Capítulo 29

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Nydia

No tenía muchas ganas de despertarme, pero ya era hora de ponerse en pie. ¿Cuándo había sido la última vez que me había quedado dormida después de comer? Yo, nunca. El abuelo casi siempre. Esa siesta él decía que era una bendición, y ahora ya podía darle la razón. Sentaba de maravilla.

Pero era momento de ponerse en marcha. No me apetecía, porque estaba rodeada de un calorcito muy reconfortante, aunque era normal con aquella pesada manta que tenía encima. Casi no podía mover las piernas ni los brazos. ¿Qué usaría esta gente como manta? ¿Sería alguna fibra vegetal como el algodón?, ¿o quizás pelo de oveja u otro animal parecido? Quizás lo preguntaría más tarde, lo primero era quitarme esa babilla que sentía estaba cayendo de mi boca, y que quieren que les diga, una futura reina no babea, y mucho menos quería darle esa imagen a Rigel. Su forma de mirarme... Para él ya era una reina, y no quería decepcionarle.

Tiré de mi mano para alzarla hasta mi cara, pero algo pesado me lo ponía difícil. Abrí un ojo para ver si me había quedado enredada en algún sitio, para descubrir que la manta estaba respirando. ¡Mierda!, estaba... estaba cubierta de niños por todas partes. Ya decía yo que no podía moverme. El pequeño que se había quedado dormido sobre mi regazo seguía allí, con la cabeza encajada junto a mi cuello, y el resto de su cuerpecillo casi encima de mi cuerpo, porque, aunque estuviese a mi costado, sus bracitos y piernas estaban aferrándome como si fuese un monito.

—Lo siento, no hubo manera de apartarlos de ti. —Rigel empezó a retirar al pequeño... tenía que preguntar su nombre.

—¿Hacen este tipo de cosa con todas las visitas? —Fui sacando las piernas de debajo de un par de cuerpecillos. Eran niños más mayores, que estaban sentados en el suelo, pero sus cabezas y brazos estaban sobre mí, como si fuera la almohada más agradable del mundo.

—Digamos que esta reacción nos ha sorprendido a todos. —Menos mal que estaba centrada en esquivar a otro pequeño junto a mi hombro, porque esa declaración asustaba.

—No es malo, ¿verdad? —Gara se hizo cargo del pequeño para que Rigel me ayudara a salir de aquel ¿nido sería la palabra? No sé, estábamos todos tan juntitos...

—Nada malo, solo poco común. Normalmente suelen reunirse de esta manera cuando mi madre les cuenta viejas historias sobre cómo era todo antes.

—Cuando la tormenta y el frío impiden que salgan a jugar fuera, una chimenea y un caldo caliente es todo lo que se necesita para reunir al grupo alrededor de la contadora de cuentos. —Gara sonreía mientras lo decía, como si vivir ese momento fuese algo reconfortante para ella. No parecía enfadada porque le hubiese usurpado ese pequeño honor, así que no quise hurgar.

Los niños empezaron a despertarse en el momento que sintieron que yo me alejaba, pero no hubo protestas, solo caritas somnolientas. Rigel me pegó a su costado, sosteniéndome por la cintura, como todo un caballero. Tenía que reconocer que todavía me sentía un poco inestable, es lo que ocurre cuando vas despertando, así que no iba a quejarme por que me tratara de esa manera. ¡Qué porras!, ¿a qué damisela no le gustaría que un muchachote con la presencia de Rigel la achuchase así? Ojalá el idiota de mi ex me hubiese tomado de esta manera alguna vez. ¡Va!, idiota.

—Yaya, ¿la hada Ashi se queda con nosotros? —No tenía ni idea de qué significaba Ashi, pero hada sí. Yo para ese pequeño era un hada. Eso convirtió mi corazón en azúcar.

—No tesoro, ya sabes que las Ashi tienen que estar con su árbol ¿verdad? —Él niño bajó la mirada para mirar sus dedos jugueteando con el botón de la chaqueta de Gara. Creo que le habría servido cualquier cosa para no tener que afrontar la cara de su yaya. Por si no se han dado cuenta, yaya es algo así como abuelita.

—La Ashi cuida de su árbol para que no se muera. —Vaya, acababa de descubrir que una Ashi, era el hada guardiana de un árbol. ¿Ves? Todo acaba descubriéndose.

—Eso es. Y aquí andamos escasos de árboles, cariño. —El pequeño me dio una mirada triste, antes de finalmente de dejarme ir de su vida.

—Vale. ¿Vendrás otro día de visita? —Esa pregunta iba para mí. ¿Qué podía decirle? No tenía ni idea de si eso era posible, pero... Supongo que una reina podría hacer lo que quisiera ¿no?

—Si Gara me invita a comer baobab de nuevo, por supuesto que me encantaría. —La sonrisa del pequeño me la esperaba, la carcajada que soltó Gara no.

—¡Ja!

—Ven aquí pequeño, tenemos tareas del colegio que hacer tú y yo. —Supuse que fue su madre la que le tomó de los brazos de Gara para llevárselo fuera. Fue en ese momento cuando me atreví a preguntar.

—¿No crees que vuelva por aquí? —Gara tomó mi brazo para apartarme de su hijo y llevarme con ella hacia el exterior.

—Nada me gustaría más que volver a tenerte por aquí, pequeña. Pero dudo que una reina azul se digne a comer comida de pobres en la mesa de una sencilla granjera roja. —Aquello me ofendió. Acababa de hacerlo, llevar una corona en la cabeza no cambiaría eso.

—Una corona no es más que una joya cara que se lleva en la cabeza. Yo seguiré siendo la misma. Me gustó el baobab, y si tengo que venir hasta aquí para comerlo, pues me las apañaré para encontrar a alguien que me traiga. —Miré a Rigel para que supiera que ese alguien con el que contaba sería él.

—Me gusta esta chica. —Gara giró la cabeza para darle esa apreciación a su hijo, y supongo que también a Silas. ¿Dónde estaba Rise?

—Será mejor que nos pongamos en camino. —Sugirió Silas. Rigel miró algo en esa especie de brazalete suyo antes de responder a eso.

—Todavía tenemos unos minutos. ¿Hay algo que necesites hacer antes de irnos? ¿Como ir al baño o algo así? —Sopesé esa oferta. La verdad, a mis tripas todavía no les había dado tiempo a procesar todo lo que había comido, pero cuando lo hiciera... ¿se atascarían los baños espaciales?

—Realmente todavía no tengo necesidad de ello, pero... ¿podría llevarme un poco de ese baobab para el viaje? —A saber cuando encontraba algo que me sentara igual de bien. ¿Qué se comería en ese planeta azul?

—Claro que sí, pequeña. Rigel, prepara una cesta con lo que ha quedado. No podemos dejar que nuestra invitada se vaya sin algo para el camino. —Ordenó Gara.

—Apenas nos llevará unas horas, madre. —Protestó él, pero aun así se puso a preparar lo que le había pedido.

—Mientras esperamos, te enseñaré un poco más de la granja. —No sé que me llevó a preguntar, quizás fue el sentir la luz del sol sobre mi cara al salir de la casa. El caso, es que me atrevía a hacerlo sin pensar en si era una buena o mala idea.

—¿Podría ver vuestro árbol de luz? —Gara me observó seriamente unos intensos segundos, quizás sopesando si era o no una buena idea.

—De acuerdo. —En ese momento, me percaté de que una extraña acababa de pedir el visitar su lugar más sagrado. Solo esperaba que no estuviese haciendo algo inapropiado. ¡A la porra!, ya era demasiado tarde para pensar en eso, y me moría de ganas de ver ese árbol de sabia negra que Silas me mostró en aquel sueño.

—No creo que sea buena idea. —Y ahí estaba el defensor de mi integridad fastidiándolo todo, y no, no era Rigel, sino Silas. Pero Gara le puso en su lugar.

—Tranquilo, no será nada peligroso.

—Pero... —Sabía por qué él no estaba demasiado conforme con esa visita.

—Las aguas se limpiaron, y no dejaré que se acerque demasiado. Además, ella todavía no ha sido bendecida, ¿verdad?

—No. —Mi protector seguía sin estar conforme.

—Entonces a ella no le pasará nada. En cambio, a ti... —Más claro no se lo podía decir. Nosotras nos íbamos de exploración, él podía quedarse en la casa.

Rigel - Estrella Errante 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora