47. Desgracias al acecho

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La frescura de la noche mecía armoniosa y delicadamente las hojas de los árboles del Templo de las Sombras, mientras algunas por la fragilidad de su tallo caían con gracia al verdoso suelo.

La joven sheikah se encontraba sentada en una de las bancas del jardín, pensativa y seria debido a todas las preocupaciones que ocupaban su mente, sobre todo con la situación que se había dado en la tarde, donde el alter ego de su pupila había sido descubierto por su esposo, causando entre ellos una terrible polémica. A eso se sumaba la mentira que Zelda le había dicho debido a los largos días de ausencia que había tenido el mes pasado.

En la lejanía, Zelda observaba a su mentora, dudando si acercarse para hablar con ella. Se sentía muy mal y avergonzada de haberle mentido, pero tenía que actuar con madurez y asumir las consecuencias de sus actos.

Luego de haberlo meditado y acumulado el mayor valor posible, se acercó hacia Impa y se sentó a su lado, causando en ella una gran sorpresa.

- Princesa...

- Por favor, Impa, déjame hablar.

La sheikah guardó silencio ante la petición de la joven, mostrándose dispuesta a escuchar lo que tenía que decirle.

- Reconozco que hice mal en haberte mentido. Para serte sincera, mi plan inicial era simplemente ir a salvar a Link y regresar al templo cuanto antes, pero al final mis sentimientos terminaron por dominarme y decidí quedarme con él hasta que Grahim hiciera aparición.

- Una total insensatez. – dijo Impa, indignada.

- Sé que fue una locura, una completa insensatez con la que arriesgué mi vida y rompí tu confianza... pero al haberme reencontrado con él no pude ni quise separarme de su lado. Por ese momento mis deseos me dominaron por completo, pues desde que empezó todo este camino de sufrimiento y lucha constante, me he sentido muy sola...

- Zelda, yo...

- Por eso tomé esa decisión, una de la que ahora me arrepiento por lo que ocurrió el día de hoy. – relató la princesa, sintiéndose apenada con el asunto.

- Princesa... – expresó a sheikah, apenada.

- Espero puedas perdonarme. Lo que menos quiero es que estés decepcionada. No quiero que la imagen que tienes de mí se desvanezca por mi imprudencia.

Luego de que la princesa terminó con su explicación, Impa la observó con detenimiento. Percibió en ella profundo arrepentimiento y sobre todo sinceridad en cada una de sus palabras.

Siendo así las cosas, no le veía caso seguir enojada.

- Prin... No... Zelda, esta vez pienso hablarte como una amiga, no como tu mentora.

Zelda se sorprendió al escuchar a Impa llamarla solamente por su nombre, acción que la hizo sentir muy bien, pues desde hace tiempo anhelaba eso.

- Yo no tengo nada que perdonarte. Como te dije antes, tú ya eres una mujer adulta y sabes lo que haces. Es cierto, arriesgaste tu vida al haber hecho eso, pero yo no soy quién para juzgarte, pues todo lo hiciste siguiendo lo que dictaba tu corazón...

- Impa... – expresó Zelda, impresionada al haber escuchado sus palabras.

- Yo te admiro mucho por ser como eres, tan firme en tus deberes, pero a la vez valiente para asumir tus sentimientos. Esa capacidad que tienes para luchar por lo que amas es lo que verdaderamente te ha fortalecido, incluso mucho más que a los duros entrenamientos o a las largas horas de meditación. En ese sentido, quisiera tanto ser como tú, Zelda, por los motivos que tú ya conoces y deseo no mencionar. – comentó Impa, refiriéndose a su situación y a la de Azael, la cual le costaba aceptar debido a la dureza de su alma.

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