Capítulo 30

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Nydia

La imagen que Silas introdujo en mi mente era la misma que tenía delante, un árbol enorme, como podría esperarse de un ser milenario. ¿Cuántos años tendría? Si fueron los que crearon la vida en cada planeta, serían casi tan viejos como el propio mundo en el que vivían. Pensándolo bien, no era tan grande.

Estaba protegido por una especie de cúpula de roca, como si hubiese crecido dentro de una montaña. El techo estaba como rasgado, dejando entrar el agua de la lluvia y la luz. Aunque mirándolo detenidamente, las gotas de agua caían sin descanso desde el techo hacia los estanques de los que se nutrían las raíces, por lo que no solo era la lluvia la que llegaba hasta aquí. ¿Sería una especie de río o manantial? ¿una mini cascada?

La vegetación no es que fuese muy exuberante, aunque había dejado un rastro de cuando sí lo fue. Las plantas trepadoras habían dejado sus secas y mortecinas ramas a lo largo de la roca, dibujando un intrincado patrón que parecía seguir protegiendo al árbol. La imagen era hermosa, muy tropical, sobre todo por el calor y humedad que había allí dentro. Era como una especie de mini invernadero.

Mis pies se hundían en la alfombra de tupido musgo que cubría casi toda la superficie, a excepción de los pequeños estanques de agua cristalina, que acaban uniéndose en un riachuelo que desaparecía por el camino que habíamos tomado para entrar. El pueblo del Castro, como me explicó Gara, había fabricado aquella especie de camino o puente de madera, para que fuese más fácil acceder al santuario del árbol rojo, o kupai, que era la expresión que había unificado a todos los santuarios con un árbol de luz en su interior. La madera parecía vieja, pero todavía seguía firme en su lugar, crujiendo a cada paso que dábamos sobre ella.

Mis ojos no querían apartarse del árbol, como si ejerciera un tipo de magnetismo sobre mí que no podía eludir. Era increíble cómo su corteza transparente, sus fibras, me permitían ver el flujo de la sabia negra y brillante.

—Tenías que haberlo visto antes de la convergencia, entonces sí que era hermoso. La sangre circulando en su interior, alimentando cada pequeña parte de él. Sus hojas rojas brillando bajo los rayos de los soles...

Mientras escuchaba sus palabras, no me pude resistir, estiré mi mano y toqué su tronco. Estaba frío, aunque no helado. Pero lo que me hizo dar un respingo, fue sentir como algo se movía lentamente bajo mi palma, había allí algo vivo...

—¡Nydia!, ¡No! —Giré bruscamente la cabeza hacia la entrada de la cueva, para ver a Rigel corriendo hacia mí como un rayo, mucho más rápido que cualquier esprínter que existiera en la tierra. Sus piernas esforzándose al máximo para serpentear entre los estanques, e impulsarse en el mullido suelo.

—Oh, pequeña. —Gara estaba a unos metros de mí, con el rostro abatido, porque sabía que en su ensoñación no me había prestado atención, no se había dado cuento de lo que la loca de su acompañante estaba haciendo.

Rigel me tomó entre sus brazos, apartándome rápidamente del árbol, llevándome al otro lado de la gruta. Cuando mis pies tomaron firme de nuevo, él extendió mi mano para comprobar por sí mismo cómo estaba. La observó detenidamente y a conciencia, antes de suspirar aliviado.

—No me ha pasado nada, estoy bien. —Pero eso no parecía suficiente para quitar esa preocupación de su rostro. Sus ojos se clavaron en mi rostro con intensidad, mientras con ambas manos me sostenía la cabeza para que no apartara la mirada de él.

—No vuelvas a ponerte en peligro. —Me estrujó contra su pecho, donde escuché el rápido latido de su corazón.

—Nadie que haya tocado el árbol ha sido afectado por la maldición. Ya no hay veneno aquí, las aguas están limpias. —Ambos giramos la cabeza hacia Gara para escucharla defender su santuario, su árbol.

Rigel - Estrella Errante 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora