La mascara cae

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Los hombres no cambian, se desenmascaran.

Madame de Staël

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Parecía que la noche sería perfecta. La luna brillaba alta y redonda y los demonios estaban listos. Para Alba no había mayor alegría que esta, hoy por fin podría hacer realidad lo que tanto anhelaba desde que sus padres la llevaron al infierno por lo que pareció horas pero en verdad fue casi un siglo.
Ahí, Satán le reveló la profecía y pidió que lo ayudara a que un demonio mayor se sumergiera en el lago, lo que contaminaría a todos los hijos de Raziel volviéndolos demonios listos para servir, y finalmente Satán ganaría la guerra que el cielo le había declarado; y como recompensa por su lealtad, Alba recibiría esta nueva tierra que compartiría con sus hermanos.
Ahora estaba en la casa de los hijos de Lilith, en su alcoba frente al espejo.
Hoy era el día. Exactamente a medianoche emergería Raziel del lago y todo estaba listo para su llegada.

–Alba –llamó la voz de Helen al otro lado de la puerta–. Ya debemos encaminarnos a la reunión, empezará en una hora.

–En un momento bajo –Alba se alejó del espejo por el cual también se comunicaba con la reina en la corte.

Era curioso. ¿Helen aún recordaría a esa chica de cabello negro? ¿O acaso su nueva sangre le impedía tener esos recuerdos? No es que le importara, pero le parecía curioso.
Alba sí la recordaba. Valiente y fiel, defendió su hogar y a su familia; era irónico, Alba apostaría que nunca pensó que la mano que le quitaría la vida sería la de su amada. Pero así había sido, la primera orden dada por la reina a su nueva aliada fue: "Mátala". Y ella obedeció.
Alba se colocó un vestido azul cielo corto, tacones dorados y un collar grueso de oro, hoy era un gran día y quería estar presentable. Salió y encontró a Helen esperándola al final de las escaleras. Ella tenía un vestido largo hasta el piso color verde con un bordado que recordaban hojas en finos hilos dorados, su cabello caía sobre sus hombros y usaba una corona de mariposas que aun luchaban por escapar.

–Vámonos –Alba salió y comenzó a caminar.

Pudo ver a varios nefilim que la miraban mientras paseaba. Si pudieran saber que este era su último día sin duda no desperdiciarían el tiempo en ella, abrazarían a sus hijos, besarían a sus parejas y se despedirían de sus padres. Eran muy estúpidos. Al llegar, pudo ver el salón lleno a más no poder, miles de figuras negras con pieles tatuadas la esperaban y al verla llegar le dieron paso.
Con el rostro en alto y sin importarle algunas palabras de odio por parte de los presentes, se dirigió a su lugar en el consejo, a su lado se sentó Helen y pudo ver que ahora quien ocupaba el puesto de la luna era ese chico con una cicatriz en el rostro. Matar a su novia no estaba en los planes, Maia había demostrado ser tan estúpida como todos los lobos, pero necesitaba que esos chicos mostraran su lealtad.

–Bienvenidos, nefilim y subterráneos –habló Jia–. Hoy discutiremos sobre si las hadas permanecerán o no en el consejo.

Fue ahí donde por primera vez Alba se dio cuenta que había subterráneos entre los hijos del ángel. Sus hermanos, todos, por fin gozarían la libertad que los nefilim les quitaron hace tantos años. Los brujos volverían a hacer lo que quisieran, las hadas se divertirían plácidamente con los humanos, los lobos y vampiros podrían cazar a su gusto sin miedo a represalias. Sin duda estarían agradecidos.

–Isabelle Lightwood, preséntate –ordenó la Cónsul y la chica caminó hasta quedar frente a ellos.

Isabelle había sido la más grande piedra en su zapato, por lo que destruirla se había convertido en algo personal. La adolescente los veía con unos ojos tan fríos y duros que la impresionó, eso debía admitirlo.

Cazadores de sombras: Ciudad de espejismosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora