Cuarenta y dos

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XLII. Fantasía trágica.

«Se dice que tres osos podrían estar destrozando a un lobo, pero sus compañeros jamás retrocederán ni lo abandonarán.»

—¿Has enloquecido, niña? Ese monstruo lo dijo y yo como chamán lo sé muy bien también. El espíritu que te posee está atrapado en este plano. Si la sacan a la fuerza de tu interior, morirás.

Mientras la voz ondulante y cadenciosa de su maestra todavía pululaba en su mente, pensamientos no interpretados, pero sí experimentados, se ordenaban dentro de ella como en un relato. El vacío oscuro en el que se encontraba le permitía tal escrutinio a su interior, ahora más espacioso. Curioso era que en el vilo de su prevalencia o desgracia tuviese la oportunidad para reflexionar, pues una calma que poco conocía la rodeaba como nunca antes. Sus pensamientos difusos entonces se volvieron claros como el agua.

Había oído y presenciado muchas cosas crueles. Su vida se podría resumir en una endeble realidad cruenta. De forma entendible, la esperanza de una vida larga nunca fue algo que pasara por su cabeza, eso claro, hasta que salió del refugio. Allí descubrió el mundo, uno nuevo que no habían visto sus ojos antes, uno que le ofrecía oportunidades y hasta cierto apoyo para que sobreviviera. No todo parecía estar en contra. Luego tuvo que afrontar el miedo basada en espanto y sin un prolongado descanso se volvió a topar una y otra vez con situaciones que llenaban su vida, a la vez que la ponían en una cuerda floja, más delgada que el filo de cualquier cuchilla. Nunca había estado tan viva andando cerca de la muerte, aunque fuese contradictorio. Su existencia, que siempre pareció estar en pausa, estancada, se reanudó cuando tomó su primera decisión propia: salir, y, por ende, vivir. Ella nunca esperó aventuras ni mundos nuevos, menos un viaje sin retorno a su viejo yo, pero admitía con abnegación y no lo negaría si le preguntasen sobre quién impulsó su cambio, su autodescubrimiento. Primeramente, respondería; «yo misma, en mi necesidad», pero sería hipocresía sino añadiese de inmediato; «y luego, él». Porque si no fuese por Nilah, ella habría seguido ese ritmo agonizante de vida hasta caer en uno de los muchos agujeros que cava la muerte. El haberse reencontrado con el lobo negro la orilló a correr por su vida, esa que creyó valía poco, y no contento con eso, la hizo luchar por ella, llevándola a tomar armas para defenderse por vez primera. Incluso si no fue la mejor forma de motivarla, el miedo la instó a valorar su integridad y dignidad como persona. Se comenzó a respetar cuando se vio capaz de trazar planes y de cuidarse sin necesidad de Brinda, no de una manera mezquina, sino con la pura necesidad de alargar la vida que había comenzado a experimentar. Sin proponérselo, mientras huía de la calamidad se fue formando en su interior un propósito de permanencia en esa tierra, de dejar huellas y no de esconderlas. Ya no quería perecer sin siquiera intentarlo, ya no quería sólo existir. Al sentir la muerte rozarla con tanta frecuencia, los pensamientos futuristas no le daban tregua. «Quisiera volver con los aldeanos. El lobo negro me necesita para no morir de frío. No quiero que más niños pasen por esto». De pronto, se halló llena de propósitos que la requerían sana y salva. Comenzó a anhelar una vida plena. «¿Y si cuando todo esto acabe, yo...?» Se preguntaba cada tantos. Sus propios pensamientos la tomaban por sorpresa. «¿Desde cuándo he dejado de ser una presa?» Esa no era la pregunta correcta. «¿Desde cuándo he dejado de sentirme como tal?» Quizá por ahí iba la cosa. Tal vez cuando los monstruos dejaron de ser monstruosos, al menos con ella. Y al pasar por ese montón de sucesos, las ansias de experimentar más emociones y situaciones no hicieron sino crecer. Hasta que se descubrió deseando no morir, o al menos, no morir sin que valiera la pena el dar la vida.

Tranquila, maestra. No planeo morir. Una sonrisa inusual se extendió por sus labios, dejando atónita a la anciana. Porque no voy a hacer el mismo ritual de mi madre.

En plata renacerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora