Capítulo XX - Hombres Y Caballeros

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Que coman todos, mozo, jóvenes y viejos, ya está.

Que coman por diez cada uno, tanto me da.

ROLLO, DUQUE DE NORMANDÍA[32]


Margaret regresó a casa tan apenada y pensativa con lo que había visto y oído que no sabía cómo animarse para atender los deberes que le aguardaban, la necesidad de mantener un constante flujo de conversación para su madre que, ahora que no podía salir, esperaba que el regreso de Margaret del más corto paseo le llevara siempre alguna noticia.

—¿Y puede tu amiga trabajadora venir el jueves a verte vestida?

—Estaba tan enferma que no se me ocurrió preguntárselo —contestó Margaret compungida.

—¡Vaya por Dios! Parece que todo el mundo está enfermo ahora —dijo la señora Hale, con un poco de la envidia que es capaz de sentir un enfermo por otro—. Pero tiene que ser muy triste estar enferma en uno de esos barrios pobres. —Se impuso entonces su carácter bondadoso y volvieron los antiguos hábitos de Helstone—. Ya es bastante malo aquí. ¿Qué podrías hacer por ella, Margaret? El señor Thornton me ha enviado un poco de su oporto añejo mientras estabas fuera. ¿Crees que le sentaría bien una botella?

—¡No, mamá! Y no creo que sean muy pobres. Al menos, no hablan como si lo fueran; y, de todos modos, lo que tiene Bessy es consunción, no querrá vino. Podría llevarle algunas conservas de fruta de nuestro querido Helstone. ¡No! Hay otra familia a la que me gustaría ayudar... Ay, mamá, ¿cómo voy a ponerme mis mejores galas para ir a fiestas elegantes tan tranquila con lo que he visto hoy? — exclamó Margaret, rebasando los límites que se había impuesto antes de llegar contándole a su madre lo que había visto y oído en casa de los Higgins.

La señora Hale se afligió mucho. Se sintió impaciente y disgustada hasta que pudo hacer algo. Mandó a Margaret que llenara un cesto en la misma sala para enviarlo a casa de Higgins y luego a la otra familia. Casi se enfadó con ella por decir que no importaba que no llegara hasta el día siguiente por la mañana, porque sabía que Higgins se había ocupado de atender sus necesidades inmediatas y ella misma había dado dinero a Bessy para ellos. La señora Hale la llamó insensible y no se dio un respiro hasta que enviaron el cesto a la casa. Entonces dijo:

—No sé si no habremos obrado mal, después de todo. La última vez que vino el señor Thornton dijo que no son verdaderos amigos los que contribuyen a prolongar la lucha ayudando a los huelguistas, ¿no es así?

La señora Hale planteó la pregunta a su esposo cuando subió después de dar la clase al señor Thornton, que había acabado en conversación como de costumbre. A Margaret no le preocupaba que sus regalos prolongaran la huelga. Su estado de nerviosismo le impedía pararse a pensarlo.

El señor Hale escuchó y procuró mantenerse tan sereno como un juez. Recordó todo lo que había parecido tan claro hacía menos de media hora al salir de labios del señor Thornton. Luego llegó a una conclusión poco convincente: su esposa y su hija no sólo habían obrado bien en aquel caso, sino que no veía cómo podían haber obrado de otra forma. No obstante, como norma general, era muy cierto lo que decía el señor Thornton, ya que si la huelga se prolongaba, acabaría obligando a los patronos a contratar obreros de fuera, siempre que el resultado final no fuese, como tantas otras veces, la invención de alguna máquina que permitiera prescindir de los obreros. Así que era evidente que el mayor bien que se podía hacer era negarles toda la ayuda que respaldara su locura. Y en cuanto a aquel Boucher, lo primero que haría al día siguiente por la mañana sería ir a verlo e intentaría averiguar qué podían hacer por él.

Norte y Sur - Elizabeth GaskellDonde viven las historias. Descúbrelo ahora