Siete

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VII. Planes.

—Pero ¡qué dices!

—¿Dónde están los otros?

Ambas humanas charlaban en susurros. Brinda, tendida en el sofá y con los vendajes expuestos observaba confundida a Niel, quien se había arrodillado a su lado después de entrar con la frente ensangrentada y diciendo incoherencias.

—La anciana salió y el otro no sé.

—Planean comernos —soltó Niel sin contemplaciones. La pelirroja abrió los ojos grandemente—. Lo dijo un lobo allá afuera, e intentó comerme también. Dijo que ellos nos tenían aquí en su territorio porque éramos su porción de la cacería que hicieron cuando nos atraparon.

—No juegues...

—Debemos irnos lo más pronto posible. ¿Cómo están tus heridas?

—Todavía abiertas —informó Brinda, acongojada. Se sentía como un lastre.

—No te preocupes, buscaré una manera de irnos sin ponerte en riesgo.

—Eso es imposible.

—No lo es —dictaminó la chamán en actitud de discreción. Se acercó a Brinda para cuchichear—. Puedo preparar "eso".

La herida se alejó en oposición. No le gustaba la idea.

—No puedes. No te dejarán salir a buscar los ingredientes y no sabes si encontrarás aquello que necesitas.

—Sí lo harán, ya verás. Espera y confía en mí. Pronto nos iremos de aquí.

Darío volvía a la cabaña a eso de la tarde cuando se encontró con su amigo transformado en bestia, con el hocico pintado de rojo y un cuerpo destrozado a su lado. La imagen le provocó desagrado, por lo que se quejó con una mueca.

Joder, te he dicho que tires la basura donde corresponde. —Medio bromeó a la vez que analizaba el cadáver. Olía a pinos, lo que significaba una sola cosa. Suspiró hacia Nilah, quien no se dignaba a mirarle—. Sabes que tendremos problemas con los estirados de Alma mater, ¿cierto?

Como una flor que pierde sus pétalos, el Velkan volvió a su apariencia humana, quedando desnudo sobre la tierra.

—No habrá problemas, porque él se metió aquí e intentó robarme.

—¿Robar qué?

—A Níniel.

El rubio comprendió así que no añadió más. Ojalá fuera como decía su amigo y esos lobos de cuello y corbata no los acosaran demasiado. Por ahora estaría bien esperar a que los citaran o algo parecido, pues ni tontos pensaban presentarse con el cuerpo por allá, sería un escándalo y prácticamente suicidio.

Aprovechando la coincidencia, pues venía de traer cosas de su propia casa, Darío sacó de su morral un par de pantalones y se los arrojó a Nilah en la cara, sonriendo al verle la expresión de fastidio.

—No querrás que tu amada vea a "la bestia" antes de tiempo.

Justo cuando el alfa acabó de vestirse, se oyó un ruido proveniente de la cabaña. Algo se había quebrado. Alarmados, ambos licántropos corrieron adentro y se encontraron con una extraña escena. Las humanas parecían forcejear.

—¡Ayuda! —pidió Niel, sujetando de las muñecas a una descontrolada Brinda—. Está teniendo un ataque.

—¿Ataque de qué? —cuestionó Darío, extrañado.

—Siempre le pasa, busca hacerse daño... ¡No!

Los hombres observaron horrorizados cómo la humana intentaba escarbar en sus heridas. Viendo que la menuda muchacha no era capaz de controlar a la corpulenta pelirroja, se acercaron y la intentaron contener. Niel se alejó a tropezones.

En plata renacerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora