Capítulo 40

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Rigel

No estaba de buen humor, y no era por el hecho de que ese idiota fuese pregonando lo que había hecho a los 4 vientos, sino porque no tenía que soportar la reprimenda de nadie por mis actos, y mucho menos de un amarillo. Cuando todo esto terminase, machacaría la cara de ese idiota contra el suelo un par de veces, y no solo por darle a Silas las suficientes pistas para deducir lo que había pasado, sino porque había sugerido que Nydia sería su juguete. Antes de que ese idiota le pusiese una de sus zarpas encima estaría muerto. Lo siento, soy un rojo, y cuando nos emparejamos nos volvemos un poco demasiado posesivos.

—Sé que no soy quién para decirte como llevar a cabo la misión, pero no creo que crear tensión entre los miembros del equipo sea lo mejor en este momento. —Los amarillos eran sutiles incluso cuando te echaban la bronca.

—¿Acaso tienes idea de lo que ha pasado? —Si alguien estaba abierto a analizar todos los datos ese era un amarillo. La información y el análisis de la misma era la base de su forma de vida. Así que necesitaba que entendiera que no podía hacer otra cosa.

—Te has acostado con nuestra postulante. —Solté el aire pesadamente, porque eso no era todo, y él mejor que nadie tenía que saberlo.

—Es más que eso, la he marcado. —No tenía ningún sentido el encubrir algo como eso, pronto nos reuniríamos con el resto del equipo y se descubriría, aunque sería lo suficientemente tarde como para que no afectase a la misión de forma negativa. Después de pasar la muralla exterior, cuando dejáramos la parte peligrosa atrás, nos reuniríamos en el punto de encuentro con Arcángel y Nydia. Entonces sí, toda esta bomba que había provocado me estallaría en la cara. Pero estaba preparado para ello, era un hombre adulto que había hecho su elección.

Lo que no esperaba, fue la expresión en el rostro de Silas. No estaba enfadado conmigo, sino que parecía... ¿pesaroso?

—Sé lo que significa para un rojo el marcar a una hembra, capitán Wick. Para ti ha debido ser una decisión importante. Pero también sé que eres consciente de que no vas a conseguir nada más. —Saberlo no quería decir que lo aceptara.

—Como regente podrá escoger al consorte que desee, o concubinos. Me da igual la manera en que esté con ella, pero lo haré. —Silas negó con la cabeza tristemente.

—¿Estarías dispuesto a compartirla con otro hombre? ¿Y si te deja de lado para unirse a uno de los suyos? Como reina tendrá que pensar en su pueblo, en sus obligaciones políticas, y dada su condición de mestiza, si quiere mantener la corona tendrá que purificar su descendencia con sangre de su propio pueblo. Tú mejor que nadie sabes lo que es que un extranjero gobierne a los tuyos. —Sí, lo sabía. El extranjero siempre sería eso, extranjero, y el pueblo siempre lo rechazaría.

—No me importa ser solo su amante, y por el linaje no te preocupes, ella nunca podría llevar en su vientre un hijo mío. —Recordarle que los malditos éramos estériles debía de garantizarme ese puesto, al menos ante sus ojos. Mi sangre nunca mancillaría su sangre real.

—Lo que has hecho ha sido tu sentencia de muerte.

—Sé cuidar de mí mismo, monje. —No necesitaba lecciones, sobre todo de un hombre cuya raza supeditaba su reproducción a los criterios de aptitud de su pareja, en otras palabras, buscaban una pareja que garantizara una descendencia con las mejores cualidades intelectuales.

—No es eso lo que quiero decir. —Aquello me confundió. ¿No estaba hablando sobre lo que ocurriría con mi hermano cuando se enterase de que yo había marcado a la mujer por la que él también se sentía atraído? Eso es lo que hacían los machos, pelear por la hembra que ha provocado la llamada.

—Cuando ella esté embarazada de otro hombre, sabes lo que ocurrirá. —No querer pensar en ello no quería decir que no llegase.

