Veintiuno

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XXI. Nuestras sendas.

La situación era por lo mínimo extraña. Más que eso, era incómodo y todos los presentes lo sabían, sólo que algunos lograron sobreponerse, como Nilah, que se acercó a su amigo en un ambiente de secreteo.

—¿Quién desapareció?

—Una de las lobas más pequeñas, no recuerdo su nombre, pero no debe tener más de tres años —informó Darío, recordando a la pequeña. Allí llegaban muchos huérfanos, por lo que tampoco sabía su origen o quién cuidaba de ella—. Era una de cabello rubio y ojos grandes, la que olía a flores.

—Sé más específico, Misha. Todas las niñas huelen a flores.

—¡Joder, no sé! ¡No tengo memoria fotográfica como tú! ¿Cómo voy a distinguir a un montón de cachorras si todas se ven iguales? Sólo me acuerdo de su olor. La única vez que la vi, usaba dos trenzas y andaba con una canasta.

—Ya sé quién es —confirmó Nilah y en su rostro se dibujó una expresión de desolación—. ¿Cómo supiste que desapareció?

—Espera. ¿Por qué seguimos aquí? Te puedo contar todo mientras vamos camino a la manada —alegó Darío. El Velkan le dio una obvia mirada a las humanas que yacían unos pasos más allá.

—¿Por qué está ella aquí? —cuestionó Nilah, señalando a Brinda con un gesto de disgusto.

—¿Por qué está esa aquí? —imitó Darío, aludiendo a Níniel, ganándose una ácida mirada por parte del lobo negro.

—Después hablaremos de eso. La cosa es qué haremos con ellas ahora.

—Pues que se vayan a su refugio —sugirió el ruso.

—Níniel no puede volver ahí... Ella estaba viviendo justamente en la manada.

—¿En serio? Pensé que estuvieron juntos.

—No—respondió Nilah, ojeándola—. Supongo que deben quedarse aquí.

—Pues vámonos ya. Mientras más pronto lleguemos, más rápido sabremos cómo fue que se esfumó.

Por su parte, las humanas se mantenían algo alejadas de ambos hombres. Brinda se había aproximado a Niel con algo de timidez, después de todo, sus problemas seguían sin solucionarse, pero al ver que la chamán ni siquiera estaba interesada en su llegada —o en que estuviese viva—, se irritó fácilmente y la abordó con actitud hosca.

—¿Qué demonios haces junto a esa bestia?

Níniel no respondió porque estaba atenta a la otra conversación y eso sólo la exasperó más. Brinda venía con ganas de arreglar las cosas, pero sentir que su amiga se paraba lado a lado junto a ella y no a sus espaldas era algo difícil de tolerar y la sacaba de sus casillas todavía. La chamán no lucía nerviosa, miedosa ni alterada, sino recta en su postura y con los brazos cruzados, poniendo oreja a lo que charlaban esos dos. Nada de inseguridad, nada de titubeos, pura atención.

—Mierda, Niel, yo...

La chamán la silenció levantando la palma en su dirección y se acercó a los licántropos, interrumpiendo su conversación.

—¿Cómo dices que se esfumó?

Darío se quedó en blanco un par de segundos. La compañera de Nilah lo había tuteado e interrogado de igual a igual, mirándolo directamente a los ojos. Tuvo el impulso de ignorarla o incluso empujarla para que no estorbara, pero con Nilah atento ante el intercambio no era conveniente hacer algo como eso. Inspiró hastiado.

—Eso, que ya no está. Su olor de repente desapareció, se desvaneció, no lo percibo. —Al oír sus palabras a medida que hablaba, su tono fue perdiendo arrogancia y adoptando incredulidad. Los orbes plateados de la mujer titilaban—. Así como tú...

En plata renacerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora