¿Dónde están los sonidos que alegraban
el aire cuando yo era joven?
Ha cesado la última vibración,
y ya no están quienes escuchaban.
¡Déjame cerrar los ojos y soñar!
W S. LANDOR[77]
El recuerdo de Helstone que la conversación con el señor Lennox había sugerido a la mente despierta del señor Bell pululó toda la noche por sus sueños. Era de nuevo tutor del mismo colegio en el que ahora era miembro numerario; estaba pasando unas largas vacaciones en casa de su amigo recién casado, orgulloso esposo y feliz vicario de Helstone. Daban saltos increíbles sobre los arroyos susurrantes que parecían mantenerlos días enteros suspendidos en el aire. Tiempo y espacio no existían, aunque todo lo demás parecía real. Los sucesos se medían por las emociones de la mente, no por su existencia real, pues no la tenían. Pero los árboles lucían esplendorosos su follaje otoñal, la cálida fragancia de las flores y las hierbas impregnaba el aire, la joven esposa se movía por la casa con la misma mezcla de enojo por su situación en lo que se refiere a riqueza, y orgullo por su apuesto y devoto marido que el señor Bell había observado en la vida real hacía un cuarto de siglo.
El sueño era tan similar a la vida que, cuando despertó, su vida actual le pareció un sueño. ¿Dónde estaba? ¡En la habitación cargada y amueblada con elegancia de un hotel de Londres! ¿Dónde estaban los que hablaban con él, andaban a su alrededor y le tocaban hacía sólo un instante? ¡Muertos! ¡Enterrados! Perdidos para siempre jamás en la medida en que se extendiera la eternidad de la tierra. Él era un anciano, tan jubiloso entonces en la plenitud de su fuerza viril. Era insoportable pensar en la absoluta soledad de su vida. Se levantó rápidamente y procuró olvidar lo que no podía volver a ser vistiéndose apresurado para el desayuno en Harley Street.
No podía atender a todos los detalles de las explicaciones del abogado que, según advirtió, hacían que los ojos de Margaret se dilataran y que le palidecieran los labios mientras el destino decretaba, o eso parecía, que todas las pruebas que exonerarían a Frederick cayeran a sus pies y desaparecieran. Hasta la voz profesional bien templada del señor Lennox adoptó un tono más suave y más tierno al aproximarse a la extinción de la última esperanza. No era que Margaret no supiese perfectamente el resultado. Era sólo que los detalles de cada sucesiva decepción aplastaron todas las esperanzas con tan implacable minuciosidad que al final casi se echó a llorar. El señor Lennox interrumpió la lectura.
—Será mejor que no siga —dijo, en tono preocupado—. Fue una propuesta estúpida por mi parte. El teniente Hale... —el darle el título del servicio del que tan bruscamente había sido despojado tranquilizó a Margaret—, el teniente Hale es feliz ahora. Tiene más seguridad en cuanto a fortuna y perspectivas futuras de la que podría haber tenido en la Marina; y sin duda ha adoptado el país de su esposa como propio.
—Es verdad. Y creo que es muy egoísta por mi parte lamentarlo —dijo Margaret, intentando sonreír—. Y sin embargo, le he perdido y estoy muy sola.
El señor Lennox volvió a sus papeles, y deseó ser ya tan rico y próspero como creía que llegaría a ser algún día. El señor Bell se sonó la nariz, pero, por lo demás, también guardó silencio. Y a los pocos segundos, parecía que Margaret también había recuperado la compostura habitual. Agradeció cordialmente al señor Lennox las molestias, con más cortesía y gentileza, pues se dio cuenta de que su comportamiento tal vez le hubiera inducido a creer que le había causado un dolor innecesario. Sin embargo, dolor no le había faltado.
El señor Bell se acercó a despedirse de ella.
—Margaret —dijo mientras intentaba ponerse los guantes con torpeza—, voy a ir a Helstone mañana a echar una ojeada al viejo lugar. ¿Te gustaría acompañarme? ¿O te daría mucha pena? Dímelo, no temas.
—Oh, señor Bell —dijo ella, y no pudo seguir; pero le agarró la mano vieja y gotosa y la besó.
—Vamos, vamos; basta —dijo él, con ruboroso desconcierto—. Supongo que tu tía te confiará a mí. Iremos mañana por la mañana y llegaremos hacia las dos, supongo. Tomaremos un tentempié y encargaremos la cena en el hostal, el Lennard Arms, creo, e iremos al bosque para abrir el apetito. ¿Podrás soportarlo, Margaret? Será duro para los dos, lo sé, pero será un placer para mí al menos. Y luego cenaremos, tendrá que ser venado, si conseguimos que nos preparen algo. Y luego yo echaré una cabezada mientras tú vas a ver a tus antiguas amigas. Y te traeré sana y salva, a menos que haya un accidente de tren, y aseguraré tu vida por mil libras antes de salir, lo cual puede ser un consuelo para tus parientes; pero si no hay contratiempo, te devolveré a la señora Shaw el viernes a la hora de comer. Así que si aceptas, subiré a proponérselo.
—Es inútil que intente decir cuánto me gustará —dijo Margaret entre lágrimas.
—Bueno, entonces demuestra tu gratitud manteniendo cerrados esos dos manantiales tuyos durante los dos próximos días. De lo contrario, me fallarán también a mí los lagrimales y eso no me gusta nada.
—No lloraré —dijo Margaret parpadeando para deshacerse de las lágrimas de las pestañas y esbozando una sonrisa forzada.
—Así me gusta. Vamos arriba y arreglémoslo todo.
Margaret se hallaba en un estado de emoción casi temblorosa mientras el señor Bell analizaba su plan con la señora Shaw, que al principio se asustó, luego se mostró dubitativa y perpleja, y al final accedió, más por la pura fuerza de las palabras del señor Bell que por su propia convicción; pues en cuanto a esto, si estaba bien o mal o era propio o impropio no podría determinarlo a plena satisfacción hasta que el regreso a salvo de Margaret, tras la feliz realización del proyecto, le diera decisión suficiente para decir que estaba segura de que «había sido una buena idea del señor Bell, y exactamente lo que ella había estado deseando para Margaret, en cuanto a proporcionarle exactamente el cambio que necesitaba después de todo el tiempo lleno de preocupaciones que había pasado».
ESTÁS LEYENDO
Norte y Sur - Elizabeth Gaskell
RomanceMargaret Hale es una joven que, luego de la boda de su prima, vuelve a su querido pueblo Helstone donde pretenderá vivir una vida tranquila y sencilla. Sin embargo, un repentino problema familiar hace que deba mudarse con sus padres a la ciudad de M...