17. Noches mágicas

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El sonido de la música retumbó en mi caja torácica, las parpadeantes luces de colores me hicieron entrar en ambiente

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El sonido de la música retumbó en mi caja torácica, las parpadeantes luces de colores me hicieron entrar en ambiente. Estaba todo tan oscuro que era difícil saber con exactitud quién estaba bailando a tu lado.

Miré maravillada las llamas de los mecheros que se encendían aquí y allá. El humo salía de las bocas de los fumadores como vapor, el olor a tabaco impregnaba todos los rincones. Había personas preparando bebidas con mezclas raras y echando dulces dentro de los vasos.

Me giré hacia Dania con cuidado de no tirar las botellas de vidrio repartidas por el piso y le pregunté a dónde quería dirigirse, aunque, por mi parte, yo solo quería ir a la piscina. Por suerte, mi amiga estaba de acuerdo conmigo.

El vestido plateado que me había prestado me quedaba grande en algunos sitios, lo que provocaba que se me cayera un poco y que mostrara más piel de la que me habría gustado. Sin darme cuenta, mientras intentaba cubrirme en la medida de lo posible, llegamos al patio.

—La noche acaba de ser iluminada por dos preciosas estrellas.

Agus estaba sentado en la orilla de la piscina con una botella y un trozo de pizza en las manos. Su cabello oscuro estaba empapado y caía sobre su frente. Iba sin camiseta, dejando a la vista el tatuaje de tinta azul oscuro que solía llevar oculto: un dragón que iba desde su cuello hasta la parte superior de su tonificada espalda.

Sonrió y nos invitó a sentarnos junto a él; sin embargo, Dania dijo que iría a por otro trago y nos dejó a solas. Me quité los tacones enseguida, lista para mojarme en el agua helada y con la esperanza de no despertarme resfriada al día siguiente.

—Siempre es bueno verte, Val —me saludó Agus.

Vacié mi vaso de un trago, esperando que me hiciera olvidar todos mis problemas. Él estiró su botella hacia mí, pero antes de servirme, me advirtió:

—Despacio, va a hacerte daño.

Eso buscaba.

—Cállate y échame más, gracias.

—Qué carácter. —Arqueó una ceja—. No hace falta que te desquites conmigo.

Me sirvió mientras yo controlaba que el vaso no desbordara.

—Lo sé.

—Quiero decir..., hay otras maneras de desquitarse.

—¿Las hay? —pregunté con el vaso en los labios.

—¿Quieres que te enseñe?

Asentí intrigada; no tenía nada que perder. Bebí un trago largo antes de dejar mi bebida en el borde de la piscina. Agus depositó la botella vacía sobre el agua para que flotara junto con los inflables.

—Tienes que cerrar los ojos —murmuró—. Y relájate, estás tensa.

Suspiré e hice lo que me decía. Se hizo el silencio entre nosotros, solo interrumpido por la música que sonaba a lo lejos. Percibí su aliento cerca de mi mejilla.

—Abre un poco la boca.

Su pulgar se posó sobre mi labio inferior y se me puso la piel de gallina. Me sentía expectante por lo que pudiera pasar a continuación; su perfume embriagaba mis sentidos, noté que cada vez me inclinaba más en su dirección.

Movió mi cabeza y posó algo sobre mi lengua. Abrí los ojos a causa de la sorpresa... solo para encontrarme con un trozo de pizza. Le di un mordisco rápido y le arrebaté el pedazo de las manos.

—Muy gracioso —me quejé con la boca llena.

—¿Qué? ¿Esperabas otra cosa?

Puse los ojos en blanco, irritada, y de pronto lo vi moverse a toda velocidad. Antes de que pudiera defenderme, me tiró a la piscina de un empujón.

Mi comida y yo nos hundimos hasta el fondo. Tratando de no hacer demasiado el ridículo, tomé una gran bocanada de aire al regresar a la superficie. Miré mi pizza estropeada con tristeza y me percaté de que había mojado el vestido de Dania.

Era una amiga horrible. Esperaba que no se hubiera arruinado.

Justo en ese instante, Dani volvió sosteniendo un jugo tropical. Su primera reacción al verme en el agua fue hacerme una señal para que me recolocara el escote; la segunda, tomar una selfi.

Con cara de pocos amigos, nadé hasta la orilla de nuevo y salí de la piscina.

—Veo que estás comiendo —se burló ella al ver el pan húmedo en mis manos.

Lo dejé caer.

—Me encontré con un par de amigos, quería avisarte de que me quedaré dentro —me informó.

—¿Puedo ir con ustedes? —pregunté.

—¡Claro! Pero no olvides secarte antes —dijo mientras se alejaba.

En cuestión de segundos, una brisa fresca inundó el patio y me hizo tiritar. No debería haber subestimado el clima cambiante de la ciudad, en especial siendo de noche.

Fui hasta la mesa de aperitivos en busca de comida, aunque me quedé mirando a los grupos de fumadores; el tabaco era una de esas cosas dañinas que siempre había querido probar, pero nunca lo había hecho porque en el fondo sabía que estaba mal.

Sin embargo, en ese momento estaba dispuesta a sucumbir a cualquier tentación; tenía ganas de probar cualquier cosa que pudiera aliviar el dolor que sentía.

Corrí de vuelta hacia Agus, segura de que él tendría algún pitillo, aunque antes robé unos cuantos dulces de la mesa: jamás renunciaría al azúcar.

Lo encontré apoyado en un árbol del jardín, jugando con el fuego de un encendedor y, efectivamente, con un cigarro en la boca. Me acomodé el cabello al pararme a su lado.

—¿Puedo...?

Me entendió sin necesidad de que terminara la frase y lo apartó de sus labios para ofrecérmelo.

—Por supuesto.

Un templo encantador │YA EN LIBRERÍASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora