Capítulo 4

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Rigel

El maldito monje estaba haciendo que se me erizaran los pelos de las orejas. Definitivamente había pedido poco dinero por este trabajo. No podía entregar el paquete por la puerta de atrás del palacio, tenía que llevarlo a la mismísima Carasa. No niego que algún mercenario haya pisado el planeta. Salvo el Santuario del árbol blanco, las granjas de oxígeno, y algunas plantas de energía, Naroba estaba desierto. Un encuentro en mitad de la nada era lo máximo a lo que un negro se aventuraría. Ir a la ciudad... era penetrar en territorio hostil, y uno de nosotros no entraría ahí voluntariamente.

En teoría la ley nos amparaba, todo hijo de la luz era bienvenido al planeta madre, pero eso era en teoría. Cuando se trataba de nosotros, de nuestros derechos, de nuestra protección, los encargados de mantener el orden y hacer respetar la ley, miraban hacia otro lado.

Pero bueno, si había pasado inadvertido en la Tierra, podía entrar en Carasa y hacer lo mismo. Las personas solo se fijan en ti si haces algo que les llame la atención, si no, eres algo que se puede olvidar rápidamente.

Iba a ser complicado encontrar un contacto allí, y sobre todo nada barato, pero había que estar preparado por si había que salir corriendo. Pero... una postulante al trono azul. Esas podían ser buenas noticias. Con los verdes empeñados en pisotear los pocos derechos que nos quedaban, un nuevo aliado en el consejo podría beneficiar a nuestro pueblo.

Ya padecíamos bastante con nuestra pérdida. Desde que nuestro árbol se volvió negro, todo el planeta ha ido cayendo en picado. Las cosechas de los viveros no son suficientes, los animales mueren por falta de alimento, las plantas dejaron de reproducirse porque los insectos que las polinizaban desaparecieron. La población pasaba hambre en los gemelos rojos, había pocos nacimientos, y todos eran de hembras sin marcar. Portar una semilla había sido una maldición. Desde que las semillas se volvieron negras, ningún bendecido ha podido reproducirse. Ya no podemos afrontar los viajes espaciales de la misma manera que un bendecido con una semilla iluminada, casi teníamos que hacerlo de la manera primitiva. Lo único bueno, si podía llamarse así, es que no envejecíamos como los no bendecidos, lo hacíamos mucho más lentamente. Era como si nuestro cuerpo al menos mantuviese un poco de la bendición de las semillas. Pero no nos engañemos, ver morir a aquellos que quieres, no poder tener un hijo que transmita tu legado, era ya de por sí la peor de las maldiciones. Los malditos, habían acertado al ponernos ese nombre.

Entré en el habitáculo médico del observatorio, donde la mujer seguía recluida. Parecía que la sedación que Silas la había suministrado todavía no hubiese conseguido vencerla. Tenía que reconocer que su voluntad era fuerte, y no, no era porque el monje no hubiese acertado con la dosis. Llevaba 50 años estudiando a los terrícolas, conocía muy bien su fisonomía y su funcionamiento.

—¿Es la hora? —Los párpados de la muchacha parecían pesados, pero se resistía a dormirse.

—En unos minutos. —Sus manos aferraron el borde de la camilla, como si la debilidad que sentía fuera algo pasajero y necesitara un momento para recuperarse. Nada más lejos de la verdad. Su cuerpo estaba acondicionándose para la hibernación. Sus procesos vitales se estaban ralentizando, llevándola a un estado similar en apariencia al sueño, pero que terminaría con su cuerpo sumido en una especie de estasis.

—¡Oh!, porras, ¿qué me habéis hecho? —Parecía que finalmente se había dado cuenta de que algo le sucedía a su cuerpo. No quería estar en el pellejo del monje cuando la tuviera de nuevo delante. Si lo que pretendía era tener su confianza, con esto difícilmente la tendría. La espalda de la joven empezó a descender hacia la camilla, pero no tendría fuerzas para que fuese una caída suave, así que la sostuve para ayudarla a acostarse.

—Para que puedas viajar por el espacio, tu cuerpo tiene que estar sumido en una animación suspendida. Tus procesos vitales han de ralentizarse por medios externos hasta llevarte casi a la muerte, pero sin que llegues a morir. —Su respiración era más lenta, y su cuerpo ya no albergaba fuerzas.

—No puedo....—Su voz era trabajosa, pero aún seguía resistiéndose a rendirse.

—No te preocupes, estaré siempre cerca. —Sus parpados intentaron abrirse, pero no lo consiguieron.

—Prométeme que... cuidarás de... mí. —Tuve que apretar los dientes. Esa monita no sabía lo que me estaba pidiendo. Para un guerrero rojo no había nada más sagrado que una promesa, moriría antes que quebrantarla. Mi semilla podía ser negra ahora, pero seguía siendo un guerrero, y seguía teniendo honor.

—Cuidaré de ti, lo prometo. —Ella ya había entrado en la inconsciencia, estaba más allá de poder oírme, pero había hecho la promesa, nadie, tan solo ella, podía librarme de ella, y no sé por qué razón, no quería que lo hiciera. Ella solo iba a tenerme a mí, al menos hasta que se sentara en el trono azul. Entonces tendría a todo un pueblo bajo sus pies.

Me incliné para tomarla en mis brazos y llevarla hasta mi transporte. Tenía el contenedor preparado para introducirla en él y sellarlo. Podía haberla llevado en una de las camillas flotantes de la enfermería, pero era más fácil de maniobrar si cargaba el bulto en mis brazos. Era pesada, pero no tanto como para que pudiera cargar con ella.

El olor de su piel volvió a llegar hasta mi nariz, haciendo que mi boca salivara. Era una tentación para cualquier gato, su olor era especiado y seductor, más intenso que el de la mayoría de sus congéneres, o quizás era mi apreciación. Sí, sería por eso. A lo largo de mis innumerables viajes por la galaxia había conocido a docenas de especies diferentes, y cuando percibía su olor por primera vez, este me golpeaba con fuerza, embotando mis receptores olfativos. Pero eso solo ocurría al principio, después, cuando me acostumbraba al nuevo olor, mi cerebro lo registraba y dejaba de ser excitantemente nuevo.

Por fortuna tenía tres meses de sueño para que mi cerebro lo procesara. La próxima vez que ella estuviera frente a mí, su olor no me alteraría tanto. Y no, yo no iba a pasar por una animación suspendida durante el viaje. Por fortuna, mi semilla, aunque fuese negra, podía ser manipulada para sumirme en un sueño profundo, del que el sistema de navegación me despertaría en cuestión de dos segundos si surgía algún problema, o si nos aproximábamos a nuestro destino. Si mi semilla siguiera brillando con su rojo original, no necesitaría ninguna máquina para estimular el proceso. Ojalá hubiese tenido tiempo de experimentar eso. Por desgracia, la plaga negra me atrapó antes.

Rigel - Estrella Errante 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora