41. Reanudando el camino

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El astro rey se ocultaba en el horizonte de las gélidas tierras del Pico Nevado, dándole al cielo esa coloración tornasol que causaba una mezcla de alegría y melancolía a quien lo contemplase.

Siendo partícipes del espectáculo, estaba la pareja a unos pocos metros de la cabaña, sentados encima de un tronco caído que se encontraba en el sitio, mientras se abrazaban y compartían una suave cobija de lana. Link había formado una fogata para que él y su amada pudieran calentarse.

El príncipe había localizado una superficie de hielo frágil donde se podían visualizar varios barbos nadando debajo, así que usando su espada rompió el frágil suelo para luego ubicar la caña de pescar en medio de unas rocas para que se sostenga, esperando que algún pez cayera en la trampa. Finalizada su acción, se dirigió a sentarse con su esposa en el tronco para conversar.

Juntos habían pasado una mañana y tarde maravillosas, donde una vez más los juramentos de amor se convirtieron en los testigos del eterno lazo que los unía, haciendo que desaparezcan las inseguridades que sentían debido a las duras pruebas que aún les tocaba enfrentar.

- Guardaré este hermoso día en lo más profundo de mi corazón. – dijo la joven, sintiéndose dichosa.

- Quise que tengas un cumpleaños feliz a pesar de no estar en la capacidad de organizarte algo importante. – contestó el príncipe, sintiéndose un poco apenado por no darle a su esposa lo que merecía.

- No necesito de esas cosas, reconozco que las fiestas son divertidas, pero nada se compara a estar contigo viendo esta hermosa puesta de sol.

La princesa, una vez más, se puso a contemplar el anillo que su esposo le había regalado. Desde siempre había estado rodeada por las joyas más lujosas por su alto rango, ya sea porque sus padres u otros nobles, con los que se había relacionado, se las habían obsequiado, sin embargo, ninguna se comparaba a la de su amado, pues aparte de ser exquisitamente bella, simbolizaba el compromiso de amor entre ambos.

- Veo que te ha gustado mucho el anillo. – dijo el joven, complacido.

- Es hermoso, simbolizan las valiosas palabras que me dijiste en este día.

- ¿Sabes una cosa? Shad tuvo mucho que ver en esto. Él pulió la piedra y el oro que lo forman.

- ¿En serio? Ahora recuerdo que su padre se dedicaba al negocio de la orfebrería. Era muy próspero.

- Una de las razones por las que me quede en Villa Kakariko fue para a ayudarlo a salir de la banca rota. Gracias a mis conocimientos pude ayudarlo, y en agradecimiento él creó la joya usando el Objeto Perdido de la Diosa.

- ¿Objeto Perdido de la Diosa? – preguntó sorprendida.

- Sí, me dijo que perteneció a una antigua Diosa cuyo nombre desconocía, pero que su tipo estaba completamente extinto. Nadie tiene tu anillo, Zelda, pues esta piedra es única e irrepetible, al igual que tú. – respondió, dándole a su amada una tierna caricia en el rostro.

A medida el joven relataba la historia de la piedra, la princesa se la quedó observando con sumo interés. No era la primera vez que tenía en sus manos un objeto como ese, el cual estaba íntimamente relacionado con ella y con su príncipe. Sin embargo, la memoria la seguía traicionando, pues todo lo que tenía que ver con la relación entre ellos no lograba recordar.

Luego de dejar sus pensamientos de lado, vio que el joven portaba la ocarina en sus manos, mientras la limpiada cuidadosamente con una franela.

- La ocarina... ¿Puedo verla? – preguntó Zelda, estirando la mano para que Link se la dé.

Una vez que el joven le entregó la ocarina a su esposa, ella se puso a observarla detenidamente. Algunos recuerdos de su pasada vida relacionados con el instrumento comenzaron a invadirla; y sin poder visualizar algunos de ellos de manera clara, le hicieron sentir una mezcla de felicidad y angustia al tenerlos. Trató de controlarse para no preocupar a su amado.

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