53. Cuatro elementos

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Soñé con el pergamino aquel que había firmado con ellos

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Soñé con el pergamino aquel que había firmado con ellos.

Estábamos en el bosque, los rayos del sol acariciaban mi piel. A nuestro lado, una hoguera comenzó a arder en todo su esplendor, con unas llamas tan altas como yo. Sostuve el largo papel con cuidado de no romperlo. Las letras estaban borrosas, solo alcanzaba a leer el título.

Alguien me puso una mano en la espalda. No supe de quién se trataba, pero la persona en cuestión guio mis brazos hasta que solté el papel para que se quemara. Tardó en hacerlo, pero verlo destruido me satisfizo. Fue como soltar una cadena que me había atado al infierno durante un año interminable.

En mi mente, una voz me advirtió que no debería haberlo quemado, pero los chicos me dijeron que me calmara, que así era como tenía que ser.

***

—Para que funcione, debes tener los cuatro elementos juntos —me explicó Mam. Su paciencia al enseñarme era alentadora—. Y luego lo proteges con los símbolos que te señalé.

Habíamos comprado velas y ellos me habían regalado una serie de objetos para instruirme en los básicos de la magia. Aseguraban que así evitaríamos desastres como el de mi primera invocación.

—¿Qué pasa si no lo protejo?

—Que algún ente malo puede entrar.

—Como un demonio, un fantasma, un espíritu chocarrero... Qué sé yo —agregó Amon.

Moví los objetos; estuve tentada de echarme a la boca un poco de esa sal gruesa que rodeaba el platillo, pero, la primera vez que lo había sugerido, me habían dejado claro que era preferible morir a robar algo del altar, y mucho menos comérselo.

—Esto es para que puedas estar... normal en tu día a día, digamos, pero también puedes limpiar tus energías, hacer hechizos pequeños..., aunque para eso necesitarás medios.

—¿Qué tipo de medios?

—No se lo digas —agregó Amon—. Es mejor que solo pueda hacer esa clase de cosas aquí, con supervisión. No me fío de ella.

—Dejen de decir que no se fían de mí. —Me crucé de brazos—. Tomo muy buenas decisiones, las mejores.

—Dime una decisión buena que hayas tomado en el último año, a ver.

—Bueno, los invoqué.

—No es tu momento más brillante, he de admitir. Pero nos conociste, así que es válido.

Nos reímos. Pasar los días con ellos era cada vez más agradable, en especial porque las cosas estaban tranquilas, si no teníamos en cuenta la tensión entre nosotros, que, a decir verdad, no era para tanto.

—Me preocupa que existas —dijo Amon—. Eres un peligro.

—Val, ¿cuándo te entregan las calificaciones? —gritó Mam desde el otro lado de la habitación.

—En unos días.

—Como no apruebes, Mam te echa de la casa antes que tu padre —comentó Amon.

Todos volvimos a reír.

Un templo encantador │YA EN LIBRERÍASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora