Dieciséis

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XVI. Direcciones.

Darío no supo qué pensar de la imagen que tuvo ante sus ojos. Nilah y la humana juntos, después de que el mayor afirmara que ya no la buscaría más. No lograba entenderlo, creía que aquel con espíritu de alfa era alguien de decisiones únicas, fiel a su palabra, lo conocía hace mucho y siempre había sido así, pero esa humana, según su opinión, quebrantaba todo lo que Nilah en esencia era.

Eso le hizo pensar en su vínculo, que después del montón de años que tenía, todavía no se mostraba ante él y quizá ya nunca lo haría. Ver a su mejor amigo querer con tanta locura a alguien le hacía sentirse solo, como si fuese vagando por la vida como un ente solitario. Y lo era. Antes al menos lograba olvidar el sentimiento de soledad porque compartía ese mismo estado con Nilah, pero ahora que este había hallado a su compañera, Darío recordó de golpe que él aún estaba incompleto y no había luces de que ese alguien apareciera en su vida. Su otra mitad no exisitía.

Prefirió no intervenir y en cambio se fue para su casa, de donde sacó varias cosas y volvió a salir. Era curioso que esa humana debilucha estuviese a solas con Nilah y la otra, aquella que la había protegido, ahora estuviese en la lejanía, sola y abandonada, a merced de él y su voluntad.

Había meditado bastante sobre qué hacer con la joven de pelo rojo. Aunque él no disfrutaba de la carne humana, matarla fue una de las opciones que contempló, más por el desprecio que sentía hacia ella que por otra cosa. Pero al repasarlo descartó la idea, pues no sabía si de alguna manera aquello llegaría a afectar el futuro, no deseaba problemas. Eso lo orilló a la actualidad; donde de momento optaría por auxiliarla y hacerle un par de preguntas antes de decidir su destino.

Darío llegó a la salida del volcán con las vendas y demás implementos para realizar una curación simple. La herida que tenía Brinda desde que estuvo en la cabaña aún no sanaba —lucía bastante descuidada— y además había recibido un arañazo de oso en el pecho. Se hallaba inconsciente, pero estable, sin señales de fiebre o algún malestar. El lobo aprovechó la tranquilidad para vestirse y curarla y para cuando estuvo todo listo, se ubicó en la cercanía para esperar a que despertara. Era un riesgo para ella estar ahí, en territorio de una raza enemiga y espacio abierto, pero su seguridad no era la prioridad de Misha. Sólo debía esperar a ver si volvía en sí y ser testigo de si lograba hacerlo antes de ser devorada por alguna criatura.

Pasó alrededor de una hora hasta que Brinda comenzó a dar indicios de despertar. Darío se removió desde atrás de un árbol, expectante sobre qué haría. Lo primero fue darse cuenta de dónde estaba y buscar frenética algo con lo que defenderse, resultando una piedra. Se notaba agitada por estar en terreno abierto porque miraba para todos lados, como si de un momento a otro le saltara algo encima. Después se fijó en las vendas que la cubrían y sus ojos brillaron tenuemente, como si los humedeciera una capa de esperanza.

—¿Niel?

Oyó Darío que preguntaba al aire. La pelirroja buscaba a la compañera de Nilah. A todo esto, ¿por qué se habrían separado? Había visto a la bruja y lucía bien, aunque expedía un poco de aroma a sangre, no era nada comparado al estado de la cazadora. ¿Acaso la tal Niel no había estado durante el ataque de los hombres oso? ¿Lo habría previsto? ¿Y por qué estaba con Nilah y no buscando a su amiga? Todas esas preguntas revoloteaban por su cabeza.

Decidió salir y resolver de una vez sus dudas. Al mostrarse ante Brinda, ella de inmediato se puso en pose defensiva y le lanzó la piedra, que el lobo evitó con relativa facilidad. La chica retrocedió hasta topar con la pared de roca musgosa del volcán. Darío sonrió.

—Vaya coraje el que tienes. No tiemblas ni un pelo.

La chica le mostró los dientes, tenía su gracia, admitió Misha para sí. Pero eso no evitaba que la detestara por envenenarlo hasta casi morir, pues ella obviamente había colaborado en el plan de la bruja Niel.

En plata renacerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora