Treinta y cuatro

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XXXIV. Ayuno y reflexión.

Habían pasado un par de días desde que la tomaron prisionera. El remanente de toda su clase en la Gran Zona, la Resistencia chamánica del Oeste, la tenía atada a un poste hace días, sin comida ni agua. Siquiera podía descansar, pues las ataduras eran tan férreas que no podía encontrar posición para dormir, ya que lastimaban su piel. Y los captores no hacían amago de aparecerse por ahí, pues durante ese periodo de oscurantismo no vio a nadie ni percibió más voces. La habían olvidado o decidieron dejarla morir; una de dos.

Aunque Níniel no planeaba morir ahí. Motivada por su insomnio y desesperación, se dedicó a frotar las sogas contra el madero. Estaba dando resultados, pues poco a poco se hacían más débiles las fibras y ya pronto podría usar sus manos para salir de allí. Tenía en la mira desde hace rato varias rocas repartidas entre la tierra y proyectaba diferentes usos para ellas, pero antes debía liberar sus manos, luego podría hacer todo lo demás.

Mientras subía y bajaba las manos sin tregua, las extrañas palabras dichas por ese anciano giraban dentro de su cabeza sin detenerse. Eran en casi lo único que había pensado durante esos días, no había entendido nada y una sensación de irritación la acompañaba constantemente, cosa antinatural en ella. ¿Perros de quién? Si hablaba de su comunidad se equivocaba, los chamanes del Sur nunca habían servido a nadie, o eso era lo que sabía. Ese hombre estaba senil seguramente, por lo que darle vueltas a sus dichos era inútil. Sacudió la cabeza y dio un tirón con sus brazos que rompió las últimas fibras. Ahora sólo debía desatar sus pies.

Pegó un respingo al oír pasos acercándose y como la primera vez, sombras. Cubrió con su cuerpo las cuerdas rotas y esperó en estado de alerta a los visitantes, intentando por detrás deshacer los nudos. Eran los mismos de ese día, aquellos seres que no lograba identificar. A pesar de haber dos sombras, solamente se apareció una; la fémina. Y no era lo único extraño, pues antes de acceder a su campo de visión parecía como si trajeran luz consigo, pero luego al llegar, esta desaparecía. No tuvo tiempo para cuestionar más, ya que la recién llegada se plantó ante ella. La intriga era mucha pero el hambre y la desesperación lo eran más.

—¿Cómo te has sentido con estos días de ayuno y reflexión?

Níniel oyó la voz del ser ausente, el varón, haciéndola detener sus manos por unos segundos.

—¿Eres tonto? No la trates como si estuviera en un retiro espiritual. La tenemos prisionera —susurró la presente, sonando como si hablase al aire.

—Y tú no hables de esa manera tan fea. Según el jefe Kainan, las ataduras están en el espíritu.

—Y no lo cuestionaría, pero dudo que el espíritu de ella esté calmado después de tanto tiempo en la oscuridad.

—Cuando lo comprenda nos agradecerá.

Una charla de lo más rara y sobrenatural se desarrollaba, sin tomar en cuenta a la cautiva. Mas ella aprovechaba, desatando los últimos nudos. En cualquier momento se soltaría y haría estallar su guerra interna.

—Oye, a propósito, ¿cuál es tu nombre?

La chamán no prestaba atención, por lo que la aparente mujer tuvo que repetir la pregunta para que la joven la atendiera. Miró —a la silueta— con desdén y optó por el silencio. No se fiaría de esas criaturas, quienes siendo aparentemente inofensivos le habían hecho más daño que los lobos a los que tanto temió.

—Quizás es muda.

—¡Pero si el primer día habló! Cielos, eres tan despistado.

Níniel dedicó una sola mirada al suelo. Había un ser, pero dos voces y dos sombras. Produjo un sonido, las cuerdas cayeron y la humana corrió hacia las piedras, tomando una y lanzándola hacia la segunda sombra. Esta chocó con el aire y produjo un sonido curioso, volviendo visible el cuerpo del varón, el que cayó al suelo. Níniel rápidamente se lanzó sobre él y tomando otra piedra, esta vez filosa, la puso en su cuello.

En plata renacerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora