ᴄʀɪsɪs ᴇxɪsᴛᴇɴᴄɪᴀʟ

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James se removió inquieto sobre la cama. Era la tercera vez que sentía ganas urgentes de ir al baño. Siempre le pasaba eso cuando no podía conciliar el sueño y era un tema tan frustrante porque se la pasaba cruzando el pasillo de las habitaciones hasta cinco veces cada veinte minutos.

Esa noche no fue la excepción y con cara de pocos amigos se sentó en la orilla de la cómoda y se calzó las pantuflas.

Su cabello oscuro, revuelto, con mechones rebeldes obstruyendo su campo de visión, le ofrecieron un reflejo demacrado en el espejo colocado contra la pared de enfrente a un lado de la puerta. No llevaba sudadera, solo unos pantalones de pijama ligeros. Cuando se puso de pie, reparó en sus músculos tan poco marcados y clavículas prominentes.

Arrugó el entrecejo y luego se dejó caer sobre la alfombra, sentado con las piernas en posición de loto. A cualquiera le resultaría escalofriante estar observando su propio reflejo a tal hora de la madrugada, pero James no se miraba a él precisamente; él se ocupaba divagando más que nada en el torbellino de pensamientos que venía siendo su cabeza en los últimos días.

Lo que recaudó fue lo siguiente: Su nombre era James Sirius Potter-Malfoy, tenía 16 años, tres hermanos menores y dos siendo horneados con amor en el vientre de su madre/padre. Era un mago y su patronus era un león.

—Teddy.

Aquel nombre se escapó de sus labios como un murmullo que era absorbido por el silencio mismo, y no supo por qué razón una lágrima se hallaba resbalando por su mejilla.

—¿Por qué me elegiste a mi, Teddy Lupin?

Luego se sintió patético por pensar en eso. ¡Era un adolescente!, tendría que ser normal sentirse así de vez en cuando, ¿No?

Pero el tema de crecer también le asustaba, no se sentía listo para partir en un futuro, fuera con Teddy o no, el tiempo se estaba convirtiendo en su enemigo. Su cuerpo cambiaba y reaccionaba a estímulos de diferente manera a como lo hacía hace unos años, cuando todavía era un niño.

Lo que sentía en el momento (cuando se hallaba en la compañía del metamorfomago), se sentía bien y correcto, pero luego, pasados esos momentos de seguridad, llegaban estos otros momentos donde se preguntaba si lo que había estado sintiendo en aquellos ratos realmente estaba del todo bien o mal. Y en su cabeza todavía seguía rondado aquella frase tan repetitiva y usual:

«Cuando seas grande lo entenderás»

A CRAZY MAGIC FAMILY: Primera TemporadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora