Diecinueve

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XIX. Sorpresas.

Esos días estuvieron plagados de sorpresas. Primero, la humana pelirroja había escapado —porque bajó su guardia—, segundo; la siguió, cosa que todavía se cuestionaba, y tercero; ella fue a un lugar que parecía no existir, pues no expedía aroma o emitía ruido alguno, era solamente un montón de enredaderas y arbustos. La joven cazadora se metió ahí y desapareció de sus sentidos como por arte de magia. Si no fuera por lo que vio, habría admitido a viva voz que se había esfumado en sus narices.

La siguiente sorpresa fue adentrarse en ese lugar sin meditarlo ni un minuto. Otra, que inmediatamente fue derribado por la humana, quien le puso una roca afilada en el cogote. Otra sorpresa sería enterarse más tarde que era una cazadora experimentada. Y la última fue el panorama ahí adentro; una anciana minúscula de mirada agria, un hombre corpulento como un oso y una mujer bonita que le observaba con asombro y temor. Hacía tiempo de que no veía tantos humanos juntos.

Desde ese momento no paró de llevarse sorpresas. Los ocupantes del lugar comenzaron a discutir entre ellos, dejándole a él ajeno y algo perdido, aún con la furibunda pelirroja encima.

—Explícanos ahora qué es todo esto, niña —exigió la vieja a la aparente intrusa.

—Niel los trajo hasta acá, ¿cierto? —inquirió ella en cambio, con su usual tono brusco.

—¿Te refieres a Níniel, la muchacha chamán? —corrigió la otra mujer, cruzando los brazos en un gesto despectivo. Brinda gruñó.

—Sí, mierda. Ella.

Al parecer no se conocían o no eran muy amigos, pues la tensión en el aire se podía palpar. Darío se hallaba juicioso bajo el control de la cazadora, atento toda esa situación.

—¿Este es el monstruo que te seguía? —cuestionó la anciana, echándole una ojeada de desconfianza al licántropo, el cual se veía bastante inofensivo.

La chica no respondió y en cambio le jaló el pelo a Darío, haciendo que la mirara.

—Vas a decirme dónde está Niel —demandó.

—¿Crees que siendo violenta tendré ganas de cooperar, Rogelia?

Ella optó por tirar más fuerte y presionar con ahínco la roca en su cuello.

—Si no hablas, te mato.

Todos presenciaron tensos la escena. Darío decidió seguirle el juego y hacerle creer que tenía poder sobre él, sólo para descubrir más cosas —o sea, chismear—.

—No la tengo yo. Está con Nilah.

A Brinda se le desfiguró el rostro, embravecida.

—Imposible —espetó.

—¿Temes que el lobo se coma a tu amiguita?

Brinda le propinó un tremendo golpe en la mandíbula. Darío percibió atónito cómo la sangre escurría desde sus labios hasta su nuca. Todos inspiraron con dramatismo.

—¿Quién e-es ese Naila? —preguntó la aldeana, en un intento de evitar la confrontación.

—Un lobo lunático, está obsesionado con Niel —escupió Brinda, afianzando su agarre sobre el cambiante, sin un ápice de respeto—. ¿Por qué ella no está aquí con ustedes?

El semblante de los aldeanos decayó, mas el de la anciana se iluminó al unir todas las piezas de ese rompecabezas que la joven chamán dejó inconcluso.

—Tenía los dedos heridos y dijo que había alguien que conocía el aroma de su sangre, por lo que prefirió irse para que ese alguien no llegara hasta acá. De eso hace un día.

En plata renacerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora