Capítulo XII - Visitas Matinales

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Bien, supongo que debemos.

FRIENDS IN COUNCIL[20]


Al señor Thornton le había costado bastante animar a su madre hasta el punto de la cortesía deseable. Ella no solía salir de visita; y cuando lo hacía, era siempre en las mismas condiciones en que cumplía todas sus obligaciones. Su hijo le había regalado un carruaje, pero ella se negó a permitirle tener caballos. Los alquilaban en las ocasiones solemnes en que hacía visitas matinales o vespertinas. Todavía no hacía dos semanas que había tenido caballos tres días seguidos, y había «liquidado» sin problemas a todos sus conocidos, a los que correspondería ahora tomarse la molestia y el gasto. Pero Crampton quedaba demasiado lejos para ir caminando; y preguntó insistentemente a su hijo si su deseo de que visitara a los Hale era tan fuerte como para compensar el gasto que supondría alquilar un coche. Habría agradecido que no lo fuera, pues, según dijo, «no veía ninguna utilidad en establecer amistad y relaciones íntimas con todos los profesores y maestros de Milton; vamos, ¡lo siguiente sería pedirle que visitara a la esposa del maestro de baile de Fanny!».

—Y lo haría si el señor Mason y su esposa no tuvieran amigos y estuvieran en una ciudad extraña como los Hale, madre.

—¡Vamos! No hace falta que te precipites. Pienso ir mañana. Sólo quería que te hicieras cargo.

—Si vas a ir mañana, pediré caballos.

—Bobadas, John. Cualquiera diría que nadas en la abundancia.

—No del todo, todavía. Pero en cuanto a los caballos, no hay discusión. La última vez que fuiste en coche de alquiler volviste a casa con dolor de cabeza del traqueteo.

—Nunca me quejé, estoy segura.

—¡No! Mi madre no es propensa a las quejas —dijo él, con cierto orgullo—. Razón de más para que tenga que cuidar de ti. En cuanto a Fanny, un poco de privación le sentaría bien.

—Ella no está hecha de la misma madera que tú, John. No lo soportaría. 

La señora Thornton guardó silencio tras estas palabras, que guardaban relación con un tema que la mortificaba. Despreciaba instintivamente la debilidad de carácter; y Fanny era débil exactamente en todo aquello en que su madre y su hermano eran fuertes. La señora Thornton no era una mujer muy dada al razonamiento; su juicio rápido y su firme resolución le resultaban utilísimos en lugar de discusiones y argumentos prolongados consigo misma. Sabía instintivamente que nada podría hacer que Fanny soportara con paciencia las privaciones ni afrontara las dificultades con valentía; y aunque se estremecía al reconocer esto acerca de su hija, sólo le producía cierta ternura compasiva hacia ella; una actitud muy parecida al trato que acostumbran a dar las madres a sus hijos débiles y enfermos. Un extraño, un observador indiferente, habría deducido que la actitud de la señora Thornton con sus hijos indicaba mucho más cariño a Fanny que a John. Pero se habría equivocado totalmente. El mismo coraje con que madre e hijo se decían la cruda verdad demostraba la confianza de ambos en la firmeza espiritual del otro; que la preocupada ternura de la actitud de la señora Thornton con su hija, la vergüenza con que intentaba ocultar que su hija carecía de todas las grandes cualidades que ella misma poseía y a las que tanto valor daba en otros; esa vergüenza, repito, delataba la falta de un lugar seguro en que depositar su afecto. Nunca llamaba a su hijo por otro nombre que no fuera John; «amor», «cariño» y apelativos parecidos estaban reservados para Fanny. Pero su corazón daba gracias por él día y noche; y gracias a él caminaba con orgullo entre las mujeres.

—¡Fanny, cariño! Hoy dispondré de caballos para ir en el coche a visitar a esos Hale. ¿No quieres ir a ver a la niñera? Queda en la misma dirección, y siempre se alegra mucho de verte... Podrías seguir hasta allí mientras yo estoy en casa de la señora Hale.

Norte y Sur - Elizabeth GaskellDonde viven las historias. Descúbrelo ahora