Capítulo 27

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Como mañana voy a pedírmelo libre, aquí os adelanto el capítulo.

Nydia

Observé en silencio como Gara preparaba el baobab. Cortó las raíces de un solo tajo, luego las ramas, quedándose solo con el tronco suculento. Con un pequeño cepillo que limpiaba regularmente, iba retirando los restos de tierra de su superficie. Después, cortó el tronco a lo largo, consiguiendo dos mitades. Con cada una de esas realizó otro corte igual, consiguiendo así 4 cuartos. Después, comprobó que la plancha de cocinado estuviese calentando. Cortó los cuartos en rebanadas triangulares, y las fue colocando en la plancha con rapidez. Chisporrotearon cuando entraron en contacto con la superficie caliente, pero enseguida comenzaron a tostarse como si fueran tostadas untadas de margarina.

El aire olía a papel untado en azúcar y después quemado, no sé como explicarlo mejor. La verdad, en otra ocasión no habría tenido mucha intención de comerme eso, pero en ese momento, estaba tan desesperada por morder lo que fuera, que solo con verlo cocinarse ya me daban ganas de comérmelo.

—Sé lo que estás pensando. —Gara tenía la vista sobre las rebanadas, tratando de dorarlas por cada lado sin que llegaran a quemarse, cambiándolas por otras nuevas cuando las retiraba del calor.

—¿Qué nunca antes he comido algo como eso? —Ella rio a mi comentario.

—Más bien que cómo acabamos añadiendo a nuestra dieta un trozo de madera.

—¿Eso es madera? —Estiré el cuello para verlo mejor. ¿Y pretendía que yo me comiera eso? ¡Que no soy una termita!

—Antiguamente lo calificábamos así, aunque realmente no lo es. Cuando está cargado de agua, sus fibras se vuelven más blandas, por decirlo de alguna manera. —La cabeza de Silas asomó de alguna parte.

—¿La fibra se convierte en digerible por el intestino humano? —Realmente estaba muy interesado en.

—Sigue siendo fibra, nuestro aparato digestivo no tiene mucho que sacar de ella, salvo el agua que almacena en sus pequeños depósitos. Al sellar las paredes, retenemos el agua dentro, haciendo que al morder y masticar tengamos la sensación de estar comiendo algo consistente, aunque realmente es un 97% agua. El resto es un tipo de fibra que pasa sin problema por nuestro sistema, arrastrado algunos residuos. —Vamos, lo que los médicos decían que necesitabas comer para ir al baño; fibra para mejorar el tránsito intestinal, nada de estreñimiento.

—Entonces no tiene ningún aporte calórico. —Gara me tendió un trozo recién sacado de la plancha para que lo probase. La curiosidad venció al miedo. Mordí aquel trozo, para descubrir una textura similar a esas tortitas de arroz inflado que suelen usarse en las dietas de adelgazamiento por su alta sensación saciante y bajo aporte calórico. Y el sabor... nada de nada.

—No da energía, pero llena el estómago vacío. —Aquel comentario me dijo mucho. Si esa planta había sido el milagro que los había salvado de morir, no era por que les alimentó, sino porque sació sus tripas, engañándolas, haciéndolas creer que estaban llenas de alimento, cuando en realidad era una ilusión. ¿Qué por qué sé de estas cosas? Pues porque la abuela me hablaba de los tiempos en que ellos pasaban hambre, cuando la mayor delicia era comer un trozo de pan regado con un chorrito de aceite y un poco de azúcar por encima. No quería ni imaginar el tiempo que esta gente había pasado privaciones. Y ahora entendía mejor porque sometáis a las plantas del invernadero a una producción tan intensiva; la comida todavía escaseaba.

Escuché un pitido junto a mí. Al girarme, encontré un pequeño aparato que Silas estaba apuntando hacia el trozo de baobab que estaba rumiando. Lo siento, pero es que me sentía un conejo comiendo aquello, como los que tenía la abuela en el pueblo. Me pasaba las horas perdidas contemplando sus mofletes moverse cuando comían; me parecía gracioso.

Rigel - Estrella Errante 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora