Nydia
Rigel ensartó el guante en mi mano y lo selló con eficacia. Estaba claro que no era la primera vez que hacía eso. Pero para mí era una experiencia totalmente nueva. Y si llevar encima un traje hermético, con su correspondiente casco blindado al exterior, no fuera ya suficiente, tenía que lidiar con el temblor que intentaba dominarme. Él debió notarlo, porque me aferró con cuidado de las muñecas, me dio una pequeña sacudida y me obligó a mirarle.
—Estaré aquí, Nydia. No voy a perderte, y tampoco permitiré que nadie te haga daño. —Tragué saliva y asentí.
—Vale. —Rigel tiró de mí hasta hacer que las palmas de mis manos se posaran sobre su pecho. A esa distancia, sus ojos dorados parecían brillar de una forma irreal.
—¿Estás conmigo? —Él había notado que no estaba en ninguna parte, sino en algún lugar del limbo, observando aquella escena desde un lugar más seguro, lejos de todo y todos.
—Estoy asustada. —confesé. Él soltó el aire y me acercó contra su pecho para abrazarme. Daba igual la raza a la que perteneciéramos, un abrazo parecía que reconfortaba de igual manera.
—Sé cómo te sientes. Yo también he pasado por algo parecido. —alcé la cabeza hacia él sorprendida.
—Pero tú eres... —¿Qué era?
—¿Un mercenario? —asentí con la cabeza—Las personas no nacen siendo lo que son, Nydia, aprenden. Algunas veces porque así lo desean, otras veces por que es la única manera de sobrevivir. —Aquella explicación me confundió más.
—¿Puedo preguntarte qué te llevó a ser... a seguir este camino? —Con cuidado él me apartó de su lado.
—Es una larga historia. —miré hacia la larga fila de naves que estaba delante nuestro en el control de acceso exterior. Como dijo Rigel, podría parecer sencillo el colarse en el planeta, pero nuestro destino era Carasa, y entrar allí exigía no saltarse ninguna parte del proceso. No es lo mismo ser perseguido como un infractor, que caminar libremente por la ciudad con todos los permisos en regla.
—Supongo que tenemos tiempo. —Él siguió el camino de mis ojos.
—Muy, muy larga.
Estaba a punto de rendirme, cuando él empezó con su relato. Eso sí, sin dejar de moverse por la cabina mientras hacía cosas. No pregunten, no sé para qué sirven la totalidad de todas esas palanquitas, botones, terminales.... ¿Recuerdan el Alcón Milenario de Star Wars, el que pilotaba Han Solo? Pues esto era algo parecido, aunque diferente. El Alcón no tenía una cámara de sueño, como la llamaba Rigel.
—Mi planeta natal es una de las gemelas rojas, aunque más que planeta, tendríamos que llamarlo luna. Amaya tiene varias lunas orbitando a su alrededor, pero los único que están habitadas son las gemelas rojas. Eran mundos fértiles y prósperos, bendecidos por la abundancia de alimento y recursos. Descubrimos nuestro árbol de luz mucho antes de dar el salto al espacio exterior, nos sentíamos felices de ser bendecidos por su don, aquella semilla que anidaba en nuestros cuerpos para regalarnos una vida larga y salud.
—Parece un buen lugar.
—Lo era, hasta que la plaga negra nos golpeó. —Silas me contó algo sobre la plaga negra, pero quería escuchar la versión de Rigel. Algo me decía que sería menos técnica y más... real.
—Suena mal.
—Apenas llevábamos un par de décadas viajando a otros mundos, pero ya sabíamos que la vida había surgido en todos ellos gracias a un árbol de luz.
—Verle morir debió ser duro. —Recordaba aquel árbol invadido por la oscuridad desde el interior, como si la podredumbre lo hubiese devorado desde dentro.
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Rigel - Estrella Errante 1
Science FictionHay personas que sueñan con alzar la mano y tocar el cielo, yo no era una de ellas. Pero aquí estoy ahora, en medio de las estrellas. Siempre escuché eso de NO ESTAMOS SOLOS, pero nunca pensé que me encontraría con la prueba de que era verdad, aunqu...