Treinta y siete

181 26 152
                                    


XXXVII. Mi hogar.

«Un lugar donde alguien todavía piensa en ti es un lugar al que puedes llamar hogar.»
Naruto Shippuden (2007).

Una pospuesta expedición para buscar a ambas mujeres —chamán y niña— sería llevada a cabo por Nilah, Brinda y Misha, este último alegando que ya se encontraba mejor. Habían pasado trece días desde el encuentro con Alanna en los cuales el lobo ruso tuvo que recuperarse, pensando si Níniel estaría lidiando con el asunto por su cuenta, después de todo, hace veinte años no veía a su madre. Pero ya era suficiente tiempo sin saber de ella para ser normal, por lo que finalmente se decidieron a intervenir.

Ya tenían una idea de adónde ir: la Zona Oeste. De ese lugar provenía el olor de Níniel, o más bien de su sangre, aunque en ínfimas cantidades y era casi imperceptible. Se habían preparado bastante, provistos de diversos menjurjes para evitar los hechizos de la ya declarada bruja; Alanna, cuando desconcertados se dieron cuenta de que no era necesario emprender su travesía, pues Níniel estaba mucho más cerca. En el Norte, en Amor omnia vincit.

Sin perder tiempo, Nilah se transformó en lobo y corrió con Brinda y Misha a cuestas hasta la manada, para al llegar encontrarse con una escena algo violenta. Un par de lobas revisaban a la pequeña recién llegada y otro grupo de mujeres rodeaba a Níniel, quien tenía el rostro ensangrentado gracias a una de las fúricas criaturas, que le había lanzado un zarpazo cuando la vio llegar con la niña. Nilah no tardó en saltar frente a ella para encabezar su defensa, gruñendo autoritario a las rabiosas lobas, que dieron un paso atrás.

En medio de todo ese alboroto apareció Ademia, saliendo de su cabaña a paso apresurado y con una inusual cojera. La manada, sublevada, no reaccionó de la manera respetuosa que se debía ante su alfa, lo que no dio buena espina al par de machos. La chamana se mantenía callada aún tras las espaldas de sus defensores cuando la dama Velkan llegó y se interpuso entre los dos grupos.

—Qué demonios pasa aquí —demandó saber.

—¡Esa humana llegó con la niña inconsciente en brazos! Mírela, tiene la cara herida por aconitum.

Un bullicio medio animal se dejó oír, pero de un chito Ademia las mandó a callar. Las lobas no lucieron conformes, pero a regañadientes obedecieron. La mujer volteó hacia su sobrino aún transformado en bestia.

—Hazte a un lado. Este es un tema de manada, no puedes intervenir.

—Níniel tampoco es parte de ella, así que no tienen derecho a enjuiciarla según sus costumbres —contraatacó Misha, expresando exactamente lo que Nilah pensaba. Ademia adoptó un gesto mordaz, pocas veces usado en contra de su único familiar, el que con su gigantesco cuerpo protegía a Níniel.

—Es una humana, tenemos por derecho de los padres de nuestra era hacer con ella lo que se nos plazca. Ahora muévete.

El Velkan se disponía a defenderse, pero el toque de una mano pequeña en su pata lo detuvo. Níniel no le miraba a los ojos, pero su semblante sereno le indicaba que ella se haría cargo. Nilah tragó grueso, inseguro de pronto al tenerla tan cerca, pero no era momento para pensar en sus luchas internas, sino en la salida victoriosa de aquel embrollo. A paso firme Níniel se deshizo de la protección de los lobos y cazadora para plantarle cara a la manada.

—¿Qué tienes que decir en tu defensa, humana? —interrogó seriamente la alfa. Níniel admiró sus ojos dorados, esos que destilaron compasión cuando la confortó, cuando la consoló en su desolación, los mismos que con dualidad impresionante ahora carecían de benevolencia y la observaban como a un a una criatura sobre la cual tenía potestad. No la odió, porque Ademia no le debía nada a ella; sino a su pueblo y lo hacía regiamente. Aunque sí sintió desasosiego, acompañado de una respetuosa admiración.

En plata renacerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora