Tres

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III. Valor.

Sintieron como si el tiempo se hubiera detenido. La mujer aún le daba la espalda al lobo, mientras él la observaba en agitado silencio. Pero de pronto, como un golpe letal a su corazón necesitado, ella volteó, conectando sus miradas en su segundo encuentro. Carbón y plata se mezclaron, el mundo echó a andar con ellos, el destino retomó su curso negado de hace tiempo. El lobo no podía creerlo, tantos años de búsqueda, de frío, sin poder dormir, viviendo atribulado porque le habían mostrado lo que le correspondía sin dejarle obtenerlo. Y ahí estaba ahora, su otra mitad, su contraparte, Níniel; la doncella de las lágrimas. Las lágrimas que lloró por ella y las que le permitían verla claramente.

Su compañera.

A pesar del profundo terror del que era víctima en ese momento, Niel no pudo evitar quedar embelesada por tan atroz monstruo. Parecía la personificación de una noche sin luna, pura obscuridad. Estaba ahí de pie, observándola de una manera que quitaba la voluntad y el aliento, como si esos ojos de alquitrán absorbieran sus fuerzas y capacidad para reaccionar. Se vio congelada frente a la calamidad, a lo que más temía en todo el mundo, y hallarse en esa situación la declaraba una presa indefensa. Después de voltear y dar cara a la bestia, su cuerpo dejó de obedecerle. Incluso sospechó que, si aquel monstruo bajaba a su encuentro, ni siquiera sería capaz de resistirse a cualquier atrocidad que fuera a cometer con ella. No podría luchar por su vida, pues era más miedo que persona y eso siempre la había condenado.

El aire fue cortado por una lanza que se clavó en el muslo del depredador, que soltó un ensordecedor gruñido que logró descongelar a Niel. Más rápida que la misma lanza, una mancha roja se dirigió a ella y la jaló por el brazo, comenzando una desesperada carrera por sus vidas. Era Brinda. Niel intentaba correr a todo dar, pero sus túnicas de chamán le dificultaban la movilidad, por lo que se las quitó, pudiendo correr con todo su potencial. Ambas humanas huían con desenfreno, no dejándose detener ni por las ramas o piedras más filosas, pues la adrenalina les inhibía cualquier tipo de dolor. Sólo tenían un pensamiento en mente; sobrevivir. Y se acrecentó cuando oyeron aullidos y pisadas poderosas cada vez más cerca. Niel no pudo evitarlo y miró hacia atrás, sintiendo el pavor poseer cada rincón de su ser cuando vio a esa atroz bestia perseguirla como un verdugo, haciéndose más clara y grande su figura conforme se acercaba. La joven profirió un grito de puro instinto, pero lo enmudeció al instante, obligándose a centrarse sólo en correr. Brinda la agarró del brazo nuevamente y dio un giro radical en su trayectoria, ganando algo de tiempo, pues los lobos no pudieron girar tan rápido como ellas por sus enormes tamaños. Ahora iban en dirección sur y no este, hacia los yacimientos y precipicios. Cuando el agotamiento comenzó a hacer mella en ellas, se toparon con una concentración de lodo que acababa en el filo de un acantilado. Sin pensárselo se metieron de sopetón al barro y guerrearon para avanzar, cada vez más desesperadas porque los lobos ya estaban ahí con ellas. La gran bestia negra se lanzó de las primeras, pero su abundante pelaje y tamaño le jugaron en contra y le fue casi imposible seguir el ritmo a las humanas. De todos modos, estaba en ventaja, puesto que ellas llegarían al borde del precipicio y estarían acorraladas, era cuestión de tiempo. Cuando con todo el pesar las mujeres lograron salir de la posa, se hallaron al vilo del abismo. Allá abajo, un bosque de árboles famélicos las esperaba; frente a ellas, cinco hombres lobo. Niel y Brinda se tomaron de las manos, dándose una última mirada y decidiendo el mismo destino juntas.

Morir bajo sus propias manos.

Nilah sintió que le arrancaron un pedazo del alma cuando vio cómo ambas, cómo ella se había lanzado al vacío. Quedó descorazonado, la vida se le resquebrajó. Salió torpemente de la piscina de lodo y miró por el acantilado, donde no vio más que ramas y algo de hierba irregular. No puede ser. No podía haberse matado por su culpa, tenía que estar viva, seguramente lo estaba. "Los árboles podrían haber amortiguado la caída, sí, eso debió ser", intentó convencerse tontamente. Se comunicó con sus camaradas y todos asintieron a la orden de bajar hasta aquel desconocido bosque y buscar a las jóvenes, vivas o muertas. Sí. Hasta que no encontrara su cadáver no se rendiría, no ahora que la había hallado. No ahora cuando estaba tan cerca.

En plata renacerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora