Espejismos

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Es asombroso cuán completo es el espejismo de que la belleza es bondad.

León Tolstoi

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El agua se veía pacífica, tan serena y calmada; Alec pensó que era hermoso y eso aumentó su odio por el mundo. Después que Jace lo echara de esa manera, había corrido lo más que pudo y sin planearlo llegó al lago Lyn. Decidió rodearlo para asegurarse que nadie lo viera, se recostó sobre el césped y comenzó a pensar en todo lo ocurrido.
Magnus lo había dejado, aunque quizá no era su letra, aún tenía esa esperanza... pero más le dolía recordar todo lo que Jace dijo: que no era nada, que le daba asco, que sólo verlo le enfermaba. Se sentó un momento para tronar su espalda y vio dos figuras al otro lado, con su runa de visión pudo ver quiénes eran. Prefirió fingir no haberlos visto y volvió a recostarse.
El cielo se tornó oscuro y las estrellas comenzaron a aparecer cuando Alec decidió que ya era hora de regresar. Rodeó el lago y un destello le incomodó la vista. Miró hacia el agua... parecía que había algo reflejante en ella. Se acercó y vio una botella hecha pedazos sobre lo que parecía un pedazo de espejo flotante. No, no flotaba, ese era el lago. Con mucho cuidado, Alec tocó el espejo y pudo ver su propia mano reflejada. Se acercó más y lo que vio lo dejó sin palabras. Ahí estaba él, se conocía a la perfección, pero su cara, pelo y ojos parecían haber tenido un baño de oro, parecía que se había convertido en una estatua viviente. Se alejó y comenzó a respirar profundamente una y otra vez para tranquilizarse. ¡Por el ángel, qué espanto!
Tardó un poco, pero al fin logró tranquilizarse lo suficiente para volver a mirarse y esta vez se vio normal, con su cabello negro sucio por el pasto y ojos azules rojos a causa del llanto.

–¿Admirándote?

Alba estaba de pie a unos pasos de él, usaba el mismo vestido que tenía cuando la conoció.

–¿Qué haces aquí? –preguntó confundido.

–Hoy se hará una gran revelación, explicaré porque el lago se ha convertido en espejo.

–¿Tú lo sabes?

–Ah, no caeré en esa, Alexander, lo sabrás esta noche junto al resto.

No supo qué contestar y prefirió no hacerlo. La bruja lo miró y había algo en su mirada... era como Magnus solía mirarlo.

–¿Por qué me miras así? –preguntó un poco incómodo y desvío la mirada.

–Estuviste llorando...

–No es cierto...

–Tanto, que no notas que lo haces ahora –terminó como si él no hubiera hablado.

Alec se tocó la mejilla y comprobó que había lagrimas rebeldes en ellas. Rápidamente las secó con sus manos y se sobresaltó al sentir una mano cálida en su hombro, pero su sorpresa fue mayor cuando sintió los labios de la bruja en su boca. Se alejó tan rápido de ella que tropezó y cayó sobre la parte sólida del lago.

–¿P-pero qué haces?

–Alexander –dijo su nombre de una forma tan dulce, como si fuera una palabra sagrada–. Tú me gustas.

–¿Qué?

–Me gustas –sonrío y sus mejillas se llenaron de color, se veía muy linda así–. Pero no te dije nada porque estabas con Bane. Dime, ¿saldrías conmigo?

–Y-yo...

–Puedes responder después –la bruja le extendió la mano–. Ya vienen todos. Levántate y piensa en lo que dije.

No muy seguro, Alec le dio la mano y Alba lo ayudó a levantarse.

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Juntar a todos los nefilim, vampiros y lobos no era sencillo y Jia ya estaba cansada. Había llamado a todos los Institutos para que vinieran, y junto a Maia y Wesley, se habían comunicado con los diferentes clanes y manadas.

–Ya está listo –Maia colgó su teléfono–. Era la manada de Taiwan. Vendrán.

–Bien –Jia suspiró de alivio.

–Supongo que ahora vamos a ese lago –Wesley parecía irritado.

–No te ves tan alegre como siempre.

–Mi querida morena –el vampiro pareció recuperado–. Te pediré que no me molestes, debo tomar una siesta de belleza –se recostó sobre la silla y echó un libro sobre sus ojos.

–Espero que no pienses dormir –Jia le quitó el libro y lo vio con seriedad–. Porque tienes razón, debemos ir al lago.

Resignado, el vampiro se levantó y Maia lo siguió. Los tres salieron del Gard, afuera ya había varias personas esperándolos. Con Jia al frente, se produjo una fila que fue creciendo conforme llegaban más y más subterráneos y nefilim. Cuando llegaron al lago, Maia se sorprendió de ver las miles de sillas alrededor y la gran fogata al centro, algunas sillas ya estaban ocupadas por brujos.
Conforme Jia se acercaba a la fogata vio que allí había seis sillas más grandes, cada una con los símbolos del consejo. En la de la flecha estaba Helen y en la del libro Alba que parecía muy entretenida hablando con Alec, sentado en la silla de la luna.

–¿Alec? –preguntó Jia no muy segura.

–Cónsul –saludó Alba–. Bienvenida, ¿desea sentarse?

–Claro.

–Y Alec, puedes sentarte aquí.

Alba se levantó y le ofreció la silla, Alec la tomó y la miró con agradecimiento. Jia se sentó y no apartó la mirada de esos dos, estaba confundida, pero decidió no preguntar por ahora. Cuando todos ya estaban sentados, Alba se paró al frente de la fogata y la luz hizo brillar su pelo y ojos plateados.

–Nefilim –habló con voz suave y clara–. Subterráneos. He venido a decirles algo, una profecía. Hace mil años, cuando el ángel Raziel emergió de este lago y le entregó a Jonathan Cazador de Sombras la espada y copa mortal, le dijo algo que se perdió en el tiempo. Pero yo lo sé, sé las palabras que Raziel pronunció ante el primer cazador de sombras –Alba señaló el lago–. Este lago será el espejo mortal, que te mostrará cómo eres: negro del infierno o dorado del cielo. Y el lago se convertirá en un reflejo. En un espejo que les mostrará lo que más aman y les dará lo que más temen. Cuando el espejo esté completo regresaré y daré a uno de tus descendientes lo que más anhele como he hecho contigo –bajó la mano y alzó la barbilla–. Esta es mi palabra.

¿Eso significaba, que Raziel regresaría?

Cazadores de sombras: Ciudad de espejismosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora