Voto

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Los derechos individuales no están sujetos al voto público; una mayoría no tiene derecho a votar la derogación de los derechos de una minoría.

Ayn Rand

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El día llegó como un nuevo puñetazo en la cara, el sol le cegaba y quemaba la piel. Con mucha dificultad y disgusto, Alec abrió los ojos.
Estaba en su cuarto cubierto con las sabanas, dio un vistazo a la alcoba, a los pedazos de ventana y espejo amenazando con cortarle la piel, los muebles volcados y esparcidos por todo el lugar y ahí, en una esquina, estaba un pedazo de papel arrugado. Alec se levantó pesadamente de la cama y con cuidado de no pisar o tropezarse, llegó hasta el papel y lo tomó en sus manos. Estaba cubierto por una fina letra, inclinada en algunas partes, la letra de Magnus.
Esa había sido su última carta, después no volvió a verlo, claro, sin contar cuando lo vio junto a Jace en el lago, ya que ni siquiera fue a la fogata. Tomó con fuerza el papel y estuvo a punto de partirlo por la mitad, pero no pudo, algo le dijo que no podía hacer eso, que por el simple hecho de ser de Magnus no podía romperla y tirarla como basura.
Tratando de alejar todo pensamiento se encaminó al baño y con rapidez se despojó de su ropa para entrar a la ducha. Alec necesitaba un respiro y el agua caliente sobre sus tensos hombros se lo daba. El pensar en todo lo sucedido con Magnus, Jace, Alba, Isabelle... era demasiado.
En vez de enfrentarse a Jace, se había puesto a llorar como un cobarde, en vez de alejar a Alba había ido corriendo por consuelo, en vez de afrontar a Izzy la había dejado partir, en vez de encarar a Magnus, rogaba por no toparse con él. Típicas acciones de un cobarde.
Frustrado, golpeó la pared con baldosas de cerámica tan fuerte que sus nudillos sangraron. Alec cerró el agua y tomó una toalla del perchero. Mientras secaba su cuerpo sintió que algo en su mano se atoraba con la toalla y vio su anillo. No, no era su anillo, era el de Magnus, con el gato tallado y la gran M. Con un movimiento brusco, Alec se quitó el anillo, lo sostuvo entre sus dedos y notó un escrito en el interior.

"La vida es corta, pero contigo puede durar para siempre"

Alec arrojó el anillo a la regadera y salió del baño con la toalla en la cintura, caminó de puntillas para evitar pisar algo y llegó al armario. Después de ponerse unos pantalones comenzó a recoger todo en el cuarto, cada mueble que no hubiera roto, cada vidrio lo suficientemente grande para tomarlo y cada astilla que no se le pudiera enterrar, todo lo demás lo barrería después.

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–¿Dormiste aquí? –preguntó su hijo terminando de bajar las escaleras.

–Sí –Robert se levantó del sillón y estiró su espalda.

–¿Quieres desayunar? –preguntó Alec dirigiéndose a la cocina.

–Pareces distraído.

–¿Distraído?

–Como si pensaras muchas cosas y no prestaras atención a lo que haces.

–No es cierto.

–Alec, pusiste crema en tu cereal que serviste en un colador.

Alec miró su mano. Tenía crema embarrada que salía por los orificios del colador.

–Lo siento, no es nada –su hijo quitó rápidamente el colador de la mesa y tiró todo al fregadero.

–¿Quieres hablar de algo?

Robert no siempre fue un padre abierto, prefería que sus hijos hablaran de sus problemas con Maryse, sabía que ella daría un mejor consejo, pero quería que Alec confiara en él y más en estos momentos.

Cazadores de sombras: Ciudad de espejismosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora