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Mangle

El aspecto de este animatrónico me pareció todavía más sospechoso. Ahora no tenía nada de su disfraz más que una chamarra color verde oscuro, guantes y un gorrito negro. Lucía un poco como si el objetivo de su ropa no fuese el de protegerse de los menos diez grados centígrados allá afuera, sino para poder cubrir lo más que pudiera su rostro y en general su cuerpo tembloroso y sucio. Tengo un mal presentimiento de que algo malo sucederá, pero realmente mi sistema no puede predecir lo que será, solo sé que será una situación en la que los dos podríamos estar en riesgo; sí, definitivamente iré con Freddy, pero no podemos dejar que él se entere.

   —Bien, regresaré a las cinco de la tarde. Necesito que tengas todas las cosas que vas a llevar, pues es probable que ya nunca vuelvas aquí. —Sonaba como si supiera todo lo que iba a pasar en el viaje.

   —De acuerdo, estaré listo.

   —Perfecto —dijo con una sonrisa chueca—, nos vemos, Freddy. —Entonces lo perdí de vista por el reflejo del sol en la mañana.

   Podía notar que Freddy no estaba del todo seguro de lo que estaba haciendo; siempre que está nervioso encorva su espalda o tiene sus orejas hacia abajo, además de no querer responder a mis preguntas o a los poutines que yo le ofrezco de vez en cuando. Él estaba observando la puerta de enfrente mientras escuchábamos el sonido del camión de ese sujeto volverse más tenue. Observaba la puerta como un pozo sin fondo en el que dejó caer la única oportunidad que tuvo para ser feliz; sé que él tampoco confía del todo en él, pero también entiendo la urgencia de hacer algo por cambiar su vida y cumplir un propósito. Caminé al lado de él y tomé su hombro en señal de confianza; la necesitaba.

   —No te preocupes, Freddy, yo te ayudaré en este viaje, te aseguro que no me verá.

   Freddy sonrió suave y desesperanzadamente hacia mí. Se dio la vuelta y regresó al cuarto.

   De alguna forma sentía como si mi pecho estuviera descubierto en las afueras del restaurante, como si cientos de copos de nieve hubieran aterrizado en este y me obligaran a respirar hondo sin satisfacer la necesidad de oxígeno. Ese oso me recuerda a aquellos tiempos en que creía que ni siquiera yo era capaz de sobrevivir con ellos; dirigí mi mirada hacia el stage. Es cierto que los cambios son un bache en el camino de la vida, pero a veces los mejores zapatos no podrán cruzar sin la ayuda de un tacón rígido. Me siento bien de estar aquí y haber logrado que un animatrónico no arriesgara su espalda por una lección de vida en este restaurante. Tal vez algunos piensen que no es justo, pero para mí es un mejor regalo ver lo que quiero ver en los animatrónicos que no pueden ver.

   Así como Freddy, tomé varias de mis pertenencias en el stage y comencé a empacar. Dejaré un recado en la oficina del lugar en donde explicaré mi situación por tiempo indefinido: estaré en reparación por un accidente durante la jornada laboral, así que no regresaré hasta que se tenga la certeza de que soy viable para estar cerca de las personas de nuevo. Yo sé cómo escribir como si fuera un humano, así que no habrá ningún problema. Si todo sale bien, en cuestión de días estará llegando un nuevo animatrónico al restaurante que ocupará mi puesto hasta el final de los tiempos, o al menos hasta que aprenda a ver. Echaré de menos todos los buenos y malos recuerdos que pasé entre estos muros decorados con pizzas y dibujos de los niños; quiero decir, a pesar de mi abominable forma de aprender a quedarme aquí y disfrutar de mi tiempo libre, las cosas alrededor comienzan a tener un significado para mí. Sería terrible que alguien tomara hasta el mueble más pequeño del lugar y lo tirara o lo vendiera, todo aquí se convierte parte de mí hasta que comience a volar lejos. Es la hora de decirle adiós a todo lo que fui y recomenzar como el animatrónico de otro restaurante, así es la vida.

La margarita IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora