Capítulo 3

3.1K 560 65
                                    

Silas

—No me dijiste que era una postulante. —La voz del mercenario llegó desde la oscuridad de la cabina. Sabía que tarde o temprano tendría que enfrentarme a esa cuestión. Como también sabía que ese tema, precisamente a él, no le era indiferente. Soy un monje amarillo, mi vida está supeditada al conocimiento, y saber todas esas cosas eran importantes. No por el hecho de saberlas, sino porque eran cruciales para mi misión.

—Todavía no lo es. —Me defendí.

—Pero lo será, es lo que le has dicho. ¿O le has mentido? —Señaló con la cabeza hacia atrás, hacia el lugar donde nuestra nueva inquilina estaba descansando.

—Sabes que los monjes guardianes no mentimos. —La orden a la que pertenecía se encargaba de atesorar conocimientos, de servir al bien común, en beneficiar a toda la humanidad, y entre sus votos inquebrantables estaba el no pronunciar una mentira. Todo eso lo sabían todos los habitantes de un extremo al otro de la galaxia conocida. Pero tenía razón en dudar, él era un mercenario de los "negros", había visto demasiadas cosas torcerse en caminos insospechados. Lo que hoy era una verdad inamovible, mañana podía ser una aberración.

—Eso he oído. —Por su expresión sabía que esperaba una explicación, y quizás era el momento de dársela, aunque solo la parte que podía conocer.

—Está bien. —Le señalé con la mano el asiento libre frente a mí, mientras yo tomaba posesión de la otra silla libre. —Nadie mejor que un... mercenario de Bores para conocer la importancia de un postulante nuevo al trono azul. —Había dudado en decir la palabra, pero siempre me había resultado ofensiva.

—Un negro, puedes decirlo. —Pero estaba claro que él estaba acostumbrado a que lo llamaran así.

—Cómo decía, alguien como tú puede intuir todas las connotaciones políticas de algo así. —Él asintió levemente.

—Si el trono azul vuelve a ocuparse, habrá un voto más en juego para el próximo nombramiento. —Había un gobierno por encima de todos, el que tenía la última palabra en las decisiones importantes que nos atañían a todos los pueblos, y ese era el Consejo de los Altos. Cada casa estaba representada, cada color tenía allí a un regente designado, ellos decidían sobre nuestro futuro, sus decisiones eran ley, y pobre del que no las acatara, porque podía conllevar un duro castigo. Y como todo grupo, había una corona que estaba por encima del resto, la Corona Blanca. Representaba al pueblo extinguido del que todos somos herederos, la raza que envió las semillas al espacio para crear vida. Y esa corona pronto tendría que ser renovada, un nuevo líder pasaría a usarla. El quién lo decidiría el Consejo de los Altos, y sería uno de ellos, uno de los Altos, el que sería escogido por el resto para ese puesto. Luego, lo ocuparía hasta la nueva convergencia solar. Una vez cada 367 años, cuando los soles se alinean con todos los sistemas planetarios de Sirio, llega el cambio de regente. La renovación, el nuevo ciclo. Y eso ocurriría en menos de un año de terrestre.

—Así es. Por eso es importante que el trono azul sea reclamado y ocupado antes del próximo cambio de ciclo.

—Demasiado apurado ese movimiento.

—Puede, pero ejecutándolo ahora tampoco les daremos tiempo a los opositores a elaborar alguna estrategia política para rechazar la propuesta.

—Confías en que hagan algo estúpido o ilegal. —Sus ojos felinos me observaban con intensidad, como si pudiese leer dentro de mi mente. Si él supiera todo lo que había aquí dentro, probablemente acabaría colgado por los pies como un ladrón de kaipiris.

—Me inclino a pensar en eso, pero no puedo predecir el futuro.

—No, eso lo hacen los oráculos, tú solo te guías por las probabilidades. —Esa era la base por la que se acumulaba tanto conocimiento, para crear fórmulas que se ajustasen mejor, cuando más datos, más complejas, pero al mismo tiempo más precisas. Los oráculos... No es que no creyese en ellos, sus visiones no tenían ninguna explicación, pero a fuerza de acertar, se habían ganado el respeto de muchos pueblos. Y no, no todos los adivinos y charlatanes podían llamarse oráculos, de esos había muy pocos.

Rigel - Estrella Errante 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora