13. Pintura

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Nos separamos de ella y de Amon, puesto que la clase de arte estaba en el tercer piso

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Nos separamos de ella y de Amon, puesto que la clase de arte estaba en el tercer piso. Mi estómago gruñó enojado cuando nos alejamos del aula de Cocina y se hizo evidente que había dejado escapar la oportunidad de participar en aquella clase, aunque supuse que podría cambiarme si no me gustaba la de Pintura.

Para cuando llegamos arriba, no quedaba casi nadie a nuestro alrededor; estábamos solos, dirigiéndonos a un ambiente desconocido.

El aula tenía la puerta entreabierta, y al otro lado del umbral podían verse un par de caballetes vacíos, tarros de témpera repartidos por el piso y una silla en medio de un círculo formado por estudiantes. Abrí con cuidado de no llamar la atención. Todos los presentes vestían delantales, y uno de ellos se había puesto una bonita boina, incluso. Era el clásico estereotipo de clase de arte que siempre había visto en las películas.

Elegí una de las bancas vacías con un tarro de pinceles encima. Mam se sentó a mi lado. Estiró una mano sin mirar esperando que le pasara una brocha y... sin querer tomó mi mano al hacerlo. Era obvio que debíamos prestar más atención a lo que hacía el otro.

Nos miramos algo avergonzados. Se apartó de mi contacto despacio y sin dejar de mirarme a los ojos, apenado.

¿Para qué negarlo? Me sentí igual. Había sido una mala decisión no tomar la clase de Cocina; al menos ahí el ambiente no estaría tan tenso. Pero yo había venido aquí buscando paz, así que decidí no ser hipócrita y poner más de mi parte por aligerar la situación; ignoré lo que había pasado y me concentré en acomodar mi lienzo. De fondo, oía la voz de la profesora dando instrucciones. Su tono era relajante.

—Trabajaremos en su creatividad a partir de lo que tenemos cerca. Recuerden no estresarse, es la primera clase, y todo el arte es bueno.

Limpié las cerdas; era la primera vez que tenía colores pastel a mi disposición, y estaba deseando usarlos. Esperaba que tuviéramos que representar una persona o un paisaje, ya que era lo que más me gustaba pintar, aunque, conociendo mi suerte, me tocaría un gusano muerto.

—Quiero que escojan a un compañero, no importa si lo conocen o no, y que pinten cómo lo ven ustedes. ¿Cuáles son sus colores? ¿Qué es lo que más resalta de él o ella? ¿El dibujo les causa alguna sensación o emoción? Cuéntenme, tienen dos horas.

Me di la vuelta hacia Mam, que estaba tomando un bote de pintura de entre los muchos que había a nuestra disposición en el piso: el de color amarillo.

—¿Quieres...? —¿Cómo decirlo sin que sonara tonto?—. Ya sabes...

—Sería un placer —contestó jovial.

—Será divertido pintarte, aunque no usaré tus colores.

—Lo mismo digo. —Sacudió el frasco amarillo—. ¿Te haces una idea?

Negué con la cabeza y él me dedicó una media sonrisa al tiempo que movía su caballete para que yo no pudiera ver lo que hacía. Le saqué la lengua y procedí a alejar mi propio caballete; si íbamos a jugar a las sorpresas, lo haríamos los dos.

Un templo encantador │YA EN LIBRERÍASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora