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Me quedé callada, aterrada por lo que implicaban sus palabras

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Me quedé callada, aterrada por lo que implicaban sus palabras. Quizá sí debía actuar como si ellos necesitaran algo de mí; mi instinto me decía que, si no me creían imprescindible, al menos como su mascota, me eliminarían.

Los convencí de firmar uno por uno; entre las pautas que agregué después estaba que nadie podía saber que coexistían conmigo, que yo debía quedar fuera de cualquiera de sus maldiciones, que nada de desastres naturales en mi ciudad y que quería una cama inflable rosa para cuando fuera al infierno. También conexión a internet.

—Se supone que nosotros somos los que hacemos tratos —se quejó Amon.

—¿Ya acabaste de chillar? —dije imitando su forma de hablar.

—Pecadora, calladita te ves más bonita.

Miré el reloj y me quedé boquiabierta. Habíamos salido del despacho de la rectora por la mañana y, de alguna manera, llevábamos horas redactando aquel contrato. Hasta se me había olvidado comer. Pese a que no era demasiado tarde, yo solía irme a dormir entre las ocho y las nueve, dado que tenía que despertarme temprano a diario. No me podía creer que hubiese gastado la tarde entera en su compañía.

Ellos seguían empeñados en acudir conmigo a las clases. Su emoción por ir al instituto me resultó extraña: en esa época, yo habría dado lo que fuera por no tener que asistir.

Me dijeron que me despreocupara, que solucionarían los detalles por su cuenta, y preferí no saber si planeaban asesinar a dos niños inocentes para quedarse con su matrícula o colarse en la lista editando un Excel.

Por otro lado, mis padres recibieron una nota diciendo que la loca de su hija había quemado su habitación y yo falté al primer día, así que no tenía forma de saber con quién podría encontrarme en la clase al día siguiente. Por no mencionar a los encantadores sujetos que iba a llevar conmigo. Aun así, esa noche dormí como un bebé.

Hice un plan en mis sueños: tenía que hacerles creer que sería fácil aprovecharse de mí.

Me apostaba la vida a que todo lo que habían dicho era mentira, ya fuera en lo referente al contrato o todas esas promesas de las que sin duda pasarían.

***

El día siguiente pintaba caótico, justo igual que el anterior, idéntico a como había imaginado que sería el resto de mi vida desde que el concepto «demonios» se había unido al de «realidad».

—Voy a modificar cosas en... —Levi se mordió el labio inferior— algunas mentes para que nuestra visita pase desapercibida. Tengo recados que hacer, así que los dejaré en cuanto lleguemos al instituto. —Me miró—. Si tienes cualquier problema me llamas.

—¿Cómo que llamarte? No siempre tengo elementos para invocar a mano.

—Por teléfono, tonta. —Me pasó un papel con su número—. Guárdalo.

Un templo encantador │YA EN LIBRERÍASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora