28.Como en el ajedrez lo es la reina

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No tenía ni la más remota idea de cómo explicar aquello

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No tenía ni la más remota idea de cómo explicar aquello.

—¡Valentine! ¡¿Qué es eso?! —Mi profesor se agachó para recoger el libro—. ¡¿Qué son estas cosas y por qué las trae a la escuela?!

—Madre mía, señorita Stamon —exclamó Amon—. Al menos lea uno donde el hombre esté vestido.

«Un poco de respeto es lo único que pido».

—¡Cállate, Amon! ¡Cierra la boca! —vociferé tapándome la cara con ambas manos.

—¿Amon? ¿Como el del pecado capital? —cuestionó el profesor.

—S-sí, es un nombre extranjero —traté de excusarme.

—Amon es mi demonio favorito —dijo el profesor—. Me resulta admirable... Estudié Demonología en mi juventud.

¿Desde cuándo tenía la gente un demonio favorito? Miré a Amon: tenía un brillo especial en la mirada; se sentía claramente emocionado por lo que acababa de decir el maestro.

—¿De verdad? —preguntó.

—¡Claro! Me molesta que no se le dé el reconocimiento que merece, no vale menos que ninguno de los otros seis.

Amon extendió ambos brazos hacia el frente.

—¿Puedo darle un abrazo?

—No. Es el receso, tenemos que salir —farfullé antes de tomarlo de la mano.

Los demás nos siguieron al patio. Una vez fuera, lo solté y caminé rápido hasta llegar a un árbol donde me pudiera sentar en paz. Tenía el pulso tan acelerado que parecía que hubiera corrido una maratón y aún sentía calor en las orejas; la vergüenza caldeaba mi piel.

Los chicos me observaron desde lejos mientras charlaban con Dania. Al parecer, habían entablado amistad con ella. Supervisé mis alrededores para comprobar que no hubiera nadie cerca antes de volver a abrir el libro de Agus. Había metido el dedo entre las páginas al recogerlo del suelo sin que el profesor se diera cuenta, para así tener localizado el punto por el que se había abierto al caer.

Imponente, macabro y atrayente, Asmodeo era la figura más impactante que mis pobres ojos habían visto jamás. Aunque supuse que en ello también influía el hecho de que fuera el enemigo de mis chicos y que me hubiera atacado ya varias veces. Al ver una representación de su aspecto real, agradecí cada segundo en el que no me había permitido verlo. «No me da la gana que te enamores o te traumatices de por vida». No podría haber estado más acertado.

Me perturbó lo asqueroso que me resultaba. Sus cuernos eran espirales que emergían de su frente, como si fuera un cordero; tenía el rostro cubierto de escamas y las venas se marcaban por todo su musculoso cuerpo. No me gustaron las sensaciones que provocaba en mí su imagen. Quería alejar el libro, quemarlo, vomitar.

Un templo encantador │YA EN LIBRERÍASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora