Treinta y dos

171 23 63
                                    


XXXII. La Gran Caída.

En esas épocas de esplendor, los autos estaban próximos a volar. La gente vestía de blanco, era asistida por máquinas y vivían sus vidas a través de las pantallas. Aunque como bien se ha dicho, únicamente a través de esas pantallas se podía admirar tanta grandeza, pues si desviaban sus miradas a un costado, lograrían apreciar la podredumbre en la que se sumergía el mundo.

Y el que no miraba a través de la pantalla, se encontraba caminando por una luminosa calle en la cual todos miraban hacia abajo y nunca hacia el cielo, el que había dejado de ser azul para tomar un sucio tono grisáceo. Por el lugar en el que sus pies pisaban, hasta el cemento era blanco, pero ciertas rendijas más conocidas como callejones se dilucidaban oscuras y malolientes, donde lo que estorbaba convivía con las tinieblas y demonios. Era cuestión de ser desinteresado o simplemente hacer vista gorda para no notar esos detalles que pretendían opacar el gran mundo.

Hacía más o menos una década que se vivía en la Era Pulcra. Había ocurrido una especie de guerra entre diferentes potencias mundiales, la que se disolvió mágicamente cuando todos decidieron dejar las diferencias a un lado para unirse en una sola nación. Los rumores y tensiones se desvanecieron de forma tan repentina que la gente todavía no procesaba que la supuesta "Última gran guerra" se había acabado cuando ya todos los seres humanos eran compatriotas. Mas el desconcierto fue reemplazado por euforia y celebración, una alegría que duró meses, en la cual las personas no hacían más que festejar con cánticos antiquísimos sobre paz y bailar hasta caer desfallecidos. Habían dado un enorme paso hacia la cúspide del progreso y pronto podrían regodearse incluso hasta afuera de su propio planeta. Los más grandes, los más poderosos.

Mas la sombra de la unificación fue breve. Al pasar tanto tiempo celebrando, bebiendo, sin trabajar y con inexistentes medidas de regulación entre anteriores países —algo que se pudo haber evitado con antelación—, se formó la personificación del caos. Matanzas, ultrajes, violaciones a las leyes antiguas e innombrables crímenes, llevaron a la población mundial a un estado de catástrofe. Sus dirigentes, un grupo selecto y discreto del que poco se sabía, tomaron medidas drásticas y lanzaron una campaña de "limpieza", aludiendo a que no dejarían que la escoria de la humanidad siguiese contaminando a los miembros del nuevo mundo, aquellos que apoyaban el progreso. Y la mayoría estuvo de acuerdo cuando montones de personas murieron a manos de las fuerzas policiales y militares bajo estos nuevos decretos mundiales. La campaña fue tan arrolladora y convincente que incluso los familiares de los rebeldes creían que era lo correcto, pues estos hacían daño a la nueva sociedad que se estaba formando. Lo extraño fue que no sólo los delincuentes desaparecieron, sino miles de personas más, las cuales no tenían siquiera antecedentes criminales. Poco se sabía de cifras exactas en ese momento, ya que hacer conteos en la tierra entera no era algo sencillo según las autoridades, pero las bajas lenguas decían que millones de personas habían perecido durante esa época turbia. Como fuere, el Gran País había superado su primera crisis exitosamente y en el aire circulaba una sensación de tranquilidad al haberse librado de la escoria que ensuciaba al mundo desde los inicios, los siempre desagradables inadaptados. Ya todos estaban listos para comenzar una nueva era de unidad y avances sin fin.

Después de aquello, la conmoción fue pronto olvidada gracias a una fuerte acometida del Gran Gobierno por reunificar a su población en un estilo de vida perfecto, como el patriota terrícola lo merecía. Tecnología de la más alta gama y recursos suficientes para que todos los entornos lucieran limpios subió estrepitosamente la moral de la gente. Ya nadie se acordaba de las guerras. De pronto, todos eran de clase casi alta y vivían una vida cómoda, si es que no de ensueño. Las noticias sobre atentados ya eran cosa del pasado y ahora vivían pendientes de las competiciones deportivas, fechas célebres y chismes sobre celebridades. Todo era fácil, nada requería esfuerzo, se había alcanzado la grandeza total.

En plata renacerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora