Capítulo 2

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Estaba abstraída pensando en si Rigel tendría una larga cola escondida debajo de su ropa, cuando la voz de Silas me hizo girar la cabeza hacia él y prestarle atención.

—Supongo que ahora estás convencida de que no somos de tu planeta. —Bueno, convencida, convencida... quizás era uno de esos hombres lobo que salían en las películas. Piensa Nydia, ¿un hombre lobo se molestaría en recrear toda una escenografía futurista? Lo tenía mucho más fácil, solo tenía que decir "hola, soy un hombre lobo" y ya tendría todo el trabajo hecho. Pero así todo, aún quedaban muchas preguntas por responder.

—Si sois extraterrestres, ¿por qué habláis la misma lengua que yo? No sé, esperaba algo más exótico por llamarlo de alguna forma. —Silas bajó la cabeza de la misma manera que hacían los niños cuando los habían pillado haciendo una trastada. ¡Oh, señor! ¿Qué había hecho?

—No es que nosotros hablemos la misma lengua que tú, es que he insertado un llamémoslo un traductor en tu cerebro. — Mis manos salieron disparadas para palmar mi cabeza en busca de las heridas que una intervención de cerebro habría dejado.

—¡¿Qué?! —No encontré nada. ¿Habría usado microcirugía alienígena o algo por el estilo?

—Tranquila, no he metido nada en tu cabeza, no al menos como estás pensando.

—¿Qué quieres decir? Explícate. —Le exigí.

—Hay una parte de nuestro cerebro que se encarga del lenguaje, lo que he hecho ha sido reprogramarla para que automáticamente reconozca las diferentes lenguas que puedas escuchar. Básicamente es el cerebro el que hace todo el trabajo, tú escuchas y el cerebro enseguida reconoce lo que te han dicho como si fuera tu propia lengua. Es un proceso instantáneo, por lo que no tienes la sensación de estar escuchando una lengua diferente, o en este caso, dos lenguas diferentes. —Y ahí mis ojos, que ya estaban abiertos como platos, se expandieron hasta un límite que rozaba lo doloroso.

—¿Qué dos lenguas? — Silas miró hacia atrás, justo al lugar donde permanecía Rigel.

—De hecho, él usa el dialecto principal de su planeta, mientras que yo me estoy comunicando con el del mío.

—Dos planetas diferentes...

—Seguro que te has dado cuenta de que físicamente también tenemos características que nos diferencian.

—Él... él tiene ojos y orejas de felino, y tú no. —Bravo por mí, como si no fuese evidente.

—Eso es porque nuestro origen no es el mismo. ¿Cómo decirlo para que lo entiendas? Vosotros los humanos provenís de un homínido, al que vulgarmente llamáis mono.

—Sí, eso tengo entendido.

—Bien, pues para hacer una interpretación igual de libre, Rigel provienen de una especie de felino, mientras que yo provengo de un animal similar a lo que vosotros conocéis como nutria. — Estaba tratando de imaginármelo, y la verdad, es que esforzándose un poco, ese bigotillo... —Y sé lo que estás pensando.

—Ah, ¿sí? — Si había descubierto que me lo estaba imaginando abriendo una ostra con los dientes, estaba perdida. Me lanzarían al espacio y flotaría de regreso a la Tierra.

—Si somos de planetas y animales de origen tan diferentes, ¿cómo es que nos parecemos tanto? Bípedos, más o menos del mismo tamaño, cuatro extremidades... En resumen, todos guardamos un parecido humano que, salvo por pequeñas diferencias, nos convierte en casi idénticos. —Pues no lo estaba pensando, pero seguro que habría llegado ahí en cualquier momento.

—¿Y la respuesta a eso es...? Porque tú sabes a qué es debido eso, ¿verdad? —Creo que mi suposición lo alagó de alguna manera.

—Todos nuestros planetas tienen algo en común, algo que no originó la vida, pero sí que la programó siguiendo un patrón que nos llevaría hasta lo que somos. En otras palabras, todos descendemos del mismo árbol. A cada uno de nuestros planetas, el tuyo incluido, llegó una semilla de ese árbol. La llamamos así porque, aunque su origen no es vegetal, se alimenta del agua y de la luz solar para vivir, crecer y germinar.

Rigel - Estrella Errante 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora