Capítulo 5

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Silas

La señal en el monitor me decía que la nave del mercenario había salido del sistema, era hora de dar el siguiente paso. Saqué el Telstar y lo activé, me puse el conector en la cabeza y cerré los ojos para concentrarme. El aparato era lo último en tecnología de telecomunicaciones, algo que no estaba al alcance de un sencillo monje, pero que sí podía permitirse un noble azul, y ese era el Barón Du Cort.

Cuando llegué a este planeta tenía una misión que iba más allá de lo que aquel hombre me había pedido.

—Necesito un descendiente de Amón Púmisse, a ser posible hembra.

El Barón había estudiado todas las expediciones en las que había participado el Lord azul, revisado todos los datos que había sobre sus puestos de avanzadilla, de los campamentos de exploración, y seguro que encontró más de una transgresión del cuervo. No, no es que él descendiera de uno, su raza descendía tan solo de un ave, pero me había familiarizado tanto con la vida en la tierra, que no podía evitar compararlo con ese pájaro ladrón que no podía evitar apropiarse de los objetos que le parecían interesantes por su brillo. Amón Púmisse, era un vividor de clase alta noble, al que sus familiares enviaron a las misiones de exploración para alejar sus escándalos del planeta y de la civilización.

Era un depravado, acostumbrado a saciar sus apetitos con cualquier ser vivo a su alcance. Le daba igual expoliar, robar, matar.... Y sus apetitos no solo eran de posesiones o manjares exóticos, sino que le gustaba probar el sexo con cuanta especie o raza que cayera en sus manos, cuanto más rara, mejor. Luego disfrutaba vanagloriándose de ser el único que se había acostado con esta u otra raza. Su sobrino Esus Olisse era absolutamente igual. En mi opinión, debía ser una desviación genética por tanto cruce consanguíneo por mantener no la pureza de su estirpe, sino por conservar el poder dentro de la familia. La endogamia es lo que tiene.

Esus Olisse había sido inhabilitado por el Alto Consejo para ostentar el trono azul, aunque él no se resignaba con esa decisión. Había cometido el peor de los crímenes, había asesinado a toda su familia, a cualquier miembro de la línea de Isse que pudiera arrebatarle el trono. La casa de Isse era todo poderosa en su planeta, y dominaba a su pueblo con puño de hierro. Se habían asegurado de que ninguno de sus súbditos, que no fuese de sangre noble, no solo portase la semilla, sino que pudiera alcanzar el rango de dirigente. Asesores y visires tenía en gran número, pero solo él, como único heredero directo de la línea Isse podía ostentar la corona.

Así Esus Olisse, único heredero de la casa de Isse que seguía con vida, era no solo el rey absoluto del pueblo azul, sino que era el único que podía llevar la corona azul en el Consejo de los Altos. ¿Qué por qué no se había conseguido otro heredero viable? Porque él se había encargado de exterminar a todos los existentes, incluso sus propios bastardos habían sido eliminados. Y aunque su apetito sexual era todavía enorme, se aseguraba de no concebir ningún heredero, bastardo o no.

Si tan solo apareciese un heredero con la suficiente marca genética de sangre real azul, el Consejo de los Altos no tendría ningún reparo en admitirle como postulante al trono azul. Cualquiera serviría en lugar de Esus.

Y esa era la carta que quería jugar el Barón Du Cort, encontrar un heredero viable de la casa azul, y sentarlo en el trono. Con la renovación del ciclo tan cerca, un nuevo postulante al trono azul sería aceptado sin vacilación, y la persona que lo habría puesto ahí tendría una ventaja política sobre el resto. Y en el Consejo de los Altos, la ventaja política lo era todo, porque en la votación podía significar que tu luz fuese la que recibiese la corona blanca. Política, había que entenderla y dominarla, tanto las viejas leyes como las nuevas, debían de conocerse si querías hacer prevalecer sus deseos sobre los del resto.

Y ahí venía la petición del Barón Du Cort, quería un heredero viable de Amón Pumisse, alguien que estuviese por encima en la línea de sucesión de los Isse, alguien que le arrebataría la corona a Esus. Y si era hembra, Du Cort podía incluso concertar un matrimonio con ella. Y sabía por qué querría algo así. Su propio padre, el consejero An Cort, todavía no había escogido postulante al trono violeta, y eso solo podía significar que tenía sus dudas sobre si escoger a Du Cort. No era un secreto que su sobrina Columbia estaba trabajando en su propia carrera política, y que pese a su juventud, había derribado a muchos políticos para estar más cerca de su tío. Du Cort la llamaba la trepadora, y estaba totalmente de acuerdo con él, ella era astuta y retorcida, y no tenía escrúpulos en utilizar cualquier arma política disponible para conseguir lo que quería; el trono violeta.

Con el cambio de ciclo, aquellos que estaban en ese momento ocupando un trono, cedían su sitio a un nuevo rey, que sería coronado en la ceremonia de la renovación, y de esa ceremonia, también saldría aquel que ostentaría la corona blanca. Cuando me fui de Sirio para cumplir con mi servicio como guardián del planeta Tierra, en el Consejo de los Altos faltaban dos tronos por ocupar, el de los azules, ya que inhabilitaron a Esus por unanimidad, y el rojo, porque la plaga negra se había encargado de apagar la luz de todos ellos. Hay quién decía que todavía existían algunos luces rojas, pero que estaban tan asustados de que su luz se volviese negra, que permanecían recluidos en lugares ocultos.

Así pues, si el Consejo de los Altos constaba de seis luces o colores, y faltaban dos, bastaba con conseguir el boto de dos colores para que tu candidatura al trono fuese aceptada. Con tres votos la corona era tuya. Si Du Cort conseguía el voto de la casa azul, su padre consideraría en presentarle como postulante al trono violeta. Nada como acariciar la corona blanca para conseguir los favores del resto de casas. Todo el mundo sabía que el juego político llevaba desarrollándose desde antes de que yo me fuera, hace algo más de 50 años. Pero ahora que la fecha se acercaba, conseguir un último voto podía decantar la balanza hacia otro lado. Las alianzas creadas formarían parte del pasado.

La melodiosa voz de Du Cort resonó en el enlace sináptico de mi Telstar. Uno no se acostumbraba a usar estas cosas cuando llevaba toda su vida trabajando con los escasos recursos de la Confederación para la Protección de los Planetas Emergentes. O como la llamaba todo el mundo, la CPPE.

—¿La tienes? —Él sí que iba directo al grano. Supongo que había esperado mucho para recibir noticias mías. Si me había demorado no era por hacerlo sufrir, sino porque tenía que seguir el plan principal, no el suyo.

—En este momento está en camino.

—¿Confirmaste su pureza? — Eso era todo lo que le interesaba de la hembra, que fuese una postulante viable.

—Me ha costado encontrarla, pero es la elegida. —Él no podía entender todo el significado que tenía para mí esa palabra. Porque Du Cort solo pensaba en una corona, en el cambio de ciclo. Yo pensaba en algo mucho más importante, en que ella era la destinada a acabar con la guerra. Pero eso, ni él ni casi nadie lo sabía. Pero las matemáticas eran las que eran, y si eso no fuera suficiente, el oráculo había hablado. El mercenario iba camino a Sirio, con la esperanza de más de uno, era la esperanza de todos.

Rigel - Estrella Errante 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora