Capítulo VI - Despedida

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Se mecerá esa rama en el jardín

sin que nadie la mire. La tierna flor caerá.

Sin nadie que la ame el haya de oscuro vestirá,

y sin amor el arce se habrá de consumir.


Sin amor el girasol de llamas rodeará

su disco de semillas

y las claveles rosa de fragancia invernal

el aire susurrante impregnarán.


Y entre el jardín y el bosque nacerá

una desconocida unión y, año tras año,

se irá haciendo el paisaje familiar

al que será ya el hijo de un extraño.


Mientras año tras año el labrador labora

en su gleba de siempre o limpia el claro,

de lo que las colinas circundan se evapora

nuestro recuerdo año tras año.


TENNYSON [8]


Llegó el último día. La casa estaba llena de cajas de embalaje que llevaban a la puerta principal para transportarlas a la estación de tren más próxima. Hasta el césped precioso que había junto a la casa estaba descuidado y sucio, cubierto de paja que había sido arrastrada hasta allí por la puerta y las ventanas abiertas. Había un extraño sonido retumbante en las habitaciones, la luz entraba a raudales por las ventanas sin cortinas, y parecían ya desconocidas y ajenas. El vestidor de la señora Hale permaneció intacto hasta el final. Dixon y ella estaban guardando los vestidos y se interrumpían una a otra cada poco con exclamaciones, contemplando con ternura algún tesoro olvidado: alguna reliquia de los niños cuando eran pequeños. No avanzaban mucho en su trabajo. Margaret permanecía abajo muy serena, dispuesta a orientar o aconsejar a los hombres que ayudaban a la cocinera y a Charlotte. Estas dos lloraban a intervalos, y se preguntaban cómo podía aguantar así la señorita hasta el último día; y ambas llegaron a la conclusión de que como había pasado tanto tiempo en Londres seguramente no le importaba mucho Helstone. Estaba allí plantada, muy pálida, observándolo todo en silencio, por insignificante que fuera, con sus grandes ojos serios, manteniéndose a la altura de las circunstancias. Ellas no comprendían su profunda y constante congoja, aquella presión que no podía aliviar ni eliminar ningún suspiro, ni hasta qué punto el continuo esfuerzo de sus facultades perceptivas era lo único que le impedía echarse a llorar desconsolada. Además, ¿quién haría las cosas si ella cedía? Su padre estaba examinando papeles, libros, registros y lo que fuera en la sacristía con el sacristán, y cuando volviera a casa tenía que empaquetar sus libros, eso no podía hacerlo a su gusto nadie más que él. Además, ¿acaso era Margaret de las que pierden el control delante de extraños, o incluso delante de amigas de la casa como la cocinera y Charlotte? ¡No! Pero al fin los cuatro embaladores se fueron a la cocina a tomar el té y Margaret abandonó rígida y lentamente el lugar del vestíbulo en que había permanecido tanto tiempo y salió por la sala vacía y resonante al crepúsculo vespertino de primeros de noviembre. El sol aún no se había puesto del todo, y un vaporoso velo de bruma oscura teñía todos los objetos de un tono malva, cubriéndolos sin ocultarlos. Cantaba un petirrojo; tal vez, pensó Margaret, el mismo del que su padre solía hablar como su mascota de invierno y para el que había hecho con sus propias manos una especie de jaula junto a la ventana del estudio. Las hojas estaban mas preciosas que nunca; se caerían todas con las primeras heladas. Alguna que otra caía constantemente, ambarina y dorada con los rayos oblicuos del sol.

Norte y Sur - Elizabeth GaskellDonde viven las historias. Descúbrelo ahora