Y es el hogar, hogar, hogar,
el hogar es lo que anhelo[12].
Fue necesario el precioso y alegre empapelado de las habitaciones para que aceptaran Milton. Pero hacía falta más, algo que no podían tener. Habían llegado las densas nieblas amarillentas de noviembre, y la vista de la llanura del valle que formaba el amplio recodo del río estaba completamente tapada cuando la señora Hale llegó a su nuevo hogar.
Margaret y Dixon se habían pasado dos días trabajando, sacando las cosas y colocándolas, pero todo en el interior de la casa parecía aún en desorden; y fuera, una niebla cerrada llegaba hasta las mismas ventanas y entraba por todas las puertas abiertas en sofocantes espirales blancas de vaho malsano.
—¡Oh, Margaret! ¿Tenemos que vivir aquí? —preguntó la señora Hale con perpleja consternación.
El corazón de Margaret se hacía eco del triste tono de la pregunta. A duras penas consiguió dominarse para decir:
—¡Te aseguro que las nieblas de Londres son mucho peores a veces!
—Pero allí sabes que la ciudad y los amigos están detrás. Aquí... ¡Bueno!
Aquí estamos solos. ¡Ay, Dixon, vaya un lugar!
—Y que lo diga, señora, estoy segura de que será su muerte en poco tiempo, y entonces yo sé muy bien quién... ¡Espere! Eso es demasiado pesado para que lo alce sola, señorita Hale.
—En absoluto, Dixon, gracias —contestó Margaret con frialdad—. Lo mejor que podemos hacer por mamá es acabar de arreglar su habitación para que se acueste mientras voy a buscarle una taza de café.
El señor Hale estaba tan desanimado como su esposa, y también recurrió a Margaret en busca de comprensión.
—Margaret, me parece que este lugar es muy insalubre. ¿Y si se resiente la salud de tu madre o la tuya? ¡Ojalá hubiera ido a algún sitio del campo en Gales! Esto es verdaderamente espantoso —dijo, acercándose a la ventana.
No había consuelo posible. Se habían instalado en Milton, y tenían que aguantar el humo y las nieblas durante una temporada. En realidad, todo lo demás parecía separado de ellos por una niebla de circunstancias igualmente densa. Todavía el día anterior, el señor Hale había estado calculando consternado lo que les habían costado el traslado y la estancia de quince días en Heston, y había comprobado que había supuesto casi toda su pequeña reserva de dinero en efectivo. ¡No! ¡Estaban allí y allí tenían que quedarse!
Margaret estuvo a punto de sumirse en un estupor desesperado cuando lo comprendió por la noche. El aire cargado de humo rondaba su dormitorio, que ocupaba el saliente estrecho y alargado de la parte posterior de la casa. La ventana situada a un lado del rectángulo daba al muro liso de un saliente similar que quedaba a menos de diez pies. Surgía entre la niebla como una barrera contra la esperanza. En el interior del dormitorio reinaba el desorden. Había concentrado todos sus esfuerzos en arreglar la habitación de su madre. Se sentó en una caja y se quedó mirando la tarjeta de la dirección, que se había escrito en Helstone: ¡el precioso y amado Helstone! Se sumió en lúgubres pensamientos. Pero en seguida resolvió no seguir pensando en el presente y recordó de pronto la carta de Edith, que con el ajetreo de la mañana sólo había podido leer a medias. Le describía en ella su llegada a Corfú; su viaje por el Mediterráneo: la música y los bailes celebrados a bordo durante la travesía; la vida nueva y alegre que se extendía ante ella; su casa con el balcón enrejado y las vistas de los acantilados blancos y el mar de un azul intenso.
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Norte y Sur - Elizabeth Gaskell
RomanceMargaret Hale es una joven que, luego de la boda de su prima, vuelve a su querido pueblo Helstone donde pretenderá vivir una vida tranquila y sencilla. Sin embargo, un repentino problema familiar hace que deba mudarse con sus padres a la ciudad de M...