¿Qué harías si por error traes 3 atractivos demonios a la tierra?
* 🕯️ *
Val no cree en los demonios, y para probar su inexistencia decide seguir un tutorial de invocación.
Hay puntos que ella debería haber tenido en cuenta an...
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Lo miré a los ojos. Tenía el cabello mojado, y su ropa oscura, también húmeda, se adhería a su cuerpo. Se recostó sobre los casilleros dejando a la vista una pequeña ancla negra tatuada en su brazo; al parecer, tenía más tatuajes de los que solía mostrar.
Me lanzó una mirada amenazadora, la que se esperaría de un hombre poderoso, fuerte y bello que claramente rondaba por los pasillos en busca de algo.
Levi desaparecía cuando quería y se aferraba al máximo a su papel de misterioso. Me regaló una media sonrisa al darse cuenta de lo mucho que lo estaba analizando.
—Estoy ocupada, aparta de mi camino. —Hice un ademán para pedirle que se moviera.
Di media vuelta dispuesta a volver a los últimos minutos de la clase. Él gritó a mis espaldas, aunque eso no me detuvo; lo escuché, pero opté por ignorarlo.
—¡Te atraparé luego! ¡Sé dónde encontrarte!
Me metí en el aula sin llamar la atención. Parecía que habían acabado; la mayoría de los alumnos estaban en las esquinas hablando. Fui directamente junto a mis amigos, que tenían aspecto de estar cansadísimos. Sin duda, yo estaba fresca como una lechuga gracias a que me había saltado media clase.
Aun así, extrañaba vivir estas experiencias como lo hacían mis compañeros.
—Amo desperdiciar el tiempo en estas clases —bromeó Dania, aunque yo sabía que lo decía en serio.
Me recosté en el piso sobre ella, utilizando su panza de almohada. Mi estómago rugía hambriento contando los segundos hasta que sonara el timbre de receso. Me acomodé un poco y cerré los ojos; esa paz era la que necesitaba, podría haberme dormido en ese preciso lugar sin problemas. Al cerrar los párpados, la luz desaparecía y no quedaba más que la tranquilizadora oscuridad. Suspiré satisfecha.
Eso era todo lo que quería: vivir sin dramas igual que mis compañeros y disfrutar el último año.
—¡Val! ¡Quítate, me vas a aplastar!
—Es el precio de mi amistad, tómalo o déjalo.
—Déjala. ¿No ves la sonrisa tan linda que se le ha puesto?
Me levanté de golpe al escuchar a Agus; había olvidado por completo su presencia. Me invadió la vergüenza al pensar que podía haberme estado observando mientras yo me comportaba como un perrito muerto de calor: tirada con media lengua fuera, disfrutando de la vida y con una pata levantada.
Me pasé una mano por el cabello con la esperanza de mejorar mi aspecto, me impulsé hacia atrás para alejarme de él y tomé la mano de mi mejor amiga.
Sonó el timbre, y todos se dispersaron con la intención de huir o conseguir el mejor aperitivo posible. Yo tiré de la manga de Dani; ambas sabíamos que eso significaba que debíamos ponernos en marcha. No porque quisiera irme, que en parte sí, sino porque habría matado por un sándwich de jamón y queso en ese momento.
—¿Quieren sentarse conmigo? —ofreció Agus—. Perdón, pero me da pena estar solo cuando voy a comer cuatro sándwiches.
El comentario y la coincidencia de nuestros antojos me hicieron reír. Asentí sin dudarlo.
La fila fue corta; el día, con sus desventajas incluidas, estaba empezando con el pie derecho. Me dio pena no haber conocido a Agus antes, la hubiéramos pasado bien.
Mi falta de interés por socializar había hecho que mi círculo de confianza se limitara a una o dos personas. Que de pronto hubiera cinco a mi alrededor era demasiado, me costaría acostumbrarme.
Acostumbrarme... ¿Cómo podía uno habituarse a una vida así? Que el infierno existiera... ¿no lo cambiaba todo? Quizás debería investigar si quería pasarme la eternidad sufriendo.
Le di otro mordisco a mi sándwich pensando en una forma sutil de colar el tema en nuestra conversación de cosas triviales.
—¿Qué saben sobre los demonios?
Muy sutil. Felicidades, Valentine.
Dania dejó su jugo de lado.
—Vi en una serie que les va el sadomasoquismo —respondió serena.
No volvería a preguntar nada en mi vida.
—Escuché que te miran mientras duermes —agregó Agus.
¡Gracias! Ya no quería saber más.
—Sí, y que son malos. Todos engañan, quieren tu alma —agregó Dania—. También dicen que van desnudos por el infierno.
Di otro bocado con ansia mientras escuchaba atenta las tonterías que tenían que decir mis amigos. Me dio la risa al imaginarme a los chicos en alguna de las situaciones planteadas.
—Leí que se presentan como animales horrendos. ¿Recuerdas la película que vimos las vacaciones pasadas?
Mi mejor amiga tenía demasiada fe en mi memoria a largo plazo.
—Son feos, tienen una forma rara —dijo nuestro nuevo compañero de almuerzos sonriendo—. Si viera un demonio, le escupiría.
—Buenas —saludó Mam, con una mano en el hombro de Agus.
Habría podido jurar que ni él ni Amon estaban cerca hacía un segundo.
—¿Nos podemos sentar? —preguntó Amon.
Miré a Dani, desesperada.
—Lo siento, está ocupado, esperamos gente —respondió ella por mí.
Sentí que un peso se elevaba de mis hombros; por un instante, había albergado mis dudas sobre lo que diría Dania, dado que había dejado muy claro el interés que sentía por cualquiera de los chicos. Los encontraba exóticos y atractivos, y yo no podía culparla. Aun así, no había dejado que nos invadieran porque yo le había explicado que tenía problemas con ellos.
Siempre fiel a nuestros códigos, estaba siguiendo una de las reglas fundamentales de nuestra amistad: las amigas sobre cualquier chico, el que fuera.
Escondí mi sonrisa detrás de la comida. Un momento incómodo menos.
—Lo siento —murmuré.
—Hay otras mesas, tal vez otro día —los animó Agus.
Oí la risa de Mam, pero no era su risa habitual, sino una mucho menos dulce.
—No estaba pidiendo permiso —espetó mientras se sentaba de forma prepotente con nosotros.
—Ya les dijimos que no podía ser —insistió Dania.
—¿Qué pasa? ¿Quieren empezar una pelea? —inquirió Amon, sentándose también.
Bueno, el pelirrojo había tardado tres horas en ser un idiota, nuevo récord.
—No puede ser. Contrólense.
—Sueñas demasiado alto —susurró Amon.
Solo que no estaba susurrando exactamente, porque al parecer solo yo podía escucharlo. El sonido provenía de algún punto cerca de mi oreja, aunque él estuviera enfrente de mí con ambas palmas pegadas a la mesa.
—Prefiero el descontrol —terminó.
—¡Joder! ¡Llévate a este idiota de acá! —exclamé.
—¿Por qué? ¿La niña se está enojando? —Mam hablaba con un tono diferente al que solía emplear.
—¡Compórtate!
—¿Los conoces? ¿Quieres que los aparte? —Agus parecía preocupado.
—Me gustaría ver cómo lo intentas —desafiaron ambos demonios al unísono.