Estaba claro que conocía lo que les ocurría a los míos. En la antigüedad, la manera más eficaz para acabar con un enemigo era a través de sus hembras, si estaban emparejadas, provocarían la furia y la desesperación de sus machos. Irían en su busca, no les importaría el peligro, ni morir en el intento de recuperarlas. Pero si las violaban, si conseguían que engendrase un bebé, cuando el macho llegara hasta ella no podría dejar de oler lo que había dentro de ella, y sabría no solo que había fracasado en su sagrada misión de protegerla, sino que acabaría con la cordura del macho. La mayoría acababa suicidándose, o volviéndose loco y matando al bebé. Y aunque el bebé fuese fruto de una violación, sería lo más sagrado para esa hembra, así que acabaría con el macho. Esa hembra acabaría marcada de por vida, no se recuperaría, no volvería a emparejarse, ni a engendrar... De ahí surgieron las frases "morir en vida" y "dejarse morir" o "morir de tristeza".

—Viviré a su lado cada segundo que ella esté dispuesta a regalarme. Y cuando llegue ese día, seré yo mismo quién termine con mi sufrimiento. —El mío podía ser un pueblo de bárbaros, de seres impetuosos, pero teníamos el más profundo sentido del honor arraigado en nuestro corazón. Ya sabía que no podía permitir que nadie la hiciera daño, mataría por impedirlo. Y si yo podía ser esa amenaza, antes sería capaz de quitarme la vida.

No fui consciente de la decisión que había tomado en el momento que me dejé arrastrar hacia sus brazos, pero ahora que todas las posibilidades estaban frente a mí, no tenía dudas de que aun conociéndolas habría tomado la misma decisión. Soy un rojo que ha vivido muchos en infiernos, he padecido incontables agonías, pero estaba dispuesto a regresar a la peor de todas ellas si tan solo conseguía tener a su lado unas horas de ese paraíso que ya había probado. Solo por ese momento, ya estaba dispuesto a pagar cualquier precio. Si tenía que morir, así fuera.

—Entonces no tengo nada más que decir. —Silas había aceptado mi palabra, sabedor de que cumpliría con ella. Había conocido a mi madre, sabía que no era solo un mercenario, era un hombre de honor, de los que cumplen con su palabra.

—Será mejor que regresemos a la cabina de mando. Tienes que hacerte con los controles del Fénix antes de que lleguemos a Maät. —él asintió.

El plan seguía en marcha, y él debía cumplir con su parte. Permanecería en la nave a la escucha, preparado por si tenía que hacer una incursión para rescatarnos. Pero para hacerlo debía saber pilotar el Fénix, al menos lo suficiente para despegar, llegar hasta nosotros y disparar si fuese necesario, todo ello sin estrellarse antes. Silas no protestó cuando le asigné esa tarea, sabía que era necesario, y por el bien de la misión lo haría. Él era el más interesado en que la postulante fuese bendecida.

Al llegar a la cabina, encontré a Arcángel sentado en los controles, mostrándole a Nydia para qué era cada mecanismo. Ella observaba atenta sus explicaciones, como un niño que sube por primera vez en una nave espacial. Me dio envidia el ver como ella no perdía detalle de sus palabras, pero no dije nada. Cuando tuviésemos tiempo, yo mismo le enseñaría a pilotar el Fénix.

Mientras la observaba, me daba más cuenta de lo diferente que era a todos nosotros, y sobre todo, a una mujer de mi raza. Ella no viviría el emparejamiento con la misma intensidad que una roja, ella no tenía celo, no era como nuestras hembras. ¿Me partiría de su lado con facilidad? ¿Sería como esas hembras pájaro? ¿Cómo esas nobles estiradas que solo veían en los hombres el estatus y la posición social? No, ella no era así, ella era sencilla, noble, ella... Ella podía cambiar.

Sacudía la cabeza para apartar todas esas ideas de mi cabeza. Me daba igual cómo viviese ella nuestro emparejamiento, para mí era lo que era, y lo entregaría todo por ella.

Rigel - Estrella Errante 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora