Treinta y cinco

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XXXV. Nuestras luchas.

La joven se lanzó de un salto al refugio subterráneo, donde sus tres captores la observaban atónitos. El extraño hombre albino, al que le hizo un corte —del cual escurría un anormal tono azulado—, estaba tirado en el suelo, con la mano de Adair apoyándolo. El viejo chamán de pie a su lado parecía cuidarlos, como si ella fuese una terrible amenaza. Níniel maldijo, el golpe de adrenalina que la respaldó durante su operación de escape había mermado y ahora sólo sentía cansancio y fatiga. Parecido a la vez que salió de la trampa con Brinda a cuestas, ahora también estaba imposibilitada y eso le generaba una frustración con la que era difícil lidiar. Aun así, todavía no perdía el control de la situación, seguía teniendo opciones.

—Me quedaré hasta que pueda irme, pero no se atrevan a amarrarme de nuevo. —Les habló en tono de advertencia. Los seres asintieron, pero el anciano se dedicó puramente a mirarla. Sus ojos seguían juzgándole, pero ya no le importaba.

Para su tranquilidad, el grupo se marchó de ahí, dándole un respiro para relajarse y pensar. Con el ceño fruncido revisó a la pequeña loba, acurrucándola más contra su pecho. Una sensación de familiaridad la corroyó. Suspiró. Por primera vez en esos días tenía la calma suficiente para repasar todo lo sucedido.

Y lo primero que acudió a su mente fue lo dicho por su madre antes de empujarla.

"Haré un ritual para expulsar de ti eso que tanto aberramos... ¡La maldita alma de esa loba que se te metió!"

Cerró con fervor sus párpados. Así que dentro de ella habitaba el alma de una cambiante licántropo. La compañera de Nilah, quien la enlazaba a esa locura de relación con los lobos. Con que era eso. Tanto tiempo buscando una respuesta para hallarla así de simple y llana. Lo primero que acudió a su mente fue la pregunta; ¿cuándo entró en mí esa alma? Y la segunda cuestión que la atacó con urgencia fue; ¿es esa loba a quién Nilah ama?

Cortando el hilo de sus divagaciones, un ruido la alertó, haciéndola mostrar la piedra inmediatamente. Eran esos seres tan extraños, con una bandeja en las manos de él.

—No te haremos daño... — dijo aquel al que hirió, con voz suave.

—Es comida, en compensación por lo que te hicimos pasar —aclaró la morena, acercándosele. Níniel se corrió con recelo. Esa comida podía estar envenenada. Al parecer el par de criaturas leyó sus pensamientos, porque probaron la comida con el mismo cubierto—. No tiene nada, está limpia.

Desconfiada, pero hambrienta a más no poder, se contuvo para no lanzarse sobre la cena y en cambio palpó con sus dedos los diferentes alimentos, sorprendiendo a los seres. Sus yemas tenían una gran sensibilidad a los agentes tóxicos, por lo que, si había algo extraño, ella lo sabría. Esperó, pero no percibió nada y eso la hizo comer con ansias. Engulló casi en su totalidad los alimentos bajo la atenta mirada de ambos, pero no tocó el trozo de carne. El hombre se aclaró la garganta.

—Uh, ¿no vas a comerte eso?

Níniel señaló a la durmiente niña con obviedad. Las criaturas sonrieron.

—Ella ya comió hace un rato y luego la inducimos a un sueño recuperativo. Puedes comértelo todo, luego les traeremos más.

La chamán obvió la carne, pero comenzó a engullir más despacio, sin dejar de observar a los extraños seres por un segundo, pues le parecían muy raros. Y ellos, estando bajo su atenta mirada gris, se incomodaron fácilmente.

—Lamentamos haberte tenido atada tantos días, no nos dimos cuenta de lo terrible que pudo ser para ti. —Se disculpó el varón de cabellos blancos, notando cómo la humana detallaba sus orejas y sobrenatural piel hace rato. Sonrió—. Te preguntas qué tipo de criaturas somos, ¿no?

En plata renacerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora