Recuerdos

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No llores porque acabó, sonríe porque sucedió.

Dr. Seuss

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–Creo que tienes futuro como cuenta cuentos, Bane. Pero debes practicar el dramatismo.

Todos giraron, interrumpiendo la lectura de Magnus, para ver a Alba recargada en el marco de la puerta. Su cabello caía suelto por su espalda y vestía una bata cerrada de seda blanca. Alec notó que no tenía nada debajo.

–Mi señora, yo...

—Ahórrate disculpas, Bane, más tarde hablaré contigo.

–No lo tocarás –Alec se plantó frente a su novio para defenderlo de la bruja–. No lo permitiré.

–¿Enserio? –Alba sonrió divertida y eso hizo que Alec se enojara más.

–Sí, y ahora ¡lárgate de mi casa!

–¿Tú casa? –pareció confundida–. Esta no es tu casa, el único con el poder de correrme es...

–Soy yo –interrumpió su padre–. Está es la casa del Inquisidor y como tal, te lo diré de nuevo. Largo.

–¡No! –Magnus se alejó de Alec y caminó hasta quedar frente Alba– Mi señora, yo vine para contarles su historia, para que ellos pudieran entende...

No terminó la frase gracias a la bofetada que le propició Alba. Magnus giró la cabezada de manera brusca y flexionó sus rodillas para no caer.

–Te atreves a desobedecerme –habló la bruja con un tono letal–. ¿Y tu defensa es que lo has hecho por mí?

Magnus no respondió, tenía su mano en la cara de la cual emanaba sangre, Alec no podía ver si era de su nariz, su boca o ambas.

–Vete –ordenó Alba–. Regresa con el resto de tus hermanos, yo me quedaré a hablar con tus amigos.

Sin objeción alguna, comenzó a caminar, pero Alec se adelantó y lo tomó de la bata provocando la tela cayera. Su hombro quedó al descubierto, el que tenía la A grabada. Más de cerca, Alec vio que no era una quemadura, sino un tatuaje.

–Magnus –susurró esperando que lo mirara y se quedara.

Pero lo único que hizo el brujo fue subirse la bata con ayuda de su otra mano, liberarse de su agarre y salir de manera precipitada de la casa.

–Veo que Bane los dejó en la mejor parte del cuento. Eso es cruel.

–¿Y lo que tú haces no? –preguntó Jace.

–¿A qué te refieres?

–Tú golpeaste y humillaste a los hijos de Lilith. Tú te crees mejor que ellos, ¿y dices que el que Magnus no terminara de contarnos un cuento es cruel?

–¿Piensas que pedirles que me siguieran saltando fuera de la sala fue cruel?

–Sí –respondió un Jace cada vez más y más enojado.

–Entonces, ni me imagino la opinión que debes tener de Valentine –Jace abrió los ojos de sorpresa, y la bruja rio por lo bajo–. ¿Creíste que no lo sabía? Son pocas las cosas que no sé, muchacho, pero tu relación con tu padre la tengo muy presente. Él, que desde muy joven te dijo que amar era malo. Él, que mató a tu mascota por entrenarla. Él, que te enterró una espada en el pecho y te dejó desangrar en sus brazos. Él, que te desgarró el alma al hacerte creer que la mujer a quien amabas era tu hermana. ¿Qué opinión tienes, Jace Herondale? –sus palabras dejaron a Jace pasmado, incluso se podía ver un poco más blanco de lo usual.

Cazadores de sombras: Ciudad de espejismosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora