Capítulo XL - Discordancia

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No sufro agravio si no puedo exigir ningún derecho,

nada me quitaron cuando nada tenía,

aunque de mi infortunio no pueda estar seguro;

puesto que otro puede complacerse

de lo que pesaroso me entristece.

WYATT[66]


Margaret no esperaba disfrutar mucho con la visita del señor Bell, aunque se alegraba por su padre; pero cuando llegó su padrino, ocupó de inmediato la posición de amistad más natural del mundo. Él dijo que ella no tenía ningún mérito por ser lo que era: una joven tan absolutamente adorable, de las que le gustaban. Sólo era una cualidad hereditaria que poseía: aparecer y ganarse su estimación. Ella, a su vez, le reconoció el mérito de estar tan lozano y joven con la toga y el birrete de la universidad.

—Lozano y joven en cordialidad y amabilidad, quiero decir. Porque lo siento, pero debo admitir que sus opiniones me parecen las más anticuadas con que me he encontrado en todo este tiempo.

—¡Escucha a esta hija tuya, Hale! Su estancia en Milton la ha corrompido completamente. Es una demócrata, una republicana roja, pertenece a la Peace Society, es socialista...

—Papá, sólo lo dice porque defiendo el progreso del comercio. El señor Bell lo mantendría aún en el intercambio de pieles de animales salvajes por bellotas.

—No, no. Yo cavaría la tierra y cultivaría patatas. Y esquilaría a los animales salvajes para hacer popelín con la lana. No exagere, señorita. Pero estoy cansado de este ajetreo. Todos atropellándose en su precipitación por hacerse ricos.

—No todos pueden sentarse cómodamente en sus habitaciones de la residencia universitaria y dejar que su riqueza aumente sin el menor esfuerzo por su parte. Seguro que hay muchos hombres aquí que estarían encantados si sus propiedades aumentaran como han hecho las tuyas sin tener que preocuparse para nada de ello —dijo el señor Hale.

—No creo que lo hicieran. Es el ajetreo y la lucha lo que les gusta. Y en cuanto a lo de sentarse tranquilamente y aprender del pasado o describir el futuro mediante trabajo fiel realizado con espíritu profético, la verdad, no creo que haya un solo hombre en Milton que sepa estarse quieto. Y es todo un arte.

—Supongo que la gente de Milton piensa que los de Oxford no saben moverse. Seria estupendo que se mezclaran un poco más.

—Sería estupendo para los miltonianos. Muchas cosas que pueden ser buenas para ellos serían muy desagradables para otros.

—¿No es usted de Milton? —preguntó Margaret—. Creía que se sentiría orgulloso de su ciudad.

—Confieso que no sé qué hay para sentirse orgulloso de ello. Si fueras a Oxford, Margaret, te enseñaría un lugar para enorgullecerse.

—¡Bueno! —dijo el señor Hale—, el señor Thornton vendrá a cenar con nosotros, y él está tan orgulloso de Milton como tú de Oxford. Podréis intentar haceros más tolerantes el uno al otro.

—Yo no necesito ser más tolerante, gracias —dijo el señor Bell.

—¿Va a venir a cenar el señor Thornton, papá? —preguntó Margaret en voz baja.

—A cenar o un poco después. No estaba seguro. Me dijo que no esperáramos.

El señor Thornton había decidido no preguntar a su madre hasta dónde había llevado a cabo su proyecto de hablar con Margaret sobre su comportamiento impropio. Estaba seguro de que si la entrevista tenía lugar, la relación que hiciera su madre de lo ocurrido no haría mas que irritarle y disgustarle, aunque sabía la alteración que sufriría al pasar por la mente de ella. Le horrorizaba incluso oír mencionar el nombre de Margaret; aunque la culpaba y estaba celoso de ella, aunque renunciaba a ella, la amaba profundamente, pese a sí mismo. Soñaba con ella. Soñaba que se acercaba a él bailando con los brazos abiertos, y con una ligereza y una alegría que le hacían odiarla, aunque le cautivaba. Pero la impresión de esta imagen de Margaret —despojada de todo el carácter de Margaret tan absolutamente como si algún espíritu maligno hubiera tomado posesión de su cuerpo— estaba tan grabada en su imaginación que cuando despertaba se sentía casi incapaz de separar a la Una de la Duessa[67], y el disgusto que le producía la segunda parecía envolver y desfigurar a la primera. Sin embargo, era demasiado orgulloso para reconocer su debilidad evitando verla. No buscaría ni eludiría la oportunidad de estar en su compañía. Y para convencerse de su capacidad de dominarse, no se apresuró en los asuntos de la tarde. Se obligó a hacer cada cosa con lentitud y deliberación insólitas, y que eran las ocho pasadas cuando llegó a casa del señor Hale. Tenía que negociar acuerdos en el estudio con el señor Bell, que siguió hablando cansinamente, sentado junto al fuego, cuando terminaron todos sus asuntos y podían haber subido a reunirse con los Hale. Pero el señor Thornton no estaba dispuesto a decir una palabra. Aguantó cada vez más irritado, pensando que el señor Bell era un compañero aburridísimo, mientras éste le devolvía el cumplido, diciéndose que el señor Thornton era el individuo más seco y más brusco que había conocido, y totalmente desprovisto de inteligencia y de modales. Al final, oyeron un leve sonido arriba que sugirió la conveniencia de subir ya. Encontraron a Margaret con una carta en la mano, discutiendo con vehemencia el contenido de la misma con su padre. La dejó a un lado en cuanto entraron los caballeros. 

Norte y Sur - Elizabeth GaskellDonde viven las historias. Descúbrelo ahora