Ocho

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VIII. Veneno.

Habían pasado trece días desde la llegada a la cabaña de Nilah. Las humanas se recuperaban a buen paso y el tiempo se hacía nulo, pues cada uno tenía sus propios asuntos que atender. Brinda se la pasaba tendida en el sofá, Niel curioseaba el territorio bajo el ojo vigilante de Nilah, Darío iba y venía como un nómade y el dueño de casa manejaba un balanceado horario que le permitía ocuparse de sus cosas sin perder de vista a Níniel. No era que desconfiara de ella, pero podía oler a kilómetros sus ganas de escaparse. Era muy transparente en ese sentido. Mas no le molestaba tener que echarle un ojo cada cierto rato, pues no se cansaba de admirar su faz, ya que era lo único que podía obtener de ella. No habían vuelto a hablar después del incidente del híbrido, no se cruzaban casi nunca y Níniel ni siquiera lo miraba, cosa que lo que le deprimía considerablemente. Lo único positivo de esa situación era que ya no percibía ese miedo agonizante en ella. Todavía sentía temor, sí, pero ya no parecía que fuera a orinarse apenas lo viera. Se podría decir que progresaron.

Dejó de observar a Níniel a través de la ventana porque comenzó a ver doble. Se restregó los ojos, intentando clarear su visión y lo logró, pero en cambio su corazón se puso a latir con irregularidad. Posó una mano en su pecho, sintiendo los vigorosos latidos. ¿Qué le sucedía de repente?

Volvió en sí mismo al oír cómo la humana postrada tosía frenética en la sala de estar. Dejó su puesto de vigilancia y acudió en su auxilio, al parecer tenía sed. Mosqueado por tener que atenderla, le tendió un vaso de agua y se quedó allí esperándola, pues no quería que se atorara al beber acostada. Cuando acabó, se llevó el vaso y otros trastos sucios a la cocina y aprovechó para lavarlos, pues no le gustaba tener loza esperando ni su casa desordenada, con la pelirroja tirada en su recibidor era suficiente. Con eso en orden, volvió a la pequeña habitación en la que antes estaba, una que usaba para guardar sus cosas y pasar un rato solo. Dio una ojeada al exterior y se encontró a Níniel mirándolo desde el patio, con sus ojos bien abiertos y en absoluta quietud. Nilah no rehuyó el contacto visual, no hasta que percibió las vigorosas pisadas de Misha acercándose y, antes de poder advertirle que Níniel estaba ahí, el pomposo lobo ya había salido de atrás de unos arbustos con un salto magnífico que asustó a la humana, al punto de hacerla caer sobre su trasero. Nilah se masajeó las sienes, nada le salía bien.

—¡La alegría ha llegado! —se anunció Darío cuando entró por la puerta trasera, apenas poniéndose unos calzoncillos mientras arreglaba su cabello.

—Dirás mi agonía —gruñó el Velkan, saliéndose de la ventana. Fue hasta su biblioteca y tomó un libro, listo para ignorar a su amigo. Justo como previó, este entró escandalosamente a su espacio y empezó a parlotear.

—Adivina dónde andaba. Ajá, cerca de Alma mater, con los chicos. ¿Puedes creer que ya somos una leyenda? "Los solitarios caníbales". —Soltó una carcajada, aplaudiendo—. Increíble. Con esto nos quedan dos destinos, uno; nunca más vienen a molestarnos, o dos; viene la manada entera a hacernos picadillo. ¿Cuál te gusta más?

—La que te hacen picadillo.

—Esa no existe —negó el rubio, sonriendo burlón—. Además, si hay alguien a quién deberían hacer picadillo es a ti, que trataste a ese híbrido como si fuese una muñeca de trapo.

—Baja la voz —demandó Nilah, haciendo un ademán hacia la puerta.

—No seas dramático. El oído de esas humanas es tan inferior que parece que tuvieran cera allí dentro.

Casi creyendo que podían oírlos, Nilah volteó para verificar a la humana en el patio, pero no la halló. Estuvo a punto de alarmarse cuando oyó la puerta trasera abriéndose. Niel pasó al lado de ellos por el pasillo, dirigiéndose a la sala donde yacía su amiga convaleciente. El cambiante de ojos negros aspiró con deleite el aroma de su compañera mientras Darío lo vio con una ceja alzada.

En plata renacerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora