34. Valiente

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Las clases se pasaron rápido y llegó la hora de acudir a la biblioteca para la reunión del grupo de estudio

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Las clases se pasaron rápido y llegó la hora de acudir a la biblioteca para la reunión del grupo de estudio. Esparcí mis hojas sobre la mesa y, cuando ya me había instalado y no tenía escapatoria, los tres demonios se presentaron allí.

Me pareció bastante descarado por parte de Levi y Amon, dado que no formaban parte del grupo y, de hecho, el primero ni siquiera se había molestado en fingir que era un alumno del instituto.

Preocupada, miré a las demás chicas que estaban sentadas con nosotros, pero ninguna pareció contrariada, así que no me atreví a hacer ningún comentario.

Nadie habló durante la primera media hora; no obstante, justo cuando yo terminaba de repasar un resumen, la alarma de Dania empezó a sonar para indicar que debíamos tomarnos un respiro de un par de minutos. Mi amiga y yo intercambiamos una mirada. Afortunadamente, nuestra relación ya había vuelto a la normalidad; me había perdonado hacía rato, en cuanto sus ojos se habían posado sobre los pastelitos.

—Ya que estamos en una pausa, ¿por qué no jugamos a algo? —propuso ella en voz baja.

—Me encantan los juegos —afirmó Mam—. ¿Qué hay que hacer?

—Tenemos que extender los dedos de ambas manos. Cada jugador dice una acción y, si alguna vez la has hecho, bajas un dedo: quien tenga menos dedos bajados al final gana.

—Acepto —exclamó Amon—. Quiero exponer a mis amigos.

«Esto no pinta bien».

Dania se humedeció los labios antes de comenzar y yo me hundí en el sofá, preparándome para lo que pudiera decir a continuación. La ligera música de la biblioteca fue lo único que llenó el silencio por unos segundos. Todos intercambiamos miradas.

—Quiten esas caras. —Dani sonrió—. Baja un dedo si has copiado en un examen.

Empecé a reír mientras ambas lo bajábamos.

El turno de Amon llegó más pronto de lo que me habría gustado, y las comisuras de sus labios se curvaron hacia arriba.

—Si te has enamorado. —Fingió una arcada al pronunciar la última palabra.

Enamorarse...

¿Enamorarse? ¿De verdad?

Me percaté de que no tenía una definición clara del amor, por lo que deduje que nunca debía de haberme enamorado realmente. Era muy joven para esas cosas.

Que Leviatán bajara el dedo no me sorprendió. Lo poco que sabía sobre su vida fuera de la Tierra era un caos. Dania igual: yo había vivido sus dramas casi en primera persona. Pero ¿Mam? Eso sí que me pilló desprevenida. No me esperaba que él alguna vez...

Negué con la cabeza, no me incumbía en absoluto. Tenía que dejar de pensar esa clase de cosas; él era solo un ente malvado, no mi amigo, ni mucho menos algo más.

Un templo encantador │YA EN LIBRERÍASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora