Capítulo 26. Este es el fin... No. No lo es.

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Jamás en su vida Eleanor había estado a cargo de ningún niño. Los únicos niños que la joven conocía eran los pobres niños hijos de los jornaleros y campesinos de su padre y de otros señores, niños analfabetos, ignorantes y pobres.  

Aún así no sabía que hacer, pero si algo sabía era que no podía conservar a esos niños con ella. Desde hacía mucho tiempo se había hecho la idea de que moriría en batalla, no habria nadie aparte de sus hombres, que le llorase o extrañase, y si así lo hicieran, no había nadie que la necesitase, hasta ahora. 

El desventurado suceso del que acababa de ser testiga, le había dejado más compromisos y problemas de los que necesitaba. 

Ahora tenía consigo la tutela de dos menores, Mary y Santiago. 

Podría pedirle a su padre trabajo para ambos cuando crecieran, pero mientras buscaba opciones montada en su fiel Bucéfalo que cabalgaba directo a la ciudad y con el susodicho Santiago montando con ella, pensó, quizá podría enviar a Santiago a estudiar al extranjero fuera de Valengo, o cuando menos a otra cuidad, tenía dinero de sobra para hacerlo. Era una mercenaria muy rica. Pero desacerse así de un niño que le había mostrado respeto y admiración hacia ella la hacía sentirse la peor de las cobardes. Recordar la emoción con la que le hizo incontables preguntas al enterarse que su héroe, el lobo, no era hombre sino una mujer, la llenaba de ternura desconocida. 

Tenía suficientes problemas en la capital. La inminente guerra, la insana "admiración" del rey por ella, el pequeño problemilla de que su cabeza podría ser arrancada por el ejercito al más mínimo error, por si fuera poco, su ridiculo enamoramiento del coronel enemigo y ex cuñado Max, y su reciente tración, la bruja de Sabella, el encargo de espionaje en palacio, y otros muchos problemas acarreados que conforme avanzaban las horas le recordaban que no era  seguro para los niños permanecer con ella. 

Cabalgaba con el resto de los miembros del grupo. Todos estaban acostumbrados a ver escenas terribles como la que habían mirado ese mismo día. Pero últimamente Eleanor se había endurecido aún más de lo que ya estaba. No se podía permitir un solo segundo de debilidad. 

-¿Que harás ahora con los niños? -Le preguntó George cuando se dió cuenta que el pequeño Santiago dormía profundamente, mientras él llevaba en brazos a la pequeña Mary que parecía calmarse con en sus fuertes brazos. Quizá la torpeza de los movimientos de un hombre tan grande como George divertían a la pequeña bebé. Su madre ciertamente había sufrido horrores y Eleanor no quería que nadie pasase algo semejante y como medida, los puñales que habían comprado y fabricado fueron repartidos a las mujeres más maduras para defenderse, no a las niñas, quizá alguna niña en su dolor y trauma intentaría un crimen contra su propia vida y eso no querían que sucediera. 

-¡Aún no lo sé! ¡Es peligroso quedarme con ellos, he trabajado siempre en solitario y unos niños consumirían mi tiempo, no puedo permitirme las más minima debilidad! -Respondió ella. 

-¡Tienes razón! Pero hay algo más que creo saber, muchacha, ¡Temes encariñarte con ellos! 

Eleanor lo miró fijamente. 

-¡Quizás si, quizás no...! 

-Se que esos niños son una gran responsabilidad, y te pregunto si sabes que harás, personas como nosotros no están para dedicarse a la familia, Bella, debes hacer algo para protegerlos si sucede algún desastre. 

-¡Solo son niños! ¡No me gustan los niños, o al menos no la mayoría! ¡Seguramente enviaré a Sebastián a alguna escuela donde le enseñen las letras y pueda estudiar para ejercer un oficio de su gusto, y si Mary quiere casarse algún día estará bien, y si no quiere hacerlo le dejaré un fondo para su uso. Me encargaré de protegerlos a ambos aún después de que yo muera. Se lo prometí a esa mujer. 

LA LOBA VINTERIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora