Confía en la mano velada que a nadie lleva
por el camino que seguía;
y procura estar siempre preparado para el cambio,
pues el mundo se rige por flujos y reflujos.
TRADUCIDO DEL ÁRABE[26]
El doctor Donaldson hizo su primera visita a la señora Hale el día siguiente por la tarde. Se reanudó el misterio que Margaret creía haber superado gracias a sus recientes hábitos de intimidad. No le permitieron entrar en la habitación, pero a Dixon sí. Margaret no era una amiga fácil, pero cuando amaba a alguien, lo hacía con una pasión que no estaba en modo alguno exenta de celos.
Pasó al dormitorio de su madre, que quedaba justo detrás de la salita, y esperó a que saliera el doctor paseando de un lado a otro. De vez en cuando se paraba a escuchar; creyó oír un gemido. Apretó las manos y contuvo la respiración. Estaba segura de que había oído un gemido. Siguió a esto un silencio de varios minutos; y luego se oyó un arrastrar de sillas, las voces más altas y el ligero revuelo de la despedida.
Oyó que abrían la puerta y salió del dormitorio rápidamente.
—Mi padre no está en casa, doctor Donaldson; tiene que atender a un alumno a esta hora. ¿Sería tan amable de acompañarme a su habitación abajo?
Vio y superó todos los obstáculos que puso Dixon en su camino, ocupando el lugar que le correspondía como hija, con cierto ánimo de hermano mayor que contuvo la oficiosidad de la vieja sirvienta con mucha eficacia. Asumir esta dignidad insólita en su relación con Dixon distrajo un momento a Margaret de su angustia. Advirtió por el gesto sorprendido de Dixon lo absurdamente grandiosa que debía de parecer; y la idea la llevó escaleras abajo hasta la habitación. Le permitió olvidar un instante el lacerante asunto que la ocupaba. Sintió que se le cortaba la respiración al recordarlo de nuevo. Tuvo que dejar pasar unos segundos para poder hablar.
Pero habló con serenidad cuando preguntó:
—¿Qué le pasa a mamá? Me hará el favor de decirme la pura verdad.
Y, al advertir entonces una leve vacilación por parte del doctor, añadió:
—Soy la única hija que tiene... aquí, quiero decir. Mi padre no está demasiado preocupado, me temo; y por lo tanto, si hay algún motivo serio de temor, habrá que decírselo con delicadeza. Yo puedo hacerlo. Y puedo cuidar a mi madre. Le ruego que hable, señor; ver su cara y no ser capaz de descifrarla me da más miedo del que espero que justifiquen sus palabras.
—Estimada señorita, parece que su madre tiene una sirvienta muy eficaz y atenta, que es más que su amiga...
—Yo soy su hija, señor.
—Pero si le digo que ella desea expresamente que no se le diga a usted...
—No soy lo bastante buena y paciente para aceptar la prohibición. Además, estoy segura de que es usted demasiado prudente y demasiado experto para haber prometido guardar el secreto.
—Bueno —dijo él, esbozando una leve sonrisa bastante triste—, en eso tiene razón. No se lo he prometido. En realidad, me temo que el secreto se sabrá muy pronto sin necesidad de revelarlo.
Hizo una pausa. Margaret se puso muy blanca y apretó los labios un poco más. Por lo demás, no movió ni un músculo. Con la agudeza especial para comprender el carácter de las personas, sin la que ningún médico puede llegar a la eminencia del doctor Donaldson, vio que ella exigiría toda la verdad; que se daría cuenta si le ocultaba una pizca; y que el que se lo ocultara sería mayor tortura que saberlo todo. Pronunció dos frases breves en voz baja, observándola todo el rato; pues las pupilas de sus ojos se dilataron en un horror negro, y la blancura de su piel se tornó lividez. El guardó silencio. Esperó que desapareciera aquel gesto, que llegara el jadeo. Entonces ella dijo:
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Norte y Sur - Elizabeth Gaskell
RomanceMargaret Hale es una joven que, luego de la boda de su prima, vuelve a su querido pueblo Helstone donde pretenderá vivir una vida tranquila y sencilla. Sin embargo, un repentino problema familiar hace que deba mudarse con sus padres a la ciudad de M...