Capítulo 17. Parte 2

39 4 5
                                    

Había despertado. No era una ilusión, ella había abierto los ojos, el conde aún no lo asimilaba y no es que estuviera preparado para que ella partiera, pero había tan pocas posibilidades de que ella sobreviviera que él se quedó quieto con sus labios cerca de los de ella pues temía que si se movía descubriera que había sido una ilusión.

Maximilien quería saltar de la emoción, ver sus ojos nuevamente y respirar su aroma femenino. La amaba. Comprendió. Nunca antes se había sentido así. Fue una revelación que llegó en el momento, aunque tal vez hubiera ayudado la charla con su amigo Frailán la noche anterior, pero ahora estaba seguro que amaba a la muchacha. Ella debía ser suya.

-Eleanor, muchacha. –Murmuró Maximilien en voz baja tocándole los hombros suavemente. -¿Cómo te sientes? ¿Me reconoces?

-Vos peleaste contra los míos, apártate de mí. –Dijo ella alejándose. Maximilien se quedó estático y su expresión cambió a una mirada fría.

-Soy coronel del ejército del rey. –Maximilien pensó que si quería a la muchacha, debía ser sincero con ella ya que tarde o temprano se enteraría de quien era. Quizá se había adelantado o no debió decir tal cosa porque cuando la muchacha lo escucho su expresión de alerta aumentó aún más. Pasó de mirarlo con recelo a mirarlo con odio.

-Sabias lo que hacías, mataste a mi gente por ese cobarde que debe estar muerto. –Gritó ella para después moverse más lejos de él pero su cuerpo no le respondía y terminó tumbada en la misma posición en la que estaba. Maximilien se apresuró a ayudarla y aunque ella intentó detenerlo él la ignoró y siguió cuidándola.

Eleanor se había vuelto a dormir mientras Max hacía de enfermera de la muchacha, si bien era cierto que él obedecía a alguien tan malvado con su pueblo que no merecía ser rey, Maximilien como servidor de la corona no tenía otra opción. E incluso se había enterado en día anterior por labios de su amigo el general que el marqués Vinteri estaba financiando el movimiento rebelde lo cual asombró mucho al conde, pues no comprendía que motivos podría tener el marqués para arriesgar su pellejo así, dudaba mucho que eso tuviera relación alguna con Eleanor pues a sus oídos había llegado que padre e hija no se trataban en años. Ni él ni su amigo pensaban delatar al marqués, pues a pesar de que ellos estaban obligados para servir a la corona, ciertamente el marqués no.

Eran pasadas del mediodía cuando Eleanor despertó. No estaba de buen humor e intentaba levantarse de la cama pero Maximilien se lo impidió.

-Ni siquiera sé qué haces aquí. –Empezó a discutir Eleanor.

-Te vi en la batalla y me preocupé mucho que vine después aquí. Estabas herida, inconsciente y con fiebre y me dediqué a cuidarte desde la tarde de ayer. –Explicó el conde mientras le ayudaba a sentarse en la cama para darle el desayuno que él mismo había preparado.

Ella no respondió y sólo asintió con la cabeza cuando Maximilien la instó a comer, no era algo muy digno de la realeza pero para Eleanor era mucho más de lo que se había permitido comer en años. El desayuno consistía en varios trozos de pan finamente tostados y cortados embarrados de mantequilla, queso y acompañados de un vaso de leche. Después en un deprimente cuenco ancho había huevos hervidos y salchichas junto con jugo de naranja.

-¿Cómo has podido hacer un desayuno así?-Preguntó ella mientras saboreaba su desayuno.

-Bueno, no soy tan malvado como piensas. Mi abuela me enseñó a cocinar pues esa era una de sus habilidades y ciertamente era muy buena en ello. Y sobre cómo lo he conseguido, pues he visto que tienes un par de gallinas en el establo, yo había traído comida anoche que regresé y tu necesitas recuperarte. –Eleanor no podía comprender que hacían dos gallinas en sus establos si ella nunca las había visto.

LA LOBA VINTERIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora