de ti –se puso su brasier y estaba apunto de hacer lo mismo con las bragas, cuando Tess se levantó y la abrazo por la espalda.

–¿Prrefierres abajo? –susurró en su oído.

A través del espejo, Tess pudo ver como Mai sonreía de manera picara.

–Tú sabes que sí –comenzó a besarlo mientras regresaba sus prendas al piso.

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–¿Sin purpurina?

–Ya pasé esa etapa.

–¿Por qué pasas esa etapa cuando no estoy?

Alec miró mal a Magnus, que estaba recostado en la cama y él frente al espejo peinándose el cabello negro que ya había crecido mucho. El brujo había llegado tarde esa noche por culpa del consejo y al parecer tenía varias noticias que darle: Primero, que Luke y el resto de los lobos no habían muerto gracias a las hadas. Segundo, que el nuevo vampiro del consejo era más que agradable y lo más seguro es que se entenderían. Y tercero, que dentro de tres días habría otra reunión para discutir la posibilidad de reunir al pueblo mágico y el consejo.

–Porque te extrañaba –contestó Alec.

Magnus bajó la cabeza y comenzó a hablar en susurros.

–Alec, sé que esto te... yo sólo quiero que quede claro que también te extrañé –Magnus lo miró con sus ojos de gato brillantes–. Durante esa semana vestí de negro y no usé ninguna joya, ni pizca de maquillaje.

Alec sonrió nostálgico al recordar su semana sin Magnus y cómo había tomado sus maquillajes y experimentado con ellos. El suave tacto del polvo en su piel, sus labios humectados por el labial, el cosquilleo de la purpurina sobre sus ojos. Fue una semana de locos, y al parecer, también para Magnus.

–Sabes, sé que me arrepentiré apenas lo diga pero... ¿Y si volvemos a esa etapa por un día?

Su novio lo miró confundido y tuvo razón, ya se estaba arrepintiendo.

–Sé que esto parecerá raro, pero dices que te gustaría verme con maquillaje, y no mentiré, a mí también me gustaría verte de negro.

–Esa es la oferta más tentadora que nunca he oído –afirmó Magnus–. Entonces deberás prestarme uno de esos suéteres tan gastados que tienes, pero te ruego que no sea el gris con la mancha en el hombro.

–Pero si ese es mi favorito –dijo un tanto molesto y ofendido.

Magnus rio y se levantó de la cama, caminó hasta él y tomó del buró un lápiz labial de color azul marino que colocó suavemente contra los labios de Alec.

–Creo que lo mejor será que te maquille primero.

Alec definitivamente se arrepintió de haber sugerido aquello, pero no había salida. Estaba atrapado entre el labial y la pared.

Cazadores de sombras: Ciudad de espejismosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora