Veintiséis

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XXVI. Gracias, por todo.

Oh, Zeus,
destruirás lo que con amor construiste.
¿Cuánto temor te puede causar
el buen y entero corazón
de un simple mortal?

Nilah cerró la puerta de su habitación y soltó un hondo suspiro, Níniel al fin había logrado dormirse. Talló su rostro con las manos y se dirigió a un armario, de donde sacó más colchas para poder abrigar a la muchacha. Había sido una jornada agotadora para ambos. Volvió a su cuarto y con sumo cuidado la cobijó, temiendo despertarla con alguna ligereza. Se quedó mirándola dormir, sintiendo paz, sosiego y plenitud al tenerla a su lado y con bienestar. Quería brindarle todos los cuidados a los que, como humana, jamás podría acceder. Y uno de ellos era la tranquilidad.

Después de que Níniel se le desvaneciera encima, estremeciéndose y con lo que parecía una hemorragia, no tardó un segundo en cargarla y meterla a su casa. Ahí, entre quejidos logró comprender que ella estaba menstruando. A lo primero que atinó fue a buscarle cobijas, luego prendió fuego en la chimenea e inmediatamente después se puso a calentar agua. Angustiado, rebuscó entre sus agujeros del suelo que guardaban "cosas prohibidas" y dio con un antiquísimo botiquín, el cual tenía medicinas que habían expirado hace décadas. Buscó entre ellas algún desinflamatorio o píldora que anulara el dolor, dando con un paracetamol de cuatrocientos gramos. Dudó de usarlo al ver la fecha de vencimiento y al pensar en si el cuerpo de su compañera soportaría todos los compuestos desconocidos de la medicina, cuando los alaridos llegaron a sus oídos con tortuosa claridad. Tomó la pequeña caja, era eso o que Níniel se desvaneciera de dolor.

No fue a chequear a la humana porque el agua ya hervía. Apurado, buscó uno de los pocos frascos de cristal que conservaba y, poniéndole una cuchara metálica dentro, lo llenó con el agua. Cerró bien fuerte el frasco, lo cubrió con paños y lo llevó con ella, quien se retorcía en su sofá. La llamó suavemente para no asustarla y ella apenas abrió los ojos, empañados en lágrimas.

—Ponte esto en el vientre, te aliviará un poco —indicó con voz dulce. Ella no cuestionó y le hizo caso, víctima de la incesante tortura. Siguió quejándose y llorando en silencio, pero al menos ya no pataleaba ni soltaba alaridos. Eso calmó un poco a Nilah, que se metió de nueva cuenta en la cocina para prepararle una crema de calabaza. No tardó mucho en cocer las verduras para luego machacarlas, mezclándolas con un poco de leche, aceite y sal. Llevó el plato a la sala, donde ella se mecía hecha un ovillo y quejándose despacito. Le miró con unos ojos que le compungieron el corazón.

—Tengo una manera para quitarte el dolor, pero debes comer algo primero, o si no te puede caer mal —reveló, acomodándose en el sillón y soplando la comida. Ella se movió con lentitud hasta que él, tomando una cucharada y acercándola a Níniel, le sugirió mudamente darle de comer en la boca. La muchacha le miró unos segundos antes de abrir la boca y degustar aquel manjar que el lobo preparó. El calor de la comida bajó por su garganta hasta su estómago deliciosamente. Jamás se cansaría de la comida que él preparaba.

Después de eso, Nilah le dio dos píldoras de paracetamol. Podría creerse un exceso, pero Nilah estaba seguro de que con una no sería suficiente y el dolor de Níniel no acabaría, por lo que era mejor ir a la segura. Al final tuvo razón y alrededor de unos cuarenta minutos después de comer la chica dejó de lamentarse y paulatinamente, mientras los espasmos se fueron, se durmió. En ese lapsus fue que el Velkan la llevó a su cama para que descansara más cómodamente. Y ahí estaba ahora, observándola.

Habían salido triunfantes de aquello, pero todavía no era el fin. Nilah no confiaba en esos medicamentos expirados ni en su efectividad, además, Níniel no tenía nada que contuviera su flujo. Recordó las compresas de la era contemporánea los tampones, copas; protectores y todas esas porquerías, pero obviamente él no tenía nada como eso, después de todo, ninguna mujer vivió con él aparte de su madre y ella había muerto antes de que siquiera se inventaran esas cosas. Hizo memoria ¿qué habrían usado las mujeres antes de aquello? No tenía idea. Suponía que un montón de telas, al igual que las humanas de hoy en día, probablemente. Pero Níniel solamente usaba esos harapos encima con esa especie de pijama anticuado abajo, no recordaba haberle visto ropa interior cuando salió esa vez de la trampa. ¿Qué hacía entonces?

En plata renacerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